Parte única

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Un día cálido, después de una gran lluvia, mientras las gotas caían lentamente de las hojas, un niño lleno de alegría se acercó a su madre y, con una enorme sonrisa, le dijo:

—¡Mamá, mira! ¡Todo está brillante y lleno de vida! ¡Es como si el bosque estuviera despertando otra vez!

La madre lo miró con ternura, enternecida al ver la felicidad de su hijo, y sintió que en ese instante la naturaleza les regalaba un momento de paz y armonía.

—Sí, querido, es muy lindo —respondió ella, sonriendo.

Ambos hablaron de cosas al azar, adaptándose a la curiosidad y a la mentalidad del pequeño. La conversación fluía como un juego de palabras, hasta que el niño, con sus ojos brillantes y llenos de curiosidad, le dijo:

—¡Mamá! Tú, que eres tan mayor, cuéntame algo de tu juventud. ¡Me encantaría saber qué te pasaba en esos tiempos!

La madre se sorprendió al escuchar la petición, pero una sonrisa de emoción se dibujó en su rostro al pensar en compartir un pedacito de su historia con su hijo.

—Bueno, te contaré una historia que me pasó y que nunca olvidaré. Pero es larga… ¿no te aburrirás? —le preguntó ella, aún sonriente.

—¡Te prometo que no me aburriré! —exclamó el niño emocionado—. ¡Me encantaría escuchar cualquier cosa que me cuentes!

La madre rió suavemente, conmovida por el entusiasmo de su hijo, y comenzó a recordar aquellos días de su juventud que tanto la habían marcado.

—Pues… Yo tenía una amiga a la que conocía desde pequeña. Nuestros padres eran muy amigos —comenzó, mientras el niño la miraba con atención—.

—Recuerdo que un día, nuestros padres organizaron una reunión y me llevaron a conocerla. Cuando nos vimos por primera vez, ambas éramos algo tímidas. Pero, a medida que pasábamos más tiempo juntas, nos hicimos cada vez más cercanas, ya que nuestros padres se reunían a menudo. Su nombre era Daira.

La madre hizo una pausa, recordando con una sonrisa aquellos momentos de amistad y complicidad.

—Fuimos al mismo kínder, al mismo colegio y a la misma preparatoria. Todos sabían que éramos inseparables. Si alguien decía algo malo de una, la otra siempre la defendía —continuó con una sonrisa nostálgica—.

Recordó cómo su amistad con Daira había sido una constante en su vida, una compañera con quien compartía risas, secretos y sueños.

—Y yo guardaba un secreto… Tenía miedo de contárselo. Claro, nos contábamos todo, incluso nuestras cosas más íntimas, pero temía que, al decírselo, se alejara de mí —la madre hizo una pausa, suspirando—. Empecé a desarrollar un sentimiento por Daira.

—¿Sentimiento? —preguntó su hijo, intrigado.

—Sí, cariño. Pero a ella le gustaban los chicos. Estaba enamorada de un chico de un curso más avanzado. Se llamaba Fabricio, y debo admitir que era guapo. Era natural que llamara la atención de Daira… pero yo nunca hubiera hecho nada que arruinara nuestra amistad.

El niño notó la melancolía en la voz de su madre y, mirándola con ternura, le dijo:

—Mamá, si te sientes triste, puedes dejar de contarme. No importa, de verdad. Solo quiero que estés bien.

La madre lo miró sorprendida y conmovida por la empatía de su hijo.

—No te preocupes, estoy bien. Y, volviendo a la historia… Nos graduamos. Yo tenía un promedio perfecto y conseguí un buen trabajo como abogada. Me iba bien porque, en esos tiempos, había muchos casos —continuó—.

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⏰ Última actualización: Oct 31 ⏰

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