Martha

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El chapoteo de las botas en los charcos daba cierto placer. Una pieza melódica breve, pero que sobresalía entre todo el silencio de la calle Soulton. Las hojas ya teñidas en tonos de otoño parecían querer sumarse al espectáculo, entonces el viento las hacía danzar suavemente hasta que terminaban en el asfalto engullidas por el agua, satisfechas de haber completado un ciclo. A eso mismo pensaba aspirar Martha. Ella buscaba completar la última tarea de su lista y sentirse tan realizada como aquellas hojas que habían acabado su viaje. El momento estaba cerca, pero desde luego no llegaría si caminaba a ese ritmo mientras se distraía en esa calle. Así que la melodía cambió el tempo.
Martha se había ensuciado las botas de barro, y no se dio cuenta hasta que llegó a la tienda. Al mirar hacia abajo y encontrar sus botas nuevas en ese estado suspiró con lamento. Para una vez que se compraba zapatos justo tenía que llover durante toda la semana. Pero no era momento de maldecir al hombre del tiempo de la tele que no avisó de las precipitaciones, pues no había nadie en la tienda, por lo que ya era su turno en la caja.
Qué extraño.
Martha salió cargada con tres bolsas, convenciéndose a sí misma de que podría cargar con todo. Lo que no le pesaba era la cartera, y tampoco la satisfacción que pensaba que sentiría en un principio. Estaba cansada, pero aún sacaba fuerzas para cargar la compra y para mantener esa sencilla expresión en la cara. Y así volvía a recorrer esa calle.
Ella llevaba allí años, y nunca había visto nada fuera de lo común. Solo gente de un lado para otro que iba con las cabeza fija en sus objetivos, abstraídos del resto de personas. En sus burbujas.
Pero esa mañana, una casualidad había decidido presentarse. Martha vio, al otro lado de la calle, un alma azul. No recordaba siquiera cuando había sido la última vez que  se encontró con alguien que no tuviese el alma gris. Paró en seco, y casi tiró las bolsas de lo sorprendida que se encontraba en aquel instante. Permaneció allí plantada con los ojos muy abiertos, expectante. Muda.
«Ve», se dijo.
Y ella fue todo lo rápido que podía ir con aquellas bolsas pesadas. Corría y apretaba los dientes deseando ir más rápido—aunque tampoco sabía por qué—, hasta que estuvo a unos metros de alcanzar a esa figura. Entonces presenció algo que la marcó durante mucho tiempo. Se apagó. Martha, con sus propios ojos, vio cómo el alma azul de una mujer tornaba a gris.
Y ahí sí tiró las bolsas.

Blanco oscuro casi grisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora