Aún en aquella última calada a mi relajante cigarrillo pude observar con atención los movimientos de aquel hombre pálido, entristecido, con cara de pocos amigos y con ganas de querer suicidarse en algún momento sin que nadie lo viera. No era un hombre corriente, llevaba el nombre en el alma de un ser poco querido.
Quiso acercarse hacia mi despacho, pero algo parecía no dejarle avanzar. Hizo un pequeño gesto, dos e incluso tres para llamar mi atención, pero no hize caso y seguí adelante con todas mis tareas pendientes.
Avanzé poco a poco en el pasillo de aquel estúpido psiquiátrico pensando en porqué después de tantos años aún continuaba allí trabajando, dejándome la piel cada día y atendiendo a miles de enfermos mentales que no tenían capacidad alguna para algún día ser recuperados y volver a su vida y a estar con su gente.
Cuando me quise dar cuenta, había llegado al despacho de mi querido jefe. Su nombre era Max Sendil. Era un hombre frío y que no se relacionaba mucho con su gente que digamos. Llevaba 44 años trabajando allí, en aquel apestoso psiquiátrico de 4 paredes. La verdad no me gustaba hablar con él, pero debía hacerlo sino quería perder mi "valioso" trabajo. Entré en aquel silencioso despacho con una pila de papeles en las manos que de un momento a otro pensé que se caerían, pero no fue así.
Esperé a que el frío Max dejara de hablar por teléfono con su hija pequeña, Lucía, a la que llamaba todos los días a la misma hora.Una vez colgado el teléfono, me apresuré a hablar, pero me cortó tan rápido como yo empezé.
-Señorita, tengo dicho que no se me debe molestar a esta hora ya que suelo hablar con mi hija, ¿No sabía usted eso?-dijo frustrado.
+Dis... Discúlpeme, señor. Yo no quería...
-¡Déjelo! Ya no hay nada que disculpar una vez que se me ha interrumpido. ¿Qué se le ha perdido por aquí?-dijo con un tono aireado.
En ese momento quise gritarle, golpearle o sencillamente tirarle a la cabeza una de esas majestuosas lámparas que su mujer diseñaba y le regalaba a montones. Pero no hize nada de eso, asentí agachando la cabeza y dije lo que debía decir.
-Señor, he visto que han traído ustedes un nuevo paciente a este lugar. ¿Quién es? ¿Por qué está aquí?-dije con curiosidad.
+Señorita Phoebe, debo confesarle que durante estos últimos 2 meses no ha llegado ningún paciente nuevo a este psiquiátrico. ¿Eso es todo?-dijo mirándome fijamente.
-Pero señor, estaba ahí (señalé el trozo de pasillo donde 5 minutos antes juré haberle visto). Un hombre de cabello blanco, envejecido, con cara de pocos amigos.. Es...¡Estaba ahí!
+Señorita, esto de trabajar en un psiquiátrico se le está subiendo a la cabeza. ¿Qué tal si se toma unas pequeñas vacaciones, eh?-dijo mientras se echaba un pequeño chupito de whiskey en un vaso diminuto.
-¿¡Vacaciones!? Oiga, sé muy bien lo que digo y ... ¡No estoy loca! ¡No necesito sus absurdas vacaciones!
En ese momento quise morir. Le había contestado al jefe, al mismo jefe que semanas atrás había despedido a 10 empleados por levantarle la voz a malas penas. ¿Me despediría a mí? ¿De verdad estaba loca? ¿Habría sido todo una imaginación mía? Juré, juré haberle visto ahí, de pie, con esos ojos entristecidos llamándome a gritos.
Agache la cabeza tanto que parecía estar besando el suelo. Esa era mi señal de que realmente estaba arrepentida por haberle hablado así y seguidamente salí de allí con el corazón en la mano y además llena de odio.
Volví a mi estúpido despacho, del cual no salía a no fuera ser que mi jefe me necesitara o si algún paciente reclamaba mi presencia.
De repente, oí algo detrás de la puerta. Se trataba de una voz masculina muy ronca, como si no hubiese sido utilizada.
Quise abrir esa puerta y ver quien se ocultaba detrás, pero ¿Me estaría volviendo loca? ¿Quién querría hacer esos sonidos? ¿Un graciosillo tal vez?En el psiquiátrico teníamos muchos compañeros, unos fueron despedidos y una parte aun continuábamos allí. Había de todo. Gente rancia, gente alegre y los graciosos de turno a los que llamábamos Zipi y Zape.
Sus verdaderos nombres eran Óscar Becker y John Fabra. Eran como hermanos, nunca se separaban. Incluso llegué a pensar que iban al aseo juntos por el simple hecho de verse sus partes íntimas el uno al otro.
Por otra parte estaba yo. Phoebe Walker. Pelirroja, alegre, amiga de mis amigos y un poco amargada respecto a mi horrible trabajo. Además, tenia unos ojos marrones preciosos y no sólo lo decía yo, sino también varios pibes de la ciudad.
No había tenido una infancia digna de una niña normal y corriente. Había visto infinitas cosas que me robaban el sueño noche tras noche, y había contemplado noches estrelladas con gritos y demás cosas que no deberían contarse nunca.Quizás trabajaba en un psiquiátrico debido a todas esas cosas, pero algo dentro de mí, me decía, que algo raro iba a pasar conmigo y ese mismo año lo descubrí.
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JE LEEST
Cárcel del Pasado
AcakPensé que me estaba volviendo loca, que todo era un sueño, pero cuando vi aquellos ojos muertos supe que mi vida corría peligro.