Primer y segundo error.

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—Vamos zeta —Llamó Leví por mi apodo.

No podía creer lo que estaba a punto de hacer. Mis pies clavados en el asfalto, reusándose a hacer movimiento alguno parecían haberse convertido en piedra.

Admito que esto era más fácil de lo que esperaba, nada atroz. Eso no significaba que estuviera bien. Mi cerebro trabajaba a toda marchar, pensando en alguna acción para compensar lo siguiente.

—Tienes que ayudarme, me debes una —Dijo mientras se revisaba las uñas como si fueran lo más importante del mundo—. Además, si lo haces, dejare que te eches un polvo con mi hermana.

Sonreí de oreja a oreja, recordando los buenos momentos a lado de su hermana, era un pequeño bastardo ingenuo si creía que Zoe no había sido mía ya.

—Tu ganas, pero si algo sale mal correré como si algún hombre quisiera violarme ¿de acuerdo?

Asintió con una sonrisa afilada que provoco se me erizaran los vellos del cuello y me lanzo una máscara con la forma de Chucky el muñeco diabólico.

—Hombre vas a matar de un susto con esta cosa —Me lleve una mano a la nuca, no quería hacerlo.

—Póntela y deja de estar de nenita así no te reconocerán.

Me coloque la máscara que olía a látex y pintura barata, repugnante.

Caminamos hasta la esquina del parque en espera de algún alma a la que pudiéramos robar, juré por mi bella moto inservible que esta era la primera y única vez que lo hacía.

El parque tenía un aspecto muy diferente en la noche como si fuera otro, el hermano gemelo malvado que el de la mañana. Carecía de la risa de los chiquillos, el parloteo de las madres, la música producida por los pajarillos.

Mis labios se sentían secos y mi corazón palpitaba rápidamente de la misma forma en la que lo hacía después de correr un largo trecho. ¿Por qué tenía que ser tan idiota?

Después de media hora pasos resonaron en la acera, Leví me dio un golpe ligero para que prestase atención. Las mismas manías de Bastián.

Las pisadas sonaban cada vez más cerca, mi compañero salto de nuestro escondite, yo me tarde un poco en reaccionar, obligué a mis piernas a andar.

Al salir pude ver a la persona, una chica, la chica.

Fue como si metieran cubos de hielo dentro de mi piel

—Al parecer este no es tu día de suerte chiquilla —Susurró Leví en su odio.

Sus ojos azules índigo irradiaban terror.

Y cuando creí que las cosas no podían ser más jodidas, vi que un arma se clavaba en el costado derecho de su esbelto cuerpo.

Mis manos sudaban, sentía la máscara y mi cabello pegado a la cara.

—Pueden tomar las cosas, pe... pero necesito las memorias —Tartamudeo con un hilo de voz lleno de pánico contenido.

Mi compañero arrebato la mochila que llevaba colgada al hombro. Sus ojos brillaban, la situación parecía divertirle, llenarlo de energía vital. Demente.

No hice nada, no dije nada, la máscara no me lo permitía para empezar.

—Yo creo que nos llevaremos todo cariño.



—¡¿Para qué necesitas toda esta mierda Levi? No es nada que no puedas comprar ¡¿Y la maldita pistola era necesaria?!

A lo largo de la mesa se extendían las cosas de Alex, una computadora portátil; rojo oscuro, grande, una cámara negra, ambas cosas tenían el aspecto de ser lujosas, algo que parecía ser una agenda con las tapas de cuero negro, algo desgastada, un encuadernado, cinco memorias de distintos colores y por un último un puño de listones.

Aún podía escuchar los sollozos de Alex resonando en mis odios, cuando nos fuimos con todo.

—Necesito dinero —dijo despreocupado.

Cerré la palma de mis manos formando un puño.

No importaba. Era sólo una chica, podría comprar las cosas de nuevo. ¿Pero por qué las memorias? ¿Qué había de especial en ellas? Valían mucho menos que cualquiera de los otros aparatos.

—Lo compro —Solté

El grandísimo imbécil sonrió

—Te las puedes llevar

Y deber un favor más, no gracias, por nada del mundo cometería el mismo error dos veces.

—Mañana traeré el dinero, las cosas vendrán conmigo ahora.

Tomé todo y volví a meterlo dentro de la mochila.

Pero qué estaba haciendo, me estaba metiendo en problemas por una chica que ni siquiera conocía,

—¡¿Qué tenía que estar haciendo en la calle tan noche, chica ridícula, y tonta?!, Oh si, saldré a pasear en medio de la noche con un mochila llena de cosas importantes, como es un barrio seguro nada podrá pasarme, soy intocable.

Despotricaba todo lo que se me ocurría en voz alta, mientras caminaba a mi apartamento. Las cosas en mi espalda pesaban el triple.

Sólo a las chicas huecas como ella le pasaban este tipo de cosas.

La casa aparentaba estar vacía.

Las paredes decoradas como el mismo tapiz verde, el tapiz de todo una vida. Porta retratos grises de distintos tamaños guardaban fotos de la familia.

Me lleve los dedos a los labios y solté un pequeño chiflido.

Un sonido sordo se escucho en la bodega del fondo.

—¿Hijo? —Mi padre salió con la cara y la ropa llena de polvo —Hijo—. dijo efusivo y camino para darme un abrazo.

—Hola viejo.

—Es bueno que vengas a visitar, ven vamos a la cocina te serviré algo.

Mal hijo eso es lo que era.

Lo seguí a la cocina y me senté en la pequeña mesa. El mantel con la orilla de patos había sido reemplazada con uno completamente blanco. Observé a mi padre calentar un poco de agua para café y sacar un par de tazas negras.

Lo escuche un buen rato hablar sobre el negocio. Flores eso era a lo que se dedicaba y según él esta temporada le estaba yendo bien y eso me alegraba en sobremanera.

—Padre ¿recuerdas que teníamos dinero ahorrado? —Me sentía avergonzado pero una parte era mía.

Lanzó una mirada preocupada, recogió el par de tazas y las puso en el fregadero, dándome la espalda.

—No estoy en problemas, te lo puedo asegurar, lo necesito ahora y en serio, en serio agradecería que me lo dieras sin muchas preguntas.

Creí que no me prestaba atención. Saco un tarro de azúcar y lo puso ante mí.

—Gracias, prometo que volveré a juntar el dinero.

—Confió en ti—Se limito a decir.



Le entregué el dinero a Levi, diciéndole que nuestra cuenta estaba saldada. No me refería a las cosas de Alex.

Esa chica tonta.

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