V. Aprender a escuchar

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WILLOW

05. / Aprender a escuchar

𖦹

     Bran se estaba ahogando.

¿Se estaba ahogando?

Ella creía que sí. Se sentía como si lo estuviera. El agua se deslizó por su garganta como lava; se escurrió hasta sus entrañas y su cuerpo se retorció entero en consecuencia. Sus brazos se agitaron en vano, tratando de buscar una manera de llegar a la superficie.

Tal vez no se estaba ahogando, pensó un momento después.

Le parecía que llevaba ahí mucho tiempo. Debería estar muerta, en todo caso.

¿Estaba soñando?

Parpadeó a través de las sombras y las burbujas que la envolvían.

¿Acaso esto se detendría alguna vez? ¿No podía tan solo... morir?

—Morir es cambiar —dijo una voz.

Bran se sobresaltó y movió su cabeza a los lados para buscar su origen. Pero no había nada. No había nadie. Eran solo ella y las oscuras profundidades de un estanque.

—Morir es cambiar —repitió Bran quedamente aún así, con cierta duda.

—El cambio es extraño —dijo la voz—. ¿Te gustaría oír una historia?

Su particular tono abismal le sacudió los sentidos. Ella pensó que si aquella persona se esforzaba por hablar más fuerte, incluso podría lograr que la tierra se moviera, y haría que las montañas sucumbieran sobre sí mismas.

—No lo creo —respondió. Deseaba ser honesta, porque incluso si no le molestaba mentir, no se sentía correcto mentirle a La Voz—. ¿Estoy muriendo?

La Voz no le respondió como ella creía que lo haría. En cambio, empezó a cantar. Entonó una canción con palabras desconocidas, en una lengua perdida, tal vez. Las palabras se arremolinaron en una melodía melancólica que Bran podía jurar que jamás había oído antes. Un segundo después, se dio cuenta de que aquello no eran palabras. Era otra cosa; algo inhumano. Respiraciones pesadas, un eco poderoso similar al crujir de brasas ardientes. Algo que se quema y que claudica bajo el fuego.

El agua a su alrededor hervía.

Y luego, la canción se transformó en un rugido, tan contundente como un rayo que parte el cielo durante una tormenta.

𖦹

Su cuerpo se estremeció y abrió su ojo, jadeando como si le faltara el aire. El corazón en su pecho latía tan rápido y tan fuerte que creyó que de un momento a otro, acabaría saliendo disparado de su cuerpo. Parpadeó varias veces para deshacerse de la legaña y su visión borrosa.

Con esfuerzo, lo primero que distinguió fue el dosel del lecho donde ahora se encontraba. Se preguntó cómo habría llegado ahí. El dosel —hecho con jirones de telas que Bran halló particularmente elegantes: gasas, sedas y terciopelos en claras tonalidades de verde— le pareció una acertada imitación de las hojas en lo alto de los árboles. A su alrededor, las cortinas del lecho estaban cerradas. Pero si enfocaba la mirada, creía que podría alcanzar a ver a través de ellas.

Así que enfocó su único ojo sano, y se dio cuenta de que estaba en un amplio cuarto de madera, que apestaba a inciensos y aceites de mentol y eucalipto. La esencia le hizo escocer la nariz.

Movió la cabeza y en seguida fue presa de un sutil mareo. Tomó otra bocanada de aire temblorosa y entrecerró su ojo. El cuarto parecía amplio; distinguió varias cómodas a lo largo de la habitación, y también un camastro marrón a unos pocos pies, donde descubrió lo que parecía ser la despreocupada figura de Daerena de Naela, desperdigada sobre él, balanceando uno de sus pies sobre el suelo con aburrimiento, mientras que sus ojos deambulaban por el techo sin mucho interés.

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⏰ Última actualización: Nov 08 ⏰

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