Vigilar desde el techo de la cámara más alta del palacio se ha vuelto costumbre en las últimas semanas. Casi tres semanas sin Yoongi y me estoy muriendo lentamente de la angustia. No ha vuelto a llegar otra caravana con cuerpos de mis soldados y ese hecho alivia un poco mis nervios, aunque también los aviva a veces.
¿Qué pasa si en realidad están todos muertos y no quedó ninguno para volver y dar la mala noticia?
Yoongi no envió una respuesta a mi carta, aunque no lo esperaba. Casi trescientos hombres marcharon a pelear por nuestro reino y soy plenamente consciente de que algunos ni siquiera volverán para ser enterrados en su hogar.
—Majestad. Uno de los vigilantes de la entrada dice que hay movimiento en el bosque. —Anuncia el guardia que cuida el palacio desde la azotea y me hace compañía mientras estoy en esa misma tarea. —A una milla por el norte.
El muro que resguarda el pueblo y es mucho más alto que él palacio y los vigilantes se mantienen alerta a cualquier señal a la distancia. Los catalejos que los marineros errantes nos obsequiaron en alguna de sus visitas a este lado del océano son una herramienta útil para ver mejor lo que está demasiado lejos y mientras estamos en guerra, poder ver como los halcones es una ventaja.
—¿Qué han visto? —pregunto. Una bola de ansiedad se ha asentado en mi estómago desde ayer por la mañana.
Hubo una tormenta especialmente fuerte al amanecer. Los truenos hicieron vibrar los cristales de las ventanas y el mal presagio de una tempestad temprana se instaló como niebla en todos los habitantes.
Las mujeres vinieron en grupo a verme para hablarme de su angustia y traté de consolarlas lo mejor que pude, a pesar de que mi propia pena era tan grande como la de ellas. La esposa del soldado Jung se me quedó viendo por tanto tiempo y tan intensamente que fue casi incómodo. Ella es una curandera y hace todo tipo de cosas para atender a los enfermos. Desde preparar pociones, coser heridas y atender los embarazos y partos de los nuevos niños que se unen a nuestro pequeño pueblo.
Cuando le pregunté qué estaba mal, sacudió la cabeza y me regaló una sonrisa triste.
En un momento de locura, pensé que quizás ella tenía el mismo presentimiento que yo. Mi general no volvería y yo no podría tener los niños que ella prometió ayudarme a dar a luz cuando llegara el momento.
—Hay actividad en lo profundo del bosque, señor. No se puede ver qué exactamente, pero los pájaros están inquietos en el cielo y las ramas se mueven más de lo usual.
—Hay que estar preparados. Lleva a todos los hombres disponibles a la entrada y esperen a que los vigilantes informen.
El guardia baja de la azotea y yo me quedo atrás un momento, recomponiéndome del vértigo que siento de sólo imaginar lo que puede estarse acercando a mi gente.
Ojalá estuvieras aquí para protegernos, Yoongi.
El pensamiento es inservible, además de que soy muy capaz de defender a mi gente y a mi mismo, pero a veces olvido que también soy un guerrero y me dejo llevar por la necesidad de sentirme a salvo en los brazos de Yoongi.
Bajo y salgo del palacio y me uno a los soldados en la entrada. Llevo el arco y las flechas listos si los necesito. El barro sigue fresco después de la tormenta de ayer y la falda de mi túnica esta empapada de agua y lodo, manchando de marrón el blanco de la seda.
El vigilante con el catalejo da un grito de triunfo después de un largo rato esperando y dos guardias abren las puertas del pueblo. Más adelante, entre los árboles, un soldado, Jung para ser más específico, ondea el estandarte del reino que anuncia que la guerra ha sido ganada. Sangra de la cabeza desordenada y sucia y el brazo libre le cuelga inerte al costado. Detrás de él, más soldados avanzan con las armaduras deshechas, sucios, cubiertos de sangre y demacrados.
Mi corazón late tan fuerte en mi pecho que es como si quisiera salirse a través de mis costillas apretadas. La sangre bombeando me provoca náuseas y me mareo tanto que todo lo que logro es inclinarme a un lado del muro y vomitar lo poco que comí esta mañana.
Dioses.
Mi reino y mi pueblo tienen la libertad que hemos defendido por demasiado tiempo. Se ha derramado sangre, sudor y lágrimas, pero Namjjog sigue siendo de su gente gracias al esfuerzo de sus hombres.
Uno a uno, los soldados entran por las grandes puertas, siendo recibidos por sus familias con los brazos abiertos y llenos de júbilo. Hace tres semanas, más de trescientos hombres salieron en busca de su destino y hoy, regresan a casa poco más de cien. Los conozco a todos y cada uno de ellos.
Jung Hoseok se inclina ante mi y me extiende el estandarte del reino. Tiene manchas de sangre seca y barro, pero es lo más valioso que alguien me ha dado en mucho tiempo, además de mi general que me ha dado amor. Y pensar en Yoongi me hace levantar la cabeza y buscarlo entre los soldados. A pesar de dirigir esta guerra, nunca volvería al frente de los hombres. Esta lucha fue por ellos y se merecen ir al frente.
Cada hombre que regresa a casa se detiene y hace una reverencia frente a mi y luego sigue su camino hacia su hogar. Hasta el último veo al joven Jeon. Tiene la cara llena de hollín y un labio partido. No veo a su padre, el capitán, por ningún lado y tampoco veo a Yoongi.
Siento las náuseas subir por mi garganta de nuevo y aparto la mirada del soldado más joven hacia el camino. No hay nadie más, no quedan rezagados, ni carretas cargando cadáveres.
Jungkook llega hasta mi con pesar en la mirada y se arrodilla en el suelo. No es una reverencia, es algo más.
—No somos muchos, Majestad, pero somos todos los que quedan —dice con la mirada clavada en el barro.
Voy a vomitar otra vez. Mi corazón se parte en pequeños fragmentos filosos que cortan todo a su paso mientras se hacen una pila de escombros en el fondo de mi estómago.
—¿Dónde está tu padre? —pregunto tontamente. Ya sé la respuesta, pero necesito escuchar lo que ha sucedido.
El chico levanta la cabeza y se limpia una lágrima que se mezcla con el hollín.
—Mi padre me sacó del risco justo antes de la explosión. No quedó nada, señor.
El ruido que hacía la gente emocionada se detiene de pronto y no se oye más que el rumor del viento, los árboles y los animales. Veo hacia atrás y todos están en silencio, esperando la respuesta a una pregunta que no he hecho.
—¿El general? —Jungkook niega.
—La noche antes de la batalla me encomendó una tarea, pero no pude cumplir de inmediato. Tuve que quedarme y tratar de ayudar —cuenta en voz baja y solemne—. El general se enfrentó al líder enemigo, Seohan. Evité que matará al general por poco, pero no hubo manera de evitar la explosión. —No sé de qué explosión habla y no creo querer saberlo. —La antorcha estaba demasiado cerca de la pólvora y apenas tuve tiempo de correr cuando el general me dijo. Mi padre cubrió la entra del risco con su cuerpo.
El cielo se abre y empieza a llover de repente. Un aguacero torrencial que envía a todos corriendo para resguardarse. Los heridos llevados a cuestas por sus familiares y yo me quedo allí con Jungkook de rodillas extendiendo un pedazo de pergamino y la trenza de Yoongi.
—¿Por qué tienes el cabello del general?
—Seohan lo cortó con su espada mientras se enfrentaban. Fue lo único que pude sacar cuando corrí... Y esto. —Tomo el pergamino antes de que la lluvia lo empape y lo meto dentro de mis ropas. Puedo distinguir los trazos desordenados de Yoongi y el sello de cera roto. Es el mismo pergamino que yo le envié hace más de una semana. —Me dijo que le dijera que pide perdón por no poder cumplir sus promesas.
A pesar de que la lluvia moja mi pelo y mi rostro, me niego a derramar una lágrima. No hasta que esté en la privacidad de mi alcoba y, aun así, no sé si lo haré. No estoy dispuesto a aceptar que Yoongi me abandonó, que se fue para no volver. Que todo lo que me queda de él es un papel desteñido por la lluvia y su cabello.
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El guerrero del rey |YM|
FanfictionPara el general Min Yoongi, ser un guerrero no es sólo un trabajo. Es su deber como el líder de un ejército y como amante del rey. Park Jimin teme que la guerra le quite al hombre que ama antes de que pueda cumplir todas sus promesas, pero es el rey...