Capítulo 1

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Mi historia comienza en la ciudad de Tebas, capital de Egipto y residencia de faraones y sacerdotes, aunque también de esclavos. Quizá gran parte de todo lo que me ha ocurrido en la vida se lo debo a haber nacido en la metrópoli, pero quiero pensar que el destino también ha tenido algo que ver; o quizá fuera el destino el que quiso que fuera concebida y criada en la ciudad, preparando el primer paso del que sería su plan para mí.

Nunca salió todo perfecto, simplemente ocurrió como tenía que ocurrir, como los Dioses lo querían. Ahora lo recuerdo todo con nostalgia.

Crecí en una familia de agricultores ubicada en las afueras de la ciudad, donde vivíamos los no pertenecientes a la alta sociedad. Nuestra casa era pequeña, y apenas teníamos espacio para hacer vida allí dentro, así que pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo fuera de esos muros; sólo la utilizábamos para comer y dormir.

Mi padre, Josep, era constructor, pero como no había mucho trabajo en el que se necesitara mano de obra, se dedicaba a cultivar las tierras junto a mi madre, Emma, que era campesina. Mi madre era de Siria; conoció a mi padre cuando se mudó a Tebas, buscando escapar de su familia para construir una nueva alejada de sus orígenes, y lo consiguió. Nunca pregunté sobre ello; supuse que, al decidir huir de sus propios progenitores, no sería un tema de conversación del que quisiera hablar.

Yo nací poco después de que se conocieran, y hacía unos cuatro años vino al mundo mi hermana, Jasmine. Desde su nacimiento, mi padre era el único que trabajaba, ya que mi madre se tenía que ocupar de cuidarnos a mi hermana y a mí, aunque por aquel entonces yo era muy independiente, aun teniendo nueve años, de modo que no me prestaba demasiada atención, dándome libertad para salir a descubrir mundo, o, en este caso, los misterios de la ciudad.

Siempre había sido muy curiosa, y todo lo que fuera misterioso para mí, me llamaba mucho la atención, tanto que podía pasarme horas y horas investigándolo. Estaba constantemente en busca de aventuras nuevas, y gracias a eso conocí a mi mejor amiga: Ruslana.

     19/06/2025 (Presente)

Detengo mi lectura inmediatamente cuando por el rabillo del ojo logro ver una mano levantada al final de la sala. Despego la mirada del diario y la fijo en ese brazo que sobresale entre el público, provocando que todas las personas se giren a mirar a la chica que acaba de interrumpir la lectura nada más empezar.

—Disculpe por mi interrupción, es que...

—No te disculpes, prefiero parar la conferencia para resolveros todas las dudas que tengáis, antes que no hacerlo y que os vayáis de aquí con mil cuestiones.

—Muchas gracias.

Me lo agradece, pero aun así no vuelve a hablar. No sé si está pensando en lo que va a decir para formular bien la pregunta, o en si me está tomando el pelo y lo único que quería era detener la lectura. Prefiero pensar que es lo primero, porque no creo que alguien haya venido a una conferencia tan seria para hacer la gracia, además, prefiero pensar bien de la gente, nunca sabes lo que está pasando por su mente.

Después de un buen rato, su cara cambia de expresión, como si ya le hubiera dado forma a la frase en su cabeza.

—¿Por qué tienen nombres tan normales? Me refiero, la chica ha dicho que sus padres se llaman Emma y Josep, y son nombres que les podría poner perfectamente a mis hijos. Yo pensaba que todos los egipcios tenían nombres raros, como Nefertiti. Perdón, Nefervivi.

—Realmente es al revés —respondo pensando en lo buena pregunta que es, porque es algo muy básico pero que, si no has estudiado con detenimiento la sociedad egipcia, no puedes saberlo—. Toda la población de Egipto tenía nombres corrientes, como los nuestros, pero las personas que quedaban reflejadas en los registros, es decir, la alta sociedad, cambiaban sus nombres como símbolo de poder, y en el caso del faraón, como muestra de su contacto con lo divino.

En las estrellas || KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora