LO QUE NO PUDIMOS SER

Donde no hay refugio

Hay días en que el mundo me pesa,
en que cada paso parece más largo,
y cada rincón se siente vacío.
Miro a mi alrededor,
buscando un refugio,
pero todo se convierte en eco,
en un vacío que no entiende
lo que llevo dentro.

Me siento fuera de lugar,
como si mi voz no llegara
a los oídos de nadie,
como si mis palabras fueran susurros
que el viento se lleva
antes de que alguien pueda oírlas.

Intento hablar,
explicar el nudo en mi pecho,
pero mis pensamientos se enredan,
se quedan atrapados en silencios
que nadie parece notar,
como si mi tristeza fuera invisible,
como si fuera solo una sombra
en un mundo demasiado brillante.

He buscado refugio en cada rincón,
en miradas que no me entienden,
en palabras que solo rasguñan la superficie,
y cada intento de encontrarme
parece perderme más,
como si estuviera destinada
a no pertenecer a ningún lugar,
a ser un suspiro errante
que no encuentra descanso.

A veces quiero gritar,
decirle al mundo lo que siento,
pero las palabras no alcanzan,
se quedan en mi garganta,
y el eco de mi propia voz
me recuerda que estoy sola,
que hay dolores que nadie más comprende,
que hay silencios que solo yo habito.

Me siento como una isla,
rodeada de aguas profundas
que nadie cruza,
como si mis pensamientos fueran tierras
que nadie quiere explorar,
como si mis sueños y mis miedos
fueran solo para mí.

Y en esta soledad,
me pierdo una y otra vez,
tratando de encontrar un refugio
que no existe,
tratando de ser entendida
por un mundo que sigue girando
sin detenerse a escuchar.

Así que aquí estoy,
con mi tristeza envuelta en silencio,
con mis pensamientos errantes,
sabiendo que quizás nunca haya
un refugio que me sostenga,
que quizás soy solo una sombra
que aprende a vivir
en la incomprensión de los demás.