Él siempre había podido solo. Era fuerte, era grande y era astuto en el combate. No había rival que le hiciera comparación y, con eso en mente, se movía por la tierra orgulloso y engreído.
Mas, tal infantil pensamiento lo había llevado a la situación en la que se hallaba ahora.
Múltiples enemigos nunca fueron un problema para él. Su fuerza y resistencia nunca lo defraudaron al hacerle frente a dos o tres bastardos buscando hacerle daño. Pero esta vez, atacaron a la parte de él que no se podía defender. Su manada.
Una hora, no, menos, bastó para que encontraran a sus compañeros. Se había confiado en que estaban bien ocultos en el bosque. Que estúpido había sido así.
Cuando volvió, el infierno ya se había desatado. Viles hombres habían capturado a aquellos que por tanto tiempo se había encargado de proteger. Oh, sus rostros. Cuando lo vieron, suplicaron por su ayuda. Y el lo intento, claro que lo intento.
No había otro más fuerte que él. No iban a quitarle lo que tanto había cuidado.
Pero no eran uno, dos, o tres. Era una manada completa la que, entre golpes y tiros, derribaron al animal que se creía capaz de vencer a Dios si fuese necesario.
Lo último que escuchó antes de caer fue el grito angustiado de su querido hermano. Luego, el silencio y la total oscuridad lo acurrucaron como a un cachorro en brazos de su madre.
En otra parte del bosque, un curioso conejo se había adentrado al mar de altos árboles alertado por el olor a humo y lejanos gritos que pudo identificar gracias a su buen oído. Sus compañeros no estaban de acuerdo con que el omega vagara sólo en zonas tan peligrosas como un bosque, donde las posibilidades de ser atacado por sorpresa aumentaban en un entorno lleno de escondites altos. Pero él era terco, y confiaba bastante en su rapidez y agilidad para escapar. Si bien no era el mejor en combate cuerpo a cuerpo, se manejaba bien con el arco. Manteniendo distancia, nadie podría tocarlo.
Balanceándose y saltando entre las ramas de los árboles, el conejo llegó hasta el inicio del humo y, por tanto, del fuego. No le costó reconocer lo que había ocurrido. Una manada encontró la guarida de otra, y los habían saqueado. Además, por lo que podía ver, no los habían matado, porque no había cuerpos regados en el suelo.
"Debieron ser solo omegas".
Pensó el conejo. Su atención se dirigió rápidamente a un único cuerpo inerte en la tierra. Era un enorme oso negro recostado boca abajo sobre un charco formado de su propia sangre.
Curioso (como siempre había sido), el conejo bajó del árbol donde se encontraba y caminó entre los restos de lo que alguna vez fue una base, una guarida o un hogar. Observó detenidamente el lugar; parecía haber sido una casa construida bajo la tierra, pero, por la fuente del humo, debieron haber obligado a salir a los que se escondían allí tirando antorchas dentro de su cueva. El resto de la historia no era difícil de imaginar. Luego, caminó hasta el cadáver en el suelo. Ahora que estaba frente a él, podía ver realmente el tamaño del sujeto. Tenía flechas clavadas en su espalda, y cortes profundos regados por todo su cuerpo.
Conmovido por el pobre tipo, Conterstine se arrodilló frente a él y se propuso a limpiar el cadáver como acto de bondad por su muerte. Levantó la mano y, sin mucho cuidado, agarró una de las flechas clavadas en la carne del oso y tiró de esta para quitarla. Para su sorpresa, el cadáver chillo y se movió ante la acción.
¡Mierda!
Grito Conterstine sorprendido al ver al oso quejarse y moverse torpemente por el dolor. Lo primero que pensó fue en correr y dejar a ese tipo tirado ahí a su suerte. Si había sobrevivido a todo eso, de seguro no se iba a morir pronto. Sin embargo, pronto su lado mas dulce y desgraciadamente amable, lo obligo a quedarse allí y ver como podía ayudar a este enorme oso negro.
Perdón, pensé que estabas muerto, ¿ne-necesitas ayuda?
Preguntó el conejo, acercándose un poco al oso, que intentaba incorporarse sobre sus brazos. Para sorpresa de Conterstine, el otro no solo logró sentarse sobre su lugar, sino que también hizo el intento de ponerse de pie, pero rápidamente comenzó a tambalearse, por lo que el conejo acabo apoyándose en su costado y brindándole su hombro como apoyo.
Mi manada...tengo que buscarla.
Fue lo primero que dijo el oso, antes de toser una buena cantidad de sangre y agarrarse de la persona a su lado. Su visión estaba borrosa, pero pudo distinguir pelaje blanco y orejas largas en el otro que lo estaba ayudando.
No vas a buscar a nadie perdiendo esa cantidad de sangre. Déjame curarte.
Le contestó Conterstine, viendo al oso cubierto de su sangre.
Estoy bien, no necesito ayuda.
Respondió el oso. El conejo frunció el ceño.
Siéntate.
Ordenó Conterstine. Aunque el oso pareció no estar de acuerdo, no estaba en condiciones de hacer otra cosa más que acatar lo que este extraño le decía. Con cuidado, volvió a sentarse en el suelo, y se llevó una mano a una herida en la parte baja de su pecho, adolorido. Cada segundo que pasaba, era más consciente del daño en su cuerpo, y por lo tanto, del dolor que acompañaba eso. Conterstine lo examinó rápidamente y, habiendo identificado las heridas más graves, se sacó la sudadera que llevaba puesta y, con un poco de esfuerzo, la rompió, con el fin de improvisar un vendaje para frenar el sangrado del herido.
¿Quién eres?...¿Cómo me encontraste?, ¿Viste a dónde fueron los boludos que destruyeron este lugar?
Preguntó el oso, mirando al extraño vendarlo como podía con los restos de su ropa.
No vi a nadie. Te encontré porque escuché gritos provenientes del bosque y olí el humo. Cuando llegué, no encontré a nadie, excepto a ti, claro.
Explicó el conejo, apretando con fuerza el vendaje contra los cortes del oso, esperando que eso fuese suficiente para detener el sangrado. Luego, sacó de la pequeña mochila que traía una poción de curación y se la entregó al herido.
Mi nombre es Conterstine.
El oso recibió la poción y la bebió rápidamente, desesperado por sentir un poco de alivio a sus heridas. Esto definitivamente no lo iba a curar, pero al menos ayudaría a que sus heridas regeneraran un poco más rápido. Al acabarse el líquido, miró al recién nombrado Conterstine y le devolvió la botella vacía.
Soy Spreen.
Se presentó el sujeto que se creía capaz de todo, ahora a merced de la bondad de un pequeño conejo blanco llamado Conterstine.
ESTÁS LEYENDO
"Manada" - Spreenter (omegaverse)
FanfictionÉl siempre había podido solo. Era fuerte, era grande y era astuto en el combate. No había rival que le hiciera comparación y, con eso en mente, se movía por la tierra orgulloso y engreído. Mas, tal infantil pensamiento lo había llevado a la situaci...