CIRA

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"Nefelibata" es un dicho de una persona soñadora, que no se percata de la realidad.

Nefelibata.

Esa palabra no se cansaba de inundar mi mente una y otra vez. Esta me había acompañado durante todo el viaje. Las veintitrés horas de vuelo desde Nueva York hasta Australia.

Tiré con más fuerza de la necesaria de la maleta, nerviosa e impaciente a partes iguales por encontrar un alojamiento medianamente asequible. Porque iban a ser dos semanas exactas mi estancia en Australia. Estaba convencida de que mis nudillos en esos instantes se encontraban tan blancos como las nubes que me habían acompañado durante el largo vuelo.
Suspiré entrecortadamente, cansada de andar sin rumbo. No podía quejarme. Había sido mi decisión.
Alcé la vista, percatándome de la cantidad de vegetación que me rodeaba. Un clima cálido, tanto que me sentía ridícula al vestir con una camiseta de manga larga y pantalones vaqueros blancos largos.

Sentía el sudor comenzar a humedecer mi ropa.

¡Pero a quién demonios se le pasa por la cabeza que en pleno invierno pueda llegar a hacer treinta grados!

Me sentía tonta al no haber comprobado el tiempo que iba a hacer durante mi estancia allí. Supongo que la única opción que encontré fue continuar andando.

Quizás fue coincidencia, o simplemente obra del destino. Pero cuando desvié mi mirada más allá del suelo rocoso que había bajo mis pies, di con el mejor lugar del mundo. Pero, como es normal, aun no era consciente de ello.
El ambiente que rodeaba al restaurante era completamente de jolgorio. Y por unos instantes mi cuerpo quiso acercarse, y sentir eso que tanto echaba de menos. Esa libertad. Ese descontrol. La despreocupación.

Al fin y al cabo, había llegado allí para eso. Para desconectar.

Para encontrar respuestas.

Así que no me detuve cuando mis piernas decidieron comenzar a dar los primeros pasos mientras analizaba todo al detalle.
Mi mirada dio con las olas del mar. Con las personas riendo y bailando al son de la música. Con los árboles de navidad que barrían la calle, y por supuesto, una vez dentro del restaurante, también lo encontré a él, sin ni siquiera buscarlo.

Me sentía rodeada. Agobiada. El aire estaba cargado de diferentes humos que no supe distinguir, quizás, tampoco me importó.
Simplemente me fijé en él. En sus rasgos relajados. En su mandíbula afilada. Su pelo castaño claro y sus manos tan grandes que parecían abarcar toda la guitarra con cada nota.

Por unos instantes no fui capaz de respirar, cuando, sin ningún motivo, sus ojos se abrieron mientras cantaba los primeros versos de una canción de Ed Sheeran. Las chicas de mi alrededor parecían desmayarse al oír su voz.

Su mirada se paseó por todo el local, mientras mis ojos no se despegaban de su cuerpo. De su camisa blanca con los primeros botones desabrochados en contraste con su piel bronceada por el sol. Las venas que se marcaban a lo largo de su cuello al entonar las notas más agudas y los tatuajes que asomaban por encima de su camisa y que  parecían querer robarle protagonismo.
Y, sin más, mi mirada volvió a ascender hasta sus ojos color esmeralda. Y por unos instantes sentí que temblaba cuando me devolvía la mirada mientras continuaba cantando.

No tengo claro si fue la letra de la canción, su voz o sus ojos completamente fijos sobre mí, lo que produjo que mi vello se erizara y que mi cuerpo entrara en tensión.

Y entonces, con dificultad debido a mi respiración acelerada y a los aplausos que empezaban a inundar el local, escuché la letra de la canción. Su voz suave y ronca calentándome el corazón de una manera inexplicable.

Y de alguna forma extraña establecimos una conexión a través de la mirada que no había sentido por nadie.

Me aferraré más fuerte hasta el amanecer
Y brillaremos tan intensamente hasta que
la oscuridad suavemente se ilumine.


Sin pensarlo demasiado, con nerviosismo y determinación, saqué la cámara de fotos que años atrás había pertenecido a una persona muy especial para mí. No pude evitar congelar el momento, su mirada, que todavía seguía sobre mí, se desvió al percatarse de mis intenciones,  hasta dejarla fija en sus manos. En la guitarra. Y en la música.

Y me hizo realmente feliz poder captar ese momento. Esa energía. Y esa conexión que ambos habíamos sentido.

El brillo de todas tus lagrimas de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora