EP II.

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Nueva York, 2019

—Cuando una simple oruga emerge como una linda mariposa, es el momento exacto en que toma conciencia de su belleza, tal como yo lo he hecho durante todos estos años.

—¿La oruga que tomaste de la ventana ha emergido ya?

Preguntó una mujer, su voz iba acompañada de un eco que apenas era audible para él. Al otro lado de la pared había otra habitación, más pequeña comparada con la suya. En esta, él había hecho un pequeño hueco en el que podía comunicarse, aunque no como él quisiera, con la mujer que permanecía en la habitación de al lado.

—Dime, ¿cómo es? ¿De qué color son sus alas?

—Son tan rojas como lo es mi cabello, Yuneth, tan rojas como el fuego mismo, y negras como lo único que puedo ver mientras estoy aquí sujeto en contra de mi voluntad.

—Entonces es hermosa, cómo me gustaría verla. —La mujer soltó un suspiro, y de aquel pequeño hueco que había hecho el hombre, sacó su delgado dedo índice— Anda, déjame tocarla al menos.

—No, si la tocas la profanarás —dijo, acercando su rostro hacia la mariposa que se había posado sobre el libro que se situaba sobre el colchón de su cama, aquel libro que había leído hasta el cansancio, el que explicaba a detalle el síndrome de Stoddard— Solo debe bastarte con saber que ya ha nacido.

—Eres demasiado cruel, Landon. Creí que serías distinto a los demás.

—¿Distinto a los demás? ¿No crees que lo soy? —una risa leve emanó de lo más profundo de su ser mientras sus dedos tomaban con delicadeza las alas de la mariposa, elevándola hacia su rostro para poder verla mejor— ¿No te bastó con saber a todos los que he matado fingiendo ser un loco más entre todos? Creí que eso te parecía distinto de mi parte.

Al fondo se cernía una extraña melodía de voces que desentonaban, cantaban una canción que él conocía muy bien. Sus labios se movieron al instante, y cantó al son del resto; su voz era tan estridente, aunque melodiosa, que el guardia afuera se vio obligado a tocar con agresividad la puerta.

—Cállate de una buena vez, Stoddard, no tengo ánimos para escuchar esos berridos insoportables.

Él sonrió. Sus dedos comenzaron a estrujar las alas de la mariposa, tan fuerte que estas se deshicieron por la fricción.

—Sabes, Yuneth, saldremos de aquí, y cuando lo hagamos te enseñaré cómo era mi mundo antes de estar atrapado en estas blancas paredes. ¿Vendrías conmigo?

—¿De verdad me llevarías contigo? Creí que me detestabas.

—No te detesto, no te soporto, eso es cierto, pero podría tolerarte si haces lo que yo te digo; estás tan loca como yo, después de todo. Sé que nos entenderemos.

—Si tú lo dices. —dijo ella y comenzó a tararear la misma canción que cantaba el resto.

El guardia del otro lado abrió la puerta de golpe. Landon no se esperaba esa intromisión, así que por la impresión terminó por estrujar a la mariposa.

—Arriba, Stoddard, llegó tu psiquiatra.

—¿Tan temprano? Apenas son las dos de la tarde.

—Levanta el culo de una vez y vamos.

Landon no tuvo otra alternativa que ponerse de pie y salir de la habitación. Odiaba ese traje blanco que le hacían usar, sus manos tomaban el borde de su camisa y la jalaban pretendiendo despojarse de las prendas, pero no podía hacerlo. El guardia lo dirigía a la sala de psiquiatría, donde debía recibir sus sesiones semanales. Le habían dicho que lo atendería un psiquiatra nuevo, pues el anterior y todos los anteriores habían renunciado ante su conducta.

CABELLOS NEGROS. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora