Sigo preguntándome, si es que ni inspiración tengo, ¿por decidí empezar a escribir? A pesar de ser algo que me gusta mucho, no tengo talento. Yo creo que quien escribe es alguien que tiene que saber lidiar con las palabras, apreciarlas a cada una de ellas y utilizarlas para que lleguen al lector. Un escrito frívolo, que su interlocutor no entiende, para esta escritora sin experiencia, no tiene valor. ¿Pero quien soy yo para juzgar lo que escriben otros, soñadores como yo, llenos de ideas, que se adentran en el mundo de las letras, tan misterioso y atractivo? Nadie. Una más entre otros miles. No comenzaré a filosofar antes de contar lo que nos atañe, querido o querida, que está tras el monitor. Me corrijo en caso de errata, por si no estás frente al ordenador y utilizas tu móvil o tablet, cosa que no sería de extrañar.
En cuanto a la pregunta que hice antes, que es más bien, causa de mi falta de confianza, creo que he de atreverme a responderla yo misma y dejar de lado pensamientos que están fuera de lugar. Yo sé, aunque mi futuro parece no estar marcado por ello, que soñaba con plasmar mis emociones en un libro y convertirme en escritora. Por muchas otros sueños que tuviese, el deseo de escribir permanecía. Nunca me consideré alguien de letras, porque amaba con devoción los misterios del mundo y ansiaba el conocimiento del ser humano en los números y la ciencia. Sin embargo, detrás de esto, estaban los libros y las letras, susurrándome desde la estatería que me dejara llevar a su mundo. Y disfruté cada uno de sus placeres, siendo acompañada todas las noches de mis queridos amantes. Ellos susurraban dulces palabras en mi oído y yo me dejaba conquistar por ellas. Pero llegó el día en que no fue suficiente. Golosa, tal y como era, necesitaba más ideas que volarán mi imaginación. Pero esta gula no comenzó solo con Agatha Christie y Los diez negritos, sino con un deseo de cambiar al mundo.
Desde pequeña, me había dado cuenta de que los demás me miraban con recelo, y a pesar de saber el porqué, utilicé mi inocencia para que nadie supiera que sabía de ello. Muchas veces escuchaba a los padres de otros niños susurrar cuando pasaba, preguntándose que era aquello que tenía. Mis compañeros de clase, curiosos como son los niños, pregutaban sin vergüenza alguna, que era lo que tenía alrededor de mis ojos. Al principio, me incómodaba, porque ni yo sabía que era. Había ido al médico en muchas ocasiones, pero ni madre ni yo sabíamos que era. Ninguna de las dos recordaba el nombre y hacíamos como si en realidad no existiera. Solo tenía que seguir el tratamiento, que consistía en unas cremas solares que protegían mi piel e "impedían"-según mi madre- que se me extendiera. Obviamente, eso no era cierto.
Con el tiempo, ya no pude hacer apelo a la ignorancia y acabé siendo objeto de burlas de muchos niños y además, empecé a estar consciente de lo que era la realidad. Ya no podía hacer como si no existiera. Me convertí en todo eso que rechazaba creer. Y solo tenía diez años. Me duele pensar en la yo de esa época, esa niña de diez años debía jugar y ser feliz, no odiar lo que veía en el espejo. Pero la vida enseña a todos lo que es la crueldad. Ahora, que me paso horas frente al ordenador, leyendo artículos de interés o en alguna red social, me doy cuenta de que hay más niñas de diez años odiando su reflejo. Lo que ellas han caído en los estereotipos de la mujer perfecta. No puedo considerar que lo que me preocupaba en aquél entonces fuera mi cuerpo, sino la piel que lo envolvía. Tiempo después, durante la pubertad, consideré hacer desaparecer mi vitiligo con cicatrices, que no me atreví a hacer. No quería más manchas de las que tenía, no quería más heridas que mis caídas. Quería dejar de torturame y ser algo. Cómo los protagonistas de las novelas de fantasía, quería ser una heroína.
Ahí fue, cuando me aventuré en el mundo del escritor, escribiendo en un diario viejo que me regalaron hace tiempo. Acabé una historia y comencé otra, y después de esa hubo otra más. Los cuadernos empezaron a amontonarse. Entonces encontré una página internet, que tenía historias de una serie que me encantaba. Leí muchísimo y poco después de un año, me atreví a hacerme una cuenta. Para ese entonces había creado ya varias historias, pero solo publiqué una. A mi pesar, no tuvo demasiado éxito, pera la finalicé y me sentí orgullosa. Tres personas comentaron y me dieron su opinión, todas ellas muy positivas. Eso me recofortó y dió confianza. De alguna manera debía comenzar.
Esto coincidió con la época en la que entré al instituto. Mi hermana mayor había ido al mismo, pero yo estaba asustada y pensaba que los pocos amigos que tenía en primaria, desaparecerían para siempre y estaría sola. Que equivocada estaba. Bueno, en realidad, acerté una parte. Los pocos amigos que tenía en primaria desaparecerían, pero aparecerían otros que de verdad me aceptarían y tratarían como una más. De los viejos compañeros solo quedó una, Marta. Y estoy contenta de que así fuera. No habría otra que me aceptara en el colegio de manera más sincera que ella ni que siguiera llamándome para ver como estaba. Las conversaciones siempre eran largas y divertidas, de esas que nunca quisieras acabar. Pero, a pesar de que ambas amabamos estar juntas, el destino no quería juntarnos en el mismo lugar. Al igual que para mi el instituto fue una via de escape y me ayudó a ser yo misma, el instituto la cambió e hizo que ocurriera lo contrario con ella. A la vez que yo me abría, ella se cerraba. Admito que lloré cuando se fue, a veces me deprimo cuando la recuerdo, sentada a mi lado, mientras cuchicheabamos sobre chicos en clase de historia. Sin embargo, ella me ánima a ser cada vez más abierta. Era mi apoyo en todo. Bastaba una palabra de aliento suya para que reaccionara. Ella no lo sabe, pero también fue motivo de imspiración para mis historias. Aunque tampoco sabía mucho de ellas, puesto que para mi, todo lo que escribo habla de como me siento y cómo soy, cosa que la gente a mi alrededor desconoce, a pesar de intentar abrirme, aum no soy capaz de dejar que vean a mi verdadero yo del todo.
He pasado por demasiadas cosas desagradables. Las personas son hipócritas y piensan demasiado en las apariencias. Cómo lo que se debe decir para que no piensen mal de ti y gustarles. O la manera de vestirte. Cosas así, me enferman. Odio que juzguen a alguien sin conocerlo. Y lo diré. Gritaré al cielo con el corazón latiendo en mi garganta y haré resonar con fúria mis cuerdas vocales. Seré directa y sincera, por mucho que duela la verdad.
Después de todo esta chachara y de haber recordado porqué comencé a escribir, quiero dar respuesta a algo. Porque ahora mismo no me creo capaz de decir nada. Yo, que siempre he sido insensible y directa, sin pelos en la legua, que no he dejado que me afecten los insultos y burlas, no sé que responder.
Porque en toda mi vida no ha habido nadie que me lo dijera.
-Hey, Antifaz, ¿Sabes que eres preciosa?
Y con eso empezé otra historia.