CAPÍTULO 2

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No puedo dejar de pensar en la noche. En aquella noche. Mi estómago protesta, lleno de nervios. Los ojos de doña Marta no salen de mi cabeza. ¿Cómo voy a superarlo? ¿Y cómo voy a contárselo a las chicas? Saben que pasó algo con una mujer, sí. Pero no se han enterado de la última exclusiva: «¡La mujer es Marta de la Reina!». Saldríamos en la prensa. No tengo la menor duda.

«Marta de la Reina se lía con sus empleadas».

No creo que a don Damián le hiciera mucha gracia. Sobre todo teniendo en cuenta que Marta está... casada. ¡Casada, por Dios! ¿Qué hacía en un garito de mala muerte, al acecho de cualquiera que se le pusiera en su camino?

Mis amigas y yo habíamos elegido el lugar más cutre del mundo. Se llamaba: La guarida del diablo. Era oscuro y el suelo estaba pegajoso, la música sonaba fuerte y la gente hablaba a gritos. Parejas se besaban, otros jugaban una intensa partida de dardos, otros se reían mirando sus móviles. Estaba lleno. Una de esas noches que tocaba bailar hombro con hombro. Pero nos daba igual porque Carmen, Claudia y yo, íbamos a darlo todo.

—¡¡Amigas —gritó Carmen para hacerse oír—, hoy es nuestra noche, y lo vamos a pasar genial!! Nos merecemos un respiro, desconectar, disfrutar. Además, vamos a celebrar que nuestra Fina va a trabajar con nosotras.

Ambas aplauden.

Yo ruedo los ojos y suspiro.

—Ay Fina, no te pongas así —Claudia me da un cariñoso empujón en el hombro—. Que no habrás tenido éxito en lo de modelaje, pero vamos a empezar una aventura preciosa.

—Claro que sí —dijo Carmen—. La primera copa, nos la tomamos por ti.

Las tres nos apoyamos en la barra a la misma vez para pedir las primeras bebidas. Hacía mucho que no salíamos, las ganas estaban latentes. Carmen es la cabeza del grupo, la que sabe cómo echarnos el freno si lo necesitamos, y la que nunca pierde los papeles. Esa noche no fue menos. Se habían puesto guapísimas. Y me encantaba verlas así; felices, radiantes. Todo lo contrario a mí, que me puse lo primero que pillé; una camiseta de Queen medio rota por los lados y pantalones vaqueros con unas deportivas blancas.

—¡¡Guapetona!! —gritó Carmen a la camarera, que se alejaba de su campo de visión—. ¡¡Estamos aquí!!

—No le grites, ya vendrá. —Protesté muerta de vergüenza.

—Mira todos los buitres que hay, Fina —dijo señalando a los tíos de la barra—. Como la entretengan no viene ni mañana.

—¿Sabéis lo que queréis? —Claudia se hizo un hueco entre medias de las dos.

—¿Por qué no empezáis por unos chupitos? —sugirió una voz, salida de la nada. Las tres nos giramos al mismo tiempo, para encontrarnos con una morena de ojos negros. Ni idea de quien era, pero nos dejamos llevar por su consejo.

—¡¡Tres chupitos de absenta!! —gritó Carmen a la camarera.

—¿Absenta? —grité alarmada—. No os puedo dejar pedir solas.

—¡¡Que sean cuatro!! —rectificó Claudia, y miró a Carmen—. La chica de la idea también se merece uno, ¿no? Vamos, digo yo.

La camarera deslizó con arte cuatro vasitos de chupito en la barra, agarró la botella del mostrador y con un solo movimiento llenó los vasos. Nos bebimos de golpe la absenta después de gritar: «arriba, abajo, al centro y pa' dentro».

Claudia casi no lo cuenta. Le dio por toser al sentir arder su garganta. A Carmen le subió una arcada que contuvo apretando con fuerza la mano contra su boca. Y yo sentí un mareo instantáneo, como cuando te levantas muy rápido y no le das tiempo a la sangre a llegar a las diferentes partes de tu cuerpo. La música se volvió grave, el ambiente cargado. La gente ahora bailaba a cámara lenta. Mi visión se volvió borrosa.

Y me pasaste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora