El Último Resplandor Dorado

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En lo más profundo del océano, donde la luz apenas penetraba y el silencio envolvía cada rincón, se encontraba el reino de los sirénidos. Este reino era conocido por su belleza, su serenidad y por los habitantes de cola dorada que resplandecían como el mismo sol bajo el agua.

Dos de esos seres extraordinarios eran el príncipe Arion y su hermana, la princesa Lyra. Desde que nacieron, sus destinos estuvieron unidos, no solo por la sangre, sino por un vínculo tan profundo y misterioso que parecía desafiar las leyes del tiempo y el espacio.

Arion y Lyra crecieron compartiendo todo: desde sus primeras brazadas bajo el agua hasta sus secretos más profundos. Arion, el hermano mayor, era fuerte y valiente, con un espíritu protector que irradiaba paz y seguridad.

Su risa resonaba como el eco de las olas, y su presencia infundía calma en todos a su alrededor. Lyra, en cambio, era la suavidad misma, con una voz melodiosa y una mirada profunda, siempre llena de pensamientos y sentimientos que raramente compartía por completo.

Desde pequeños, escucharon rumores de una profecía antigua, una advertencia grabada en los pilares del templo sagrado. Esa profecía, incomprensible para ellos en su infancia, hablaba de un sacrificio necesario para mantener el equilibrio de los mares.

Uno de ellos, decía la profecía, recibiría el don de la inmortalidad, mientras el otro debería desaparecer, ofrendando su esencia al océano eterno. Este presagio oscuro flotaba siempre en la distancia, una sombra que sus corazones jóvenes no podían comprender ni aceptar.

Pero el tiempo, implacable, siguió su curso. Arion y Lyra crecieron, y con ellos sus deberes y sus destinos. A medida que Arion se convertía en un líder firme y seguro, Lyra sentía en su corazón un vacío inexplicable, una premonición que crecía con cada marea.

Era como si una voz le susurrara desde las profundidades, recordándole su destino, recordándole que su existencia estaba ligada a algo más allá de ella misma.

Sin embargo, Lyra nunca compartió esta angustia con Arion. En cambio, lo acompañaba en sus responsabilidades, compartía con él su risa y su serenidad, sabiendo que esas pequeñas alegrías eran efímeras, pero queriendo saborearlas hasta el último momento.

Por las noches, cuando el reino dormía, Lyra flotaba en el agua fría y silenciosa, dejando que las corrientes acariciaran su rostro mientras imaginaba una vida más allá de la profecía.

Su deseo de libertad, de un destino diferente, se entrelazaba con un amor profundo por su hermano. Sabía que, de alguna manera, su felicidad y su sufrimiento estaban irremediablemente entrelazados.

A veces, en esos momentos de soledad, recordaba la primera vez que Arion le había hablado sobre el amor. Había sido durante una celebración en el reino vecino, donde Arion conoció a una hermosa sirena de ojos oscuros y sonrisa cautivadora.

Lyra, aunque se alegraba por él, sintió una punzada de dolor en su pecho, un dolor que nunca llegó a entender por completo. Era como si la presencia de esa sirena amenazara con robarle algo esencial.

Aquella noche, mientras escuchaba a Arion hablar con entusiasmo sobre sus sentimientos, ella solo podía sonreír y asentir, ocultando su tristeza detrás de una máscara de alegría.

A partir de entonces, Lyra comenzó a distanciarse poco a poco. No quería cargar a su hermano con sus inseguridades, ni hacerle sentir que su amor debía estar dividido entre ella y alguien más.

Su amor por Arion era tan profundo que prefería sufrir en silencio antes que interferir en su felicidad. Y así, mientras Arion se sumergía en la emoción del amor, Lyra se hundía en el abismo de la soledad, enfrentando los susurros de la profecía y el peso de sus propios sentimientos.

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