No retorno

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Ethan estaba en el centro de aquella sala destruida, rodeado de paredes manchadas de sangre y el caos que parecía haberse adueñado de todo a su alrededor. Los muebles volcados, las ventanas rotas, y la fría oscuridad que cubría la habitación eran el reflejo perfecto de lo que sentía en su interior: un abismo, un vacío profundo que parecía haberse instalado en él.

El sudor y la suciedad se mezclaban con la sangre seca que cubría sus manos y su rostro, dejándole un sabor metálico y amargo en la boca. Apenas podía recordar cómo había llegado hasta allí, como si el tiempo y los recuerdos hubieran comenzado a desvanecerse, dejando solo fragmentos, destellos de lo que alguna vez fue. Su mirada estaba fija en el vacío, apagada, casi sin vida. La Beretta, fría y pesada en su mano, temblaba ligeramente mientras apuntaba a su propia cabeza, el dedo acariciando el gatillo como si fuera la única respuesta a la agonía que sentía.

Ethan: "No queda nada... nada más que dolor y muerte... ¿Para qué seguir? ¿Para qué resistir si ya no queda nadie a quien salvar?"

Todo aquello que alguna vez le dio fuerzas para seguir adelante parecía lejano, como si fuera un eco de una vida que había perdido hace tiempo. En su mente, veía los rostros de sus padres, de Alex, de Raúl, pero esas imágenes se volvían borrosas, desintegrándose entre la sangre y los gritos que ahora conformaban sus recuerdos.

Inhaló profundamente, sintiendo el peso del arma, su dedo temblando mientras trataba de decidir si realmente quería dar ese último paso. El sonido del viento colándose por las ventanas rotas era lo único que rompía el silencio opresivo. A cada segundo, la idea de dejar todo atrás parecía más atractiva, como una promesa de paz, una forma de librarse de una realidad que ya no parecía tener sentido.

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Pov: Ethan

Me encontra en casa, una vez mas, como si el tiempo mismo se hubiera detenido, como si estuviera suspendido en un estado en el que ya no importan los minutos, las horas o los días. Todo es silencio, pero ese silencio es pesado, como una presencia invisible que te observa. Me siento atrapado en un laberinto sin salida, y sin embargo, me encuentro caminando por pasillos que ya no reconocen mi rostro.

La puerta se abre, y la figura de mi padre aparece en el umbral. Pero no es él, no realmente. Sus ojos, vacíos y amarillos, parecen retener una chispa de algo que ya no debería estar allí, como si el alma de quien lo conocí hubiera sido suplantada por algo más oscuro, más cruel. Algo que lleva en su ser la semilla de la muerte misma.

"Papá..." intento llamarlo, pero las palabras se me ahogan en la garganta, como si el aire ya no tuviera fuerza para pronunciarlas.

De repente, el sonido de mi madre gritando me sacude. Un grito desgarrador, un sonido que se clava en mi pecho como si estuviera desgarrando mi propia carne. La veo, ella está luchando, pero no tiene fuerza. Mi padre, ya no mi padre, está encima de ella. Su rostro se retuerce en una mueca de hambre, y no es hambre de comida, sino hambre de algo mucho más profundo. Hambre de vida, de todo lo que está vivo, de todo lo que alguna vez tuvo significado.

Mis piernas no responden. El miedo me paraliza, pero la escena frente a mí es más que una pesadilla. Es la encarnación de la fragilidad humana, de lo que nos convierte en vulnerables, de lo que nos destruye cuando menos lo esperamos.

Left 4 dead: Legados de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora