Desde el verano pasado, habían acontecido varios sucesos importantes en mi vida. Por ejemplo, el primer viaje a Murcia, de donde era mi padre, después a Granada, de donde era mi madre. De ambos disfruté. De Murcia, me llamó la atención la comida y el ambiente. En cambio, Granada alegró mis ojos con sus monumentos y lugares históricos, cómo la Alhambra.
No tenía ni idea de lo que pasaría al comenzar un nuevo año escolar. Otra vez permitía que los cambios vinieran y les sonreía feliz, porque veía cada cambio como algo bueno. El bachillerato de ciencias era mucho más de lo que imaginaba. Los primeros exámenes los pasé de codos, al igual que el resto de mis colegas, pero con bastante facilidad. Nunca me había costado estudiar y el tener mi propia pizarra en mi lugar de estudio, solo hacia más cómodo cultivarse. No fue hasta que una tarde, subiendo la escalera a mi piso, que me encontré con mi vecina. Era una mujer amable, algo regordota y con mejillas resaltadas por el maquillaje. Como siempre que me la encontraba, empezamos a conversar. Me contó que su sobrino, que tenía mi misma edad, aun dudaba de que ser en el futuro, pero estaba pensando estudiar ciencias como yo. Dije alguna broma sobre el tema, pero luego me vi con prisa, el reloj iba demasiado rápido cuando se tiene una ánimada charla. Antes de que me fuera, dijo que a lo mejor lo conocería, porque se iría a vivir con ella dentro de poco. Mostré sorpresa, pero no alegué a preguntar por detalles y me despedí de la señora, quien se encerró en su piso dando un portazo.
No me volví a encontrar con ella hasta una semana después. Ese día salía hacia el instituto bastante contenta de no tener ningún examen. Además, me había acabado de ver un capitulo de una seria muy buena y estaba deseando compartir opinión con alguien. Mi vecina salió de su casa a la vez que yo. Nos saludamos y empezamos a bajar las escaleras mientras conversábamos. Entonces me anunció la llegada de su sobrino esa tarde y que seguro que me gustaría, según decía, era muy guapo.
Durante el camino de ida, me encontré pensado como seria. Si se parecía un poco a su tía seguro que sería simpático. Pero la vida nunca te da un sí seguro.
Por el camino me topé con una amiga, Noa, quien caminaba despistada, como siempre, mirando hacia el frente con sus cascos puestos. Nada más acercarme, pude escuchar la inconfundible voz de Matt Tuck por el auricular, el cantante principal de una banda que me encantaba, Bullet for my valentine.
Noa había sido la que me había introducido en el mundo del heavy metal y una de las chicas que me empezó a hablar, aunque estuviésemos en diferentes clases. Ambas compartíamos mesa en el taller de música, ella tocando la guitarra y yo el piano. Hicimos pareja varias veces, y gracias a nuestra combinación, habíamos conseguido el título del mejor duo del taller de tarde.
El pelo rojo de mi amiga se ondeaba a su paso, era rojo vino tinto, mi color favorito, del que había prometido teñirse en mi honor semanas atrás si superaba el examen de matemáticas que había ayudado a estudiar. Pensé un momento que haría para sorprenderla, yo gustaba de asustar a mi amiga cada vez que me la encontraba despistada por la calle, era mi manera de despertarla por las mañanas. Me acerqué y posiciné a un lado, sin que me notara, y golpee su hombro contrario. Enseguida se giró hacia allí y aproveché para arrebatarle el auricular y colocarlo en mi oído. Al notar que alguien tocaba su oreja dio un pequeño brinco, haciendo que tropezara, pero agarré su brazo antes de que cayera al suelo.
-Veo que ya estas despierta.-sonreí altanera, esperaba que Noa me reclamase por mi broma, pero solo negó con la cabeza y suspiró, llevándose una mano al pecho.
-Si, gracias, eres mejor el café.-respondió frunciendo el ceño, se recolocó su mochila y me arrebató el auricular.-Pide permiso, estaba en la mejor parte. Derribaste completamente los muros de mi palacio mental.