El cuarto amarillo y Sarah.

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Amarillo, un tenue y liso color amarillo que cubría toda una habitación, eso era lo que Lucas observaba en silencio. Ya se había hecho rutina para él. ¿Qué más podía hacer? De día, la rutina transcurría como siempre lo había hecho: escuela, tareas, amigos, pasatiempos, nada extraño, nada digno de mención especial. Pero desde hacía una semana que cada noche soñaba lo mismo: cuando se daba cuenta, se encontraba en un cuarto amarillo con paredes perfectamente lisas y una única salida, la cual si bien tenía una forma rectangular vertical, como si una puerta fuera a estar allí, era hueca. Del otro lado de este agujero se divisaba un pasillo y, al asomarse por él, Lucas podía ver cómo se extendía infinitamente, con lo que parecían ser muchos cuartos similares a lo largo. Se trataba de una situación sumamente desagradable, lo cual generaba en el joven un sentimiento de persecución, le hacía pensar que en cualquier momento alguien o algo se acercaría al marco de la entrada y por eso siempre se quedaba mirando el hueco fijamente hasta que despertaba.

Su noción del tiempo se volvía confusa mientras estaba allí; nunca sabía si habían pasado minutos u horas desde su llegada. Esto, combinado a factores como la sensación de hallarse en un espacio sin límites y la ausencia de cualquier sonido salvo los que él mismo producía, no podía sino aumentar aún más su ansiedad. Pero lo peor, a su juicio, era que no podía despertar a voluntad. Cuando uno tiene un sueño, razonaba consigo mismo, el solo hecho de darse cuenta suele ser suficiente para poder despertar. No era este su caso. Ni siquiera tenía noción de cuándo el sueño "terminaba", sino que pasaba en un parpadeo de estar mirando la entrada a encontrarse en su cama con la luz de la mañana entrando por la ventana.

Esta situación atípica lo tenía, naturalmente, consternado. Pero también despertó en él la proverbial adaptabilidad humana, esa capacidad que consigue que la recurrencia de un mismo entorno, aunque sea hostil, termine por generar curiosidad. El miedo al extraño espacio amarillo persistía, pero no evitaba que una pregunta se repitiera cada día con más fuerza en la cabeza de Lucas: "¿habrá algo más en este lugar?".

Sus primeras exploraciones fueron tímidas. Varias veces caminó unos pasos por el largo pasillo, se arrepintió en seguida y volvió a su cuarto hasta despertar. Un día, sin embargo, decidió seguir caminando recto. Entonces la vio, en una de las tantas intersecciones que aparecían constantemente: vio, por el rabillo del ojo, pasar y desaparecer una forma blanca, una persona, aunque no pudo distinguir mucho más. Al instante la siguió y, al doblar por la esquina donde había desaparecido, se paró en seco, sintiendo que el corazón se le salía del pecho. Tenía allí, justo enfrente, a una chica descalza, cubierta por un vestido blanco, con el cabello tan largo que le llegaba al suelo y ojos de un color negro profundo. Lo miraba sonriente.

―Por fin me encontraste ―exclamó tras un corto silencio, con las manos en la espalda y un tono sumamente alegre.

Lucas no entendía el comportamiento de la chica pero sentía que tampoco era importante que lo hiciera, después de todo tanto ella como el espacio amarillo en su totalidad no eran más que un producto de su mente, la cual a su vez era tan compleja que nadie podría nunca entenderla del todo... ¿o quizás sí? De repente se le ocurrió que tal vez esta nueva persona fuera una manera única de interactuar con su propio subconsciente, ¿y quién sabía qué cosas nuevas podría descubrir mediante ella? Así que durante las noches siguientes se ocupó en hablar con esta chica llamada, según ella mismo le dijo, Sarah. Dedicó bastante tiempo a intentar recordar si el nombre había aparecido alguna vez en su pasado, pero no logró que se le viniera nadie a la cabeza.

Prácticamente de un día para el otro, todos esos sueños extraños e inquietantes fueron reemplazados por algo más alegre y reconfortante. Ahora, cada vez que aparecía en el cuarto amarillo, Lucas encontraba a Sarah a su lado. Ambos sentados contra la pared, él le hablaba de básicamente cualquier cosa, de la escuela, de sus amigos, de pasatiempos, mientras ella apoyaba las manos en su rostro sonriente y escuchaba con atención. Un día, el chico se dio cuenta de que estas conversaciones eran muy unilaterales, pues ella nunca hablaba de sí misma, los temas de conversación giraban siempre en torno a él. Razonó que era algo lógico, pues Sarah no era más que un producto de su mente y no existía como ser individual, no tenía un un verdadero trasfondo que contar. Aun así, una noche decidió hacerle una pregunta, la más simple y concreta posible:

―¿Quién eres?

La expresión usual de Sarah cambió de inmediato. Su semblante se volvió serio, se paró, le dio la espalda a Lucas y ladeó la cabeza a un lado, como si estuviera pensando qué responder. Tras unos segundos de espera, se dio vuelta otra vez y respondió:

―Te lo puedo decir, pero promete que vas a entenderlo.

Él asintió. Ella volvió a acercarse y le susurró la respuesta al oído. No fue este un susurro normal: en lugar de palabras concretas fue información, muchísima información, algo difuso pero a la vez visible, lo que fue transportado a la mente de Lucas con ese susurro. Se escuchó en seguida un grito ahogado y lágrimas empezaron a brotar sin parar de los ojos del joven, a la vez que se alejaba horrorizado de la "chica" que en su mente ya no era tal, sino algo que nada más podía describir como "Eso". Sarah no pudo evitar mostrar una expresión de decepción. No habló, pero Lucas escuchó su voz en la cabeza:

―Pensé que lo entenderías... Qué lástima...

Empezando por justo debajo de ella, el cuarto amarillo comenzó a deshacerse como si fuera una cáscara ocultando algo: Lucas pudo ver entonces con horror el espacio sin límites, el cosmos rodeándolo. Los ojos de Sarah ya no eran negros, sino amarillos, y el joven entendió al verlos que ese extraño lugar que había estado visitando por tanto tiempo no era más que una extensión de aquel ser.

6:30 a. m. - Camila pasa por la vereda camino a la escuela.
6:50 a. m. - Un perro ladra a unas calles de distancia.
7:25 a. m. - Un gato blanco con manchas marrones se detiene en la calle un minuto, luego entra a una casa.
8:40 a. m. - El vecino sale de su casa y antes de irse su mujer le grita que olvidó algo.
9:50 a. m. - El cartero deja la correspondencia.
11:20 a. m. - Un vendedor ambulante pasa por el barrio.

Lucas miraba atentamente por la ventana que daba a la calle desde su habitación en el segundo piso. Hora tras hora, cada evento de esa mañana transcurría tal y como lo había anticipado, como ya sabía que sucedería. En su mano derecha sostenía un cutter cuya hoja no dejaba de abrir y cerrar, pensando sin parar en qué decisión tomar. Sentía que ya no podía con la realidad, no el sueño ni la "realidad" que en ese mismo instante lo rodeaba, sino la verdadera realidad. Para sus pobres ojos humanos, todo se había vuelto un sinsentido.

Preso de impotencia, ahogado por una ansiedad incontrolable, colocó el cutter en su cuello... y lo lanzó súbitamente al suelo. Cerró los ojos y pensó en el lugar que había dado origen a todo aquello. No tardó mucho en sentirlo otra vez en su cuerpo y en el ambiente; abrió los ojos y se hallaba otra vez en el cuarto amarillo. No se sorprendió, ya sabía que nada de eso era un sueño. De nuevo tenía a Sarah frente a él, mirándolo con una sonrisa de complicidad, no alegre, sino de satisfacción.

―Veo que al menos te esforzaste un poco.

Lucas no dijo nada. Se limitó a asentir, a seguirla y a perderse en la inmensidad de los pasillos, de sus ojos. Nunca nadie volvió a saber de él.

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