Capitulo Siete

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Ya habían transcurrido casi tres semanas de su llegada a París. Los recién casados se hallaban visitando las catacumbas de la ciudad.

Ohm se sentía incómodo. Había hecho el recorrido turístico habitual sin quejarse, para complacer a su esposo. Lo había llevado en barco por el Sena, habían subido de noche a la Torre Eiffel e incluso había tomado macarons en una famosa pastelería mientras pensaba que eran mucho mejores los dulces de Alzara.

Sin embargo, las catacumbas eran demasiado para él, porque sentía claustrofobia. Y los cráneos y restos de seis millones de personas dispuestos artísticamente en las paredes no contribuían a mejorar su estado de ánimo. Aunque a Fluke le gustara aquel ambiente mórbido, a él lo espantaba.

Fluke se puso detrás de él, lo que obligó a los guardaespaldas a retroceder. Le tapó los ojos con las manos y le susurró con la voz más espeluznante de la que fue capaz: –Soy un zombi. ¡Huye!

Ohm se volvió y observó su hermoso y risueño rostro. Fue uno de esos momentos en que le pareció que él le doblaba la edad, pero también eran momentos que atesoraba porque le iluminaban la vida.

No era algo en lo que pensara mucho, ya que, desde la boda, él había estado con él las veinticuatro horas del día. Pero sabía que no estaba deseando que se marchara al día siguiente a Inglaterra.

Fluke se había negado a que lo acompañara afirmando que no era necesario. Él debería sentirse aliviado por su negativa, ya que debía volver a Alzara a ver a su padre y a ocuparse de los asuntos que no había podido solucionar a distancia.

Por primera vez se daba cuenta de lo mucho que echaba de menos a su padre y de lo afortunado que había sido por recibir sus cuidados. Sin embargo, las continuas referencias de Fluke a su madre y al profundo cariño que los unía le hacía pensar en lo que se había perdido.

Una complicación añadida era que la agencia de investigación que había contratado para que le suministrara información sobre su esposo había descubierto preocupantes irregularidades. Aún no sabía lo que significaban y no quería molestar a Fluke con algo que tal vez no tuviera base. Quería llevar el asunto en persona. Sin embargo, si las sospechas de la agencia eran ciertas, se entablaría un proceso penal, pensó con desagrado.

–A veces te pones muy serio –le reconvino Fluke en voz baja, acariciándole el labio inferior con el dedo.

–Pero te tengo a ti para recordarme el aspecto más leve de la vida – contestó él pasándole el brazo por la cintura–. Salgamos de aquí. Esta noche cenamos fuera.

–Es como si fuera nuestra última noche –murmuró él jugueteando con la esmeralda que le colgaba del cuello.

Salieron al exterior y la luz del sol lo deslumbró momentáneamente.

Ohm había conseguido convencerlo de que no se fuera a Inglaterra la semana anterior, y no estaba seguro de cómo lo había hecho, porque echaba mucho de menos a su madre. Era cierto que esta no preguntaba por él cuando no lo veía. De hecho, cada vez que él la visitaba, tenía que decirle quién era, porque no lo reconocía.

Ya no servía sacar los álbumes de fotos familiares para que recordara, porque la confundía y alteraba ver rostros y acontecimientos que había olvidado. Así que Fluke se había acostumbrado a saludar a su madre cada vez como si fuera una desconocida, lo cual le partía el corazón un poco más en cada ocasión.

Para la cena eligió un traje que había reservado para una ocasión especial. Era de color cereza y, en cierto modo, encarnaba el espíritu de libertad del que gozaba desde su llegada a París.

Príncipe por accidenteWhere stories live. Discover now