CAPÍTULO 2

El caos envolvía el claro donde la patrulla luchaba por sus vidas. Daria se movía con dificultad entre el barro y las sombras de los árboles, el sudor mezclándose con la sangre que salpicaba su rostro. A su alrededor, el sonido de las espadas chocando y los gritos de los heridos creaban un estruendo ensordecedor que parecía desdibujar el mundo.

A unos metros de distancia, Drean, combatía con ferocidad. Su espada se alzaba y descendía como un rayo, derribando a los guerreros del clan que se atrevían a enfrentarlo. Pero había demasiados. En un instante que a Daria le pareció eterno, vio cómo un guerrero se puso delante de Drean.

Drean paró de combatir y le miró asustado.

—No... no es posible... Tú... habías muerto... no puedes estar aquí.

—¡Drean! —gritó Daria, el terror atrapando su voz en la garganta.

Sin pensar, se lanzó hacia él, dispuesta a socorrerlo. Pero antes de dar más de dos pasos, un guerrero surgió de la maleza frente a ella, su rostro pintado con símbolos tribales y sus ojos llenos de furia. Con un rugido, blandió un hacha en su dirección.

Daria alzó su espada instintivamente, apenas bloqueando el golpe que le habría partido el cráneo. Retrocedió tambaleándose, con los brazos temblando por el impacto. El guerrero no le dio respiro, atacándola con una rapidez y fuerza que la obligaron a retroceder aún más. Cada paso la alejaba del cuerpo de Drean, que yacía inmóvil sobre el suelo.

Otro enemigo apareció a su lado, cortándole el paso. Daria giró para defenderse, bloqueando por puro instinto, pero el miedo y la desesperación nublaban su juicio. Estaba acorralada, y la certeza de su inexperiencia pesaba en cada movimiento.

—¡Retrocedan! —gritó uno de sus compañeros, lanzándose en su ayuda.

Daria aprovechó el momento para respirar, pero no podía apartar la mirada del lugar donde Drean había caído. La lucha la arrastraba cada vez más lejos, y con cada paso, sentía que la distancia entre ella y el veterano era un abismo imposible de salvar.

El panorama era desolador. Los cuerpos de los soldados de Arkonia comenzaban a acumularse, y los que aún quedaban de pie mostraban rostros marcados por el agotamiento y el miedo, los clanes los cercaban como lobos hambrientos, golpeando con una ferocidad implacable. Cada momento que pasaba parecía confirmar la derrota.

Entonces, como si el destino interviniera en el último instante, un sonido grave rompió el aire, el cuerno de una patrulla amiga. El eco resonó sobre el estruendo de la batalla, llenando el bosque de un temor distinto. Los guerreros de los clanes vacilaron, sus movimientos ralentizándose, y luego, como si una orden invisible los hubiese alcanzado, comenzaron a retirarse, deslizándose entre la maleza como sombras.

El sonido de los cascos galopando se acercó rápidamente. Un grupo de jinetes apareció entre los árboles, encabezado por una figura que irradiaba liderazgo. Alaina emergió al frente de la patrulla, montada en un imponente corcel negro. Su cabello recogido en una coleta práctica y rostro marcado por cicatrices de viejas batallas, sus ojos se movían con rapidez, evaluando laescena.

—¡Tropas, avancen! ¡Recojan a los heridos y no pierdan un segundo! —ordenó con voz firme, mientras desmontaba de un salto. No esperó respuesta, sabía que sería obedecida.

Supresencia sola parecía infundir nueva energía a los soldados agotados. Sin vacilar, se dirigió a Daria, quien aún sostenía su espada con manos temblorosas.

—¿Estás herida? —preguntó con la eficiencia de alguien acostumbrada a sobrevivir al caos.

—No... no, señora —respondió Daria, intentando recuperar el aliento.

Venganza en la fronteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora