Prefacio

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—Vamos zeta —Llamó Leví por mi apodo.

No podía creer lo que estaba a punto de hacer, mis pies clavados en el asfalto reusándose a hacer movimiento alguno.

Admito qué esto era más fácil de lo que esperaba, nada atroz. Eso no significaba que estuviera bien.

—Tienes que ayudarme, me debes una —Dijo mientras se revisaba las uñas como si fueran lo más importante del mundo—. Además, si lo haces, dejare que te eches un polvo con mi hermana.

Sonreí de oreja a oreja, recordando los buenos momentos a lado de su hermana, era un pequeño bastardo ingenuo si creía que Zoe no había sido mía ya.

—Tu ganas, pero si algo sale mal correré como si algún hombre quisiera violarme ¿de acuerdo?

Asintió con una sonrisa afilada que provoco se me erizaran los vellos de la nuca y me lanzo una máscara con la forma de Chucky el muñeco diabólico.

—Hombre vas a matar de un susto con esta cosa —Me lleve una mano a la nuca, no quería hacerlo.

—Póntela y deja de estar de nenita así no te reconocerán.

Me coloque la máscara que olía a látex y pintura barata, repugnante.

Caminamos hasta la esquina del parque en espera de algún alma a la que pudiéramos robar, juré por mi bella moto inservible que esta era la primera y única vez que lo hacía. El parque tenía un aspecto muy diferente en la noche como si fuera otro, el hermano gemelo malvado que el de la mañana. Carecía de la risa de los chiquillos, el parloteo de las madres, la música producida por los pajarillos.

Mis labios se sentían secos y mi corazón palpitaba rápidamente de la misma forma en la que lo hacía después de correr un largo trecho. ¿Por qué tenía que ser tan idiota?

Pasos resonaron en la acera, Leví me dio un golpe ligero para que prestase atención.

Las pisadas sonaban cada vez más cerca, mi compañero salto de nuestro escondite, yo me tarde un poco en reaccionar, obligue a mis piernas a andar.

Al salir pude ver a la persona, una chica, la chica.

Fue como si metieran cubos de hielo dentro de mi piel

—Al parecer este no es tu día de suerte chiquilla—Susurro Leví en su odio.

Sus ojos azules índigo irradiaban terror.

Y cuando creí que las cosas no podían ser más jodidas, vi que un arma se clavaba en el costado derecho de su esbelto cuerpo.

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