capitulo 3: Ecos del pasado

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El sueño me envolvía como una niebla densa. Me encontraba en un campo abierto, lejos del barro, la sangre y las trincheras. El sol brillaba suavemente sobre el horizonte, y todo parecía extrañamente en calma. Frente a mí, estaba mi hermana. Llevaba el vestido blanco que solía usar los domingos, y su sonrisa irradiaba la paz que tanto añoraba. Por un momento, olvidé dónde estaba, olvidé la guerra. Solo existía ella y la tranquilidad de aquel lugar.

—Karmiz —dijo, con esa voz suave que recordaba tan bien—. Hace tanto tiempo...

Mis labios temblaron al intentar responder. No sabía qué decirle. No sabía cómo expresar el dolor que sentía por haberla perdido.

—¿Por qué te fuiste? —pregunté, con un nudo en la garganta.

Ella no respondió directamente. En cambio, su sonrisa se desvaneció lentamente, como si las palabras que yo esperaba escuchar nunca llegaran. Dio un paso hacia mí, extendiendo su mano, como si quisiera que la tomara. Pero antes de que pudiera moverme, la luz que nos rodeaba comenzó a desvanecerse, y un grito, lejano y distorsionado, rompió el silencio.

—¡Hoffmann! ¡Despierta!

Abrí los ojos de golpe, mi corazón latiendo con fuerza. Estaba de vuelta en la trinchera, y todo el calor del sueño se desvaneció, reemplazado por el frío penetrante de la realidad. Friedrich estaba junto a mí, sacudiéndome con urgencia.

—¡Vamos! Nos están llamando al frente. ¡Rápido!

Parpadeé, tratando de despejarme, pero un amargo sabor se quedó en mi boca. Solo habían pasado tres horas desde que cerré los ojos, y ya me estaban sacando del único lugar donde había encontrado algo de paz, aunque solo fuera en sueños. Me levanté con un gruñido, molesto por la falta de descanso, pero no había tiempo para quejarse. El caos en la superficie nos reclamaba nuevamente.

Fuimos rápidamente hacia nuestras posiciones en la línea del frente. Los informes llegaban en un susurro: las fuerzas de Eissha estaban retrocediendo. Habíamos logrado un avance inesperado, y eso significaba que la lucha se intensificaría. Al llegar a la trinchera, los sonidos de la batalla ya eran ensordecedores. El suelo temblaba bajo nuestros pies con cada explosión.

—¡Todos preparados! —gritó nuestro comandante—. ¡Vamos a empujarlos aún más atrás!

Apreté el rifle contra mi pecho, mientras los disparos de artillería retumbaban en el horizonte. Mi corazón se aceleraba, no solo por el miedo, sino por la adrenalina. Los soldados de Eissha, claramente desorganizados, huían mientras los nuestros los seguían de cerca. Era una carnicería.

Corrí hacia el parapeto, el rifle firme en mis manos. A través del humo y el polvo, pude distinguir a dos figuras moviéndose rápidamente en nuestra dirección, soldados enemigos que trataban de escapar del caos. No lo pensé dos veces. Apunté, disparé, y vi cómo uno de ellos caía al suelo. El otro se tambaleó, tratando de retroceder, pero mis manos ya estaban listas para el siguiente disparo. Un segundo después, otro cuerpo yacía inmóvil.

Mi respiración era pesada, mi mente, un torbellino. No era la primera vez que disparaba, pero cada muerte pesaba en mí como una losa. Sin embargo, no había tiempo para pensar. El avance continuaba, y nosotros teníamos que asegurarnos de que nada se interpusiera.

Mientras nos movíamos entre los escombros de la ciudad devastada, los cuerpos de los soldados enemigos se apilaban a nuestro alrededor. En un momento, mi bota tropezó con algo. Bajé la mirada y vi el cuerpo de uno de los soldados de Eissha. Joven, no mucho mayor que yo. Pero algo junto a él llamó mi atención: un pequeño collar de plata, que había caído de su bolsillo, junto con una fotografía.

Me agaché para recogerlo, sintiendo el peso del objeto frío en mi mano. La fotografía mostraba a una joven mujer, con una sonrisa que me recordaba a la de mi hermana. Sentí un nudo en el estómago. Por un segundo, olvidé dónde estaba, olvidé el sonido de las armas y el olor a muerte. Era solo un hombre, con alguien a quien amaba, alguien que probablemente nunca volvería a ver.

Al lado de la foto, había una carta, manchada de barro y sangre. Apenas podía leer lo que decía, pero las primeras palabras eran claras: "Mi querido amor..."

Las palabras se desdibujaron frente a mis ojos. Apreté el collar y la foto en mi mano, mientras una sensación extraña me invadía. ¿Qué diferencia había entre este hombre y yo? Ambos teníamos personas por las que luchábamos, personas a las que queríamos proteger. Pero ahora, él yacía muerto, y yo seguía vivo... por ahora.

Me levanté lentamente, guardando la foto y el collar en mi bolsillo. No sabía por qué lo hacía, pero algo en mí me decía que esa vida, esa historia, no debía ser olvidada. Con una última mirada al cuerpo, seguí adelante, dejando atrás una pequeña parte de mí con cada paso.

El avance continuaba, pero las sombras de lo que habíamos hecho se quedaban grabadas en nuestras almas.

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⏰ Última actualización: Nov 01 ⏰

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