ʟᴀ ʀᴇsᴀᴄᴀ

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ʀɪᴄʜᴀʀᴅ

Llegué a mi apartamento medio tambaleándome, con la cabeza hecha un nudo y la mente nublada. Apenas cerré la puerta, me dejé caer en el sofá. Entre risas y tragos, la noche se había vuelto una locura, y ahora solo quería dormir y dejar que la resaca me pasara factura en la mañana.

Al despertar, la luz del sol me daba directo en la cara. Sentía la boca seca como un desierto y un dolor de cabeza que parecía eco de la música de anoche. Apenas me estiré, noté que seguía tirado en el sofá, con la ropa de la fiesta y todo, como si hubiera llegado y me hubiera desplomado ahí.

Me levanté lento, arrastrando los pies hacia el baño, y al verme en el espejo, no pude evitar fruncir el ceño. Tenía la boca medio hinchada y… ¿labial?

—¿Qué putas? —murmuré, pasándome el dedo por los labios, que estaban manchados con un tono rojizo que definitivamente no era mío.

No tenía ni idea de cómo había llegado a esto, pero tampoco podía recordar nada claro de la fiesta. Decidí darme una ducha para despejarme, esperando que el agua me quitara esa sensación de confusión. Cuando terminé, salí envuelto en una toalla y me dirigí hacia la sala, aún medio adormilado y pensando que había sido una noche cualquiera.

Me dejé caer en el sofá otra vez, y mientras revisaba el celular, noté que tenía un montón de notificaciones. En cuanto abrí una de las aplicaciones, sentí que el corazón se me detuvo. Ahí estaba… una serie de fotos, bien claras y sin ningún tipo de filtro, de Catalina y yo en plena fiesta, besándonos como si no hubiera un mañana. Me llevé la mano a la boca, tratando de procesar lo que estaba viendo.

Las fotos no dejaban nada a la imaginación: mis manos en su cintura, sus brazos rodeándome el cuello, y ese beso que definitivamente no parecía de dos personas que se odian. Los paparazzi no nos habían dejado en paz, y ahí estaba, con cada ángulo y cada detalle capturado.

—¡Qué hijueputas! —exclamé, con la cabeza dándome vueltas otra vez, pero ahora no por la resaca, sino por el shock.

No podía ni recordar cómo había empezado todo eso. Me quedé mirando el celular, tratando de encontrar una explicación en mi mente que no aparecía. Sabía que esta no iba a ser una de esas cosas que se podían “olvidar” tan fácil.

Estoy hablando de una foto que podría volar por toda la ciudad, y en un instante, la gente empezaría a hablar. La noticia de nuestro beso iba a correr, y no solo eso, sino que toda la tensión que había entre nosotros podría reventar de un momento a otro.

Intenté recordar lo que había sucedido. La fiesta, las risas, el momento en que Catalina y yo nos habíamos acercado, pero todo se sentía confuso y borroso. Lo único que podía recordar con claridad era la forma en que sus labios se sentían contra los míos, el calor de su cuerpo, y la manera en que el mundo parecía desvanecerse a nuestro alrededor.

Me sentí frustrado. No era solo la resaca; era el hecho de que había dado un paso que complicaba todo. La relación que teníamos, llena de celos y rivalidad, se transformaba en algo más complicado. Y ahora, con esta foto, tenía que enfrentar las consecuencias.

—No puedo creer que esto esté pasando —murmuré, sintiendo una presión en el pecho.

Decidí que tenía que hablar con Catalina, y pronto. Necesitaba que ella supiera que lo de nosotros no era real, que todo había sido un error de borrachos.

Salí de mi apartamento, mi mente aún dando vueltas sobre lo que había pasado. Tenía que encontrarla y asegurarme de que entendiera que no había nada entre nosotros que no fuera un juego.

𝐑𝐞𝐧𝐜𝐨𝐫 𝐞𝐧 𝐣𝐮𝐞𝐠𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora