2

148 25 5
                                    

Fina llegó el día 19 iniciada la pandemia. Usaba un saco largo negro y unos pantalones azules que resaltaban sus caderas; un top blanco que dejaba su trabajado abdomen al descubierto. Su abundante cabello negro enmarcaba una cara femenina y dulce. Recordé una peca sobre el labio, tan suya, que debía estar oculta por la mascarilla. Sus ojos oscuros me miraron con curiosidad, con asombro. "Vaya que has crecido" fue lo primero que dije al verla y mis palabras torpes y atropelladas llenaron el silencio.

"Son muchos años sin vernos, supongo, — encogió los hombros y miró el suelo sin responder —¿12 años tal vez? He estado tratando de pensar cuándo fue la última vez que estuvimos juntas, que nos vimos, quise decir". Me apresuré a corregirme y me moví de la puerta dejándole pasar. Y el silencio volvió a aparecer.

Fina cruzó el umbral de la puerta cargada de mochilas y maletas. Toda su vida a la espalda. Nos quedamos unos segundos mirándonos, reajustando lo que cada una había imaginado en estos años de la otra. Admiré la mujer hermosa en la que se había convertido; mi mirada la recorrió reconociéndola sin pudor. Ella debió sentirlo porque sus mejillas se tornaron rojas en cuanto mis ojos volvieron a los suyos.

Tomé algunos de sus bultos y le ayudé a ingresar al departamento. "Vamos, te enseñaré tu habitación y luego el departamento". Asintió admirando el departamento, no ocultaba su entusiasmo.

Nada más subir le señalé la puerta cerrada de mi habitación — Mi habitación es esta, y la tuya justo al final del pasadizo, antes del baño- dije abriendo la puerta y haciéndole entrar a la que sería desde hoy su habitación.

— Doña Marta, yo no puedo aceptar esto. Pensé que ocuparía una habitación en el área de servicio -Dijo escondiendo la mirada.

— Tú no eres el servicio, Fina, y no tengo una habitación de servicio. Así que, si pensabas que vivirías como reina, olvídalo —. Traté de aligar el ambiente; alguna vez habíamos sido grandes amigas y ahora seríamos compañeras. Le di un pequeño golpecito en el hombro. — Deja tus cosas, y por favor deja de hablarme de usted, que me siento mi tía Digna. Las habitaciones comparten una terraza con jardín; sígueme, que te muestro.

—Sé que mi padre le instaló un pequeño sistema para que tenga algunas hierbas aromáticas —. Se agachó al salir de la habitación para ver las plantas mal cuidadas que aún sobrevivían.

— He tratado de revivirlas estos días —. Confesé apenada.

— Estoy segura de que puedo ayudarle en eso —. Asentí sonriendo — Marta, su casa es hermosa, ese Dalí, esa cerámica mexicana, puf. Todo tan ecléctico. Una verdadera joya y qué luz...  Gracias – dijo con algo de timidez, tratando de esconder su entusiasmo. Acortó por completo la distancia que habíamos tratado de mantener, según y las recomendaciones y me abrazó. Su abrazo me tomó por sorpresa y empezamos a reír —-. Ups. La distancia —.  Se acomodó la mascarilla y retrocedió.

— Nada que agradecer, Fina, yo también necesito compañía y comida. ¿Te apetece que prepare algo mientras desempacas?

— ¿Te parece si cocinamos juntas y luego desempaco? Yo también tengo hambre —. Propuso la morena mientras exploraba la cocina con los ojos.

La tarde pasó demasiado deprisa entre risas y anécdotas. Si algo he aprendido estos 20 días, es la relatividad del tiempo y las distancias. Fina y yo habíamos sido tan cercanas de pequeñas, alguna vez estuvimos acostumbradas a la cercanía de la una con la otra. Nos quedamos en silencio por momentos, pero no incomodos, solo pensando en la infancia y en la amplia distancia que se había formado entre las dos.

Fina había pasado los primeros días de la inmovilización en la pequeña habitación de huéspedes que alquilaba una pareja joven con dos niños pequeños. La convivencia había sido difícil, incluso sin el encierro obligatorio. La pareja tenía una bebé de siete meses y un pequeño de cinco años. Estaban nerviosos por el virus, los posibles contagios y Fina no había sido la más responsable; lo había reconocido. No sin antes decir que todo le parecía exagerado, pues se había sentido acorralada en esa pequeña habitación. No se cansaba de decir lo agradecida que estaba y yo de pedirle que me tutee.

100 días. Mafin en cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora