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CAPÍTULO 1

Por el serpenteante sendero, una figura juvenil avanzaba con rapidez. Era una joven de constitución frágil y menuda, cuya apariencia contrastaba con el vigor de sus movimientos al cabalgar a través de las colinas cubiertas de brezo y los montes escarpados mientras el viento arremetía contra ella con un bramido feroz. Al final de su camino se alzaba el castillo de muros macizos y musgosos, que parecían desafiar el castigo de los vientos fríos de las tierras fronterizas del reino Arkonia.

Al llegar a la entrada, un guardia de rostro duro y mirada penetrante se adelantó. Su mano descansaba sobre la empuñadura de su espada y sus ojos recorrieron a la joven con una mezcla de recelo y curiosidad mientras ella desmontaba con un movimiento firme y ágil. Sin vacilar, la joven extrajo de su bolsa una carta sellada y, con un aire de altivez serena, la entregó al guardia. Este tomó el pergamino con desgana y comenzó a leer, frunciendo el ceño a medida que avanzaba en la lectura, sus ojos levantándose cada tanto para observar a la recién llegada.

—Daria de la casa de Meida...—murmuró, alzando una ceja con una mezcla de sorpresa y desdén—. Así que vienes de una de las grandes familias... y dices que te envían para unirte al ejército del señor Alvar —su tono rezumaba escepticismo, mientras su mirada la escudriñaba de pies a cabeza, desde las botas hasta el rostro.

Daria apretó los labios, conteniendo con dificultad el desprecio que aquel recibimiento suscitaba en su fuero interno. No estaba acostumbrada a que un guardia cualquiera osara tratar con tal falta de respeto a alguien de su linaje.

El guardia, adivinando su incomodidad, esbozó una sonrisa burlona y agregó, con un tono que parecía más burla que advertencia—. Te queda mucho por aprender acerca de la vida en estas tierras de frontera. —Enrolló nuevamente la carta y, señalando una robusta puerta de hierro custodiada por otros dos soldados, añadió—.Adelante, muchacha. Ve por esa puerta y preséntate, allí encontrarás al oficial de reclutamiento.

Sin más, Daria inclinó apenas la cabeza, reprimiendo el ardor en su mirada, y avanzó hacia la puerta señalada. 

La joven cruzó el umbral del recinto oscuro, y sus ojos tardaron un instante en adaptarse a la penumbra que reinaba en aquel lugar. Ante ella se hallaban dos hombres, uno de ellos, el oficial responsable del reclutamiento, de porte rígido y formal, y junto a él, un hombre cuya presencia resultaba tan opresiva como la misma habitación. Era una figura rotunda, de obesidad ostentosa, y en sus facciones se advertía el rastro de una vida entregada a los placeres sin medida. Su cuerpo desbordante era más que una simple muestra de opulencia, encarnaba la soberbia y el abandono de quien ha vivido en el exceso. Su sonrisa torcida, lejos de suavizar su semblante, añadía un aire de burla sombría, sostenía una copa de vino en su mano mientras conversaban entre ellos.

Fue en ese momento cuando su atención se posó en la recién llegada.

—¿Quién eres? —preguntó con voz ronca, sin ocultar el tono de desprecio que teñía sus palabras.

—Soy Daria de la casa de Meida, he venido para unirme a la lucha contra los clanes —respondió la joven, con la firmeza de quien está dispuesta a demostrar su valor pese al recelo que percibía a su alrededor.

Una mueca de falsa bienvenida cruzó el rostro del hombre mientras él, inclinándose apenas, respondió con tono áspero.

—Bienvenida, joven. Yo soy Kal de Kanun. Así que has venido a defender la frontera de Arkonia, ¿eh? —Su mirada, penetrante y desdeñosa, recorrió a Daria examinándola. Observaba cada detalle, cada gesto, cada pliegue de su ropa, como si su mirada intentara desnudar sus secretos, sus miedos y, sobre todo, sus debilidades.

Venganza en la fronteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora