Esa noche, apenas empujé la puerta de entrada, sentí que el cansancio me golpeaba con toda su intensidad. Después de otro día interminable en el hospital, cada músculo en mi cuerpo protestaba. Me quité la bata y la colgué en el respaldo de una silla antes de dirigirme a la sala. Allí, en la penumbra suave, encontré a mi padre, Edward, cómodamente instalado en su sillón de siempre, con una copa de whisky en la mano y una expresión de satisfacción que siempre me daba un extraño consuelo.
—Al fin llegas, hijo —me dijo en cuanto me vio, con una sonrisa leve—. Me estaba empezando a preguntar si el hospital había decidido quedarse contigo esta vez.
Solté una risa breve, dejándome caer en la silla frente a él. Edward me observaba con esa mirada profunda y tranquila, una que tenía el poder de leerme incluso sin palabras. Sabía que estaba agotado, y su expresión mostraba una mezcla de comprensión y leve preocupación.
—Hoy fue pesado, viejo —le respondí, pasándome una mano por el rostro. Mi tono tenía ese toque de resignación que uno acumula tras muchas jornadas de trabajo sin descanso—. Las consultas parecían no tener fin, y luego las cirugías… y emergencias de última hora. Siento que apenas tengo tiempo para respirar.
Edward asintió, y se llevó la copa a los labios, tomando un sorbo de su whisky mientras me escuchaba sin interrumpir. Su mirada no perdió ese matiz sereno, pero en sus ojos noté algo de preocupación genuina.
—Llevas varios días así, ¿no? —preguntó finalmente, sin dejar de mirarme—. No te he visto con una cara de descanso en semanas.
Suspiré, dándome cuenta de cuán obvio debía ser mi agotamiento si incluso él lo notaba. Edward solía ser muy observador, pero rara vez se detenía en detalles de este tipo a menos que lo considerara realmente necesario.
—Es verdad… —admití, con una risa amarga—. Apenas recuerdo la última vez que dormí sin interrupciones. Entre el trabajo y las cosas pendientes, los días se mezclan entre sí. Hay veces en las que me pregunto si realmente puedo dar lo mejor de mí en estas condiciones, como si el hospital fuera un pozo sin fondo del que no puedo salir.
Edward se quedó en silencio unos instantes, tomando otro trago mientras me escuchaba. Su rostro se relajó un poco, pero sus ojos seguían reflejando esa mirada de padre que, aunque era discreto en sus palabras, siempre tenía una opinión clara.
—Hijo, ¿sabes qué pienso? —dijo de repente, con ese tono firme pero amigable que siempre usaba cuando quería darme un consejo sin imponerse demasiado—. A veces, el trabajo puede esperar. Tienes que tomarte un descanso, aunque sea por un día. No te va a hacer mal darte un respiro.
Levanté la vista hacia él, un poco sorprendido por su sugerencia. No era común que Edward me animara a alejarme de mis responsabilidades, pero cuando lo hacía, era porque veía algo que yo no.
—¿Tú crees? —pregunté, aunque la idea de un día libre sonaba increíblemente tentadora. Lo cierto era que mi cuerpo pedía a gritos un descanso, pero la costumbre y la rutina me hacían seguir adelante.
Edward asintió, y me dedicó una sonrisa amable mientras levantaba su copa hacia mí.
—Claro que sí. Un día sin el peso de tus responsabilidades te va a dar la claridad y la fuerza que necesitas para regresar con más energía. A veces, Marco, tomarse un respiro es la mejor decisión que puedes tomar, especialmente en una profesión como la tuya. No siempre es cuestión de trabajar más duro, sino de trabajar de manera inteligente, y parte de eso es saber cuándo necesitas parar.
Sus palabras resonaron en mi mente, y aunque mi impulso inicial fue resistirme a la idea de tomarme un día de descanso, me di cuenta de que tenía razón. Mis pacientes necesitaban de mí al máximo, y para darles eso, debía estar en buenas condiciones, tanto física como mentalmente.
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𝙻𝚕𝚎𝚐𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚕𝚕𝚎𝚐𝚊𝚜𝚝𝚎
RomanceHistoria que se me ocurrió gracias a una canción que escuche