𝐃 || Celeste es una chica tranquila y reservada. O mejor dicho, era, porque desde que el profesor Snape la obligó a hacer un trabajo junto a Theodore Nott, su mundo se hizo un caos.
Él, su mejor error.
Ella, su peor decisión.
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Horace Slughorn, el profesor de Pociones, se acomodó en su escritorio, sus ojos brillando con entusiasmo mientras sus estudiantes se acomodaban en sus asientos. Su voz resonó en el aula cuando anunció el proyecto del día: la preparación de la complicada poción Felix Felicis.
—Hoy nos adentraremos en la preparación de una poción realmente única, conocida comúnmente como 'Suerte Líquida' —informó—. La Felix Felicis es una de las pociones más difíciles de preparar en nuestro mundo, pero para quienes logran hacerlo bien, ofrece una jornada llena de fortuna y éxito.
Slughorn comenzó a explicar en detalle el proceso y los ingredientes de la poción, mencionando que la preparación tardaría horas, e incluso días, en completarse adecuadamente debido a la complejidad y precisión que requería cada paso.
—Los he agrupado en parejas para que trabajen juntos y compartan la carga —dijo con una sonrisa, dirigiendo una mirada significativa a cada grupo que iba formando—. Es importante que confíen en su compañero. Ah, y recuerda, si en algún momento te desvías, puede resultar en un desastre. Pero creo que todos pueden con el desafío, ¿verdad?
A medida que Slughorn anunciaba las parejas, algunos estudiantes intercambiaron miradas ansiosas o emocionadas. Finalmente, llegó el turno de Celeste y Theodore Nott. Al escuchar sus nombres juntos, algunos de los compañeros de clase les lanzaron miradas curiosas, mientras ellos dos intercambiaban una mirada de sorpresa y, quizás, una chispa de anticipación.
Theodore se acercó lentamente a la mesa de Celeste y tomó asiento a su lado, mostrándole una sonrisa casi imperceptible, típica de él. Con una voz baja y calmada, comentó:
—Bueno, parece que trabajaremos juntos otra vez. ¿Has preparado alguna vez algo tan complicado como la Felix Felicis?
La mención de la poción resonó entre ambos.
Celeste alzó la vista hacia Theodore, notando la mezcla de expectación y tranquilidad en su expresión. No era de los que mostraba demasiadas emociones, pero esa pequeña sonrisa dejaba ver algo más de él, algo intrigante.
—Lo he intentado una vez —respondió ella con cautela—, aunque solo llegué a la mitad. La poción es... bastante temperamental —Soltó una risa suave, apenas un murmullo que Theodore alcanzó a escuchar.
—Temperamental es una buena palabra para describirla —dijo Theodore, observando el caldero con cierta seriedad—. Aunque me parece que sabremos manejarla... siempre y cuando estemos atentos —Su voz tenía un toque de desafío, como si ya estuviera listo para enfrentar el reto y curioso por ver cómo lo haría ella.
Ambos empezaron a medir los ingredientes con precisión, siguiendo las instrucciones de Slughorn. Los ingredientes eran raros y caros: escamas de pez león, esencia de ortiga, huesos de rodillo en polvo y una pizca de flores de centaura. Había un orden específico, una secuencia que no podía alterarse. Cada paso debía ser calculado y hecho con cuidado, casi como una coreografía.
Con cada ingrediente que añadían, Celeste y Theodore trabajaban en perfecta sincronía. Ella observó de reojo cómo él vertía lentamente el jugo de escarabajo de fuego en el caldero, y cómo sus movimientos, calculados y suaves, parecían hechos por alguien que había pasado toda su vida practicando pociones.
—Tu técnica es impecable —comentó Celeste, sorprendida por la precisión de Theodore.
—Es una de las pocas cosas que requiere tanta... precisión —respondió él sin mirarla, aunque su tono dejaba entrever un leve orgullo—. ¿Y tú? Parece que tienes experiencia."
Celeste asintió —Mi madre es una excelente bruja en pociones. Aprendí de ella, pero esto... —Hizo un gesto hacia el caldero, donde un vapor plateado comenzaba a formarse lentamente—, esto es otro nivel.
Theodore esbozó una sonrisa ligera, captando la fascinación en la voz de Celeste —Bueno, es algo que no se hace todos los días.
Ella asintió. Estar con él se sentía como un vacío dentro inexplicable. Era como si estuviera a su lado fingiendo que no sentía nada por él. Realmente dolía no poder darle un beso enfrente de todos o tomar su manos cuando más lo necesitaba.
Los pensamientos de Celeste fueron interrumpidos por Slughorn, que anunció el fin de la clase. Sin aguantar más, Celeste recogió lo antes posible para salir del aula, pero un brazo la atrapó a escasos pasos del aula.
—Ya sabes que la poción dura seis meses en hacerla —dijo Theodore, rascando su nuca—, ¿dónde la haremos?
Celeste dudó.
—En la biblioteca los martes, jueves y viernes.
Sin duda, no quería volver a la habitación de Theodore para revivir más recuerdos de los que se podía lamentar, aparte que haría la situación incómoda.
—Está bien, nos vemos mañana, entonces.
Antes de que pudiera decir algo más, Celeste giró los talones sobre sí misma y caminó tan de prisa que, al doblar la esquina, chocó con un torso duro. Celeste sobó su frente, quejándose.
Trató de recobrar la compostura mientras se enderezaba, aún algo avergonzada por el choque. Cuando alzó la vista, Cormac McLaggen le devolvió la mirada con una sonrisa divertida. Él era un estudiante de Gryffindor, conocido por su porte confiado y cierta reputación de ser algo misterioso. Había oído su nombre antes, aunque nunca habían intercambiado más que miradas fugaces en los pasillos o en las clases compartidas.
—¿Estás bien? —preguntó él, observándola con curiosidad.
—Sí, estoy bien. Sólo... tenía prisa por salir de clase —respondió, esquivando su mirada, sintiendo un ligero rubor en sus mejillas.
Cormac arqueó una ceja y se apoyó contra la pared, mirándola con esa misma expresión de interés.
—Ah, ¿de Pociones con Slughorn, verdad? —dijo, cruzando los brazos—. Vi que hoy estaban trabajando en algo complicado.
Celeste asintió, recordando brevemente los momentos compartidos con Theodore, y de inmediato, una sensación de nerviosismo la invadió. No quería que nadie supiera lo que sentía por él; era un secreto que mantenía muy bien guardado, incluso ante sí misma.
—Sí, en Felix Felicis, nada fácil —respondió, intentando sonar casual—. Creo que estaremos ocupados con esto por un buen tiempo.
El rubio rizado sonrió y se inclinó un poco hacia ella, como si estuviera contándole un secreto.
—Espero que tengas paciencia —dijo en tono cómplice—. Pero si necesitas un descanso de los ingredientes y el estrés de la Suerte Líquida, siempre puedes escaparte de la biblioteca un rato, ya sabes... para airearte.
La oferta tenía un tono desenfadado, casi como si fuera una broma, pero Celeste sintió un destello de interés en su mirada. McLaggen parecía estar insinuando algo más. Con una sonrisa tímida, ella asintió, aunque sin comprometerse.
—Lo tendré en cuenta, gracias.
Sin decir más, continuó su camino, dejando a McLaggen con una sonrisa que parecía indicar que la charla no había terminado. Mientras avanzaba por los pasillos, no pudo evitar pensar en lo que había ocurrido en clase con Theodore y en ese extraño encuentro con McLaggen. Cada uno despertaba en ella sentimientos diferentes y contradictorios: la familiaridad tranquila y misteriosa de Theodore y la chispa inesperada de interés en los ojos de Cormac.
Para cuando llegó a la biblioteca, su mente estaba hecha un torbellino. No había podido olvidar la pequeña sonrisa de Theodore, la manera en que sus movimientos suaves y precisos parecían coordinarse a la perfección con los de ella. Pero también le rondaba la posibilidad de que, con Cormac McLaggen, podía estar dejando una puerta entreabierta a algo nuevo y desconocido.
Estaba claro que, con un Gryffindor y un Slytherin en su vida, el próximo semestre en Hogwarts no sería precisamente aburrido.