Extra 1

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11 de noviembre de 2024, 7:00.

Apagué la alarma con pocas ganas. Los días que Dani no pasaba por casa me costaba mucho relajarme y tampoco lo mejoraba el hecho de que Luna hubiese descubierto que el radiador le daba más calor que mi barriga. Parecía una tontería, pero en pocos meses me había acostumbrado a la respiración de una y al ronroneo de la otra y ya no sabía vivir sin ello. Lo de Dani lo entendía, pero ¿lo de Luna? Ya vendría en verano a mi habitación a usar el aire acondicionado, ya.

Levantarme, sin embargo, me pareció muy fácil. ¿Qué iba a hacer en la cama de todas formas? Aprovechaba más el tiempo empezando mi rutina que quedándome cinco minutos más, aunque me aseguré de dejar el teléfono con sonido por si alguien llamaba. No era lo más normal, pero no quería volver a tener a Raquel histérica golpeando mi puerta solo porque no se lo cogí un día que me llamó cuatro veces. No podía culparla, en realidad, me quería avisar de que vio en las noticias que Anya se había escapado del psiquiátrico y pensó que había ido a por mí. Por suerte, la encontraron ese mismo día y la trasladaron a una cárcel de máxima seguridad, pero el daño ya estaba hecho. Desde entonces, solo lo silenciaba para dormir.

Mientras me duchaba, escuché que la puerta se abría con un ligero tintineo de llaves y procuré darme más prisa para terminar. Sin embargo, aunque me convirtiese en el mismísimo Flash, mi gata siempre se me adelantaba. Tardé apenas un par de minutos en salir y, en cuanto puse un pie en el salón, pude ver cómo se había alejado de la comodidad de su radiador para estar restregándose en la pernera de Dani. Ella, agachada, acariciaba su pelaje mientras sonreía en silencio, pero, cuando me escuchó caminar, alzó la vista. Era un gesto tan simple, tan cotidiano... Y aun así se las apañaba para hacer que se me escapase el aliento en un solo suspiro.

Agarró a Luna entre sus brazos y la alzó para levantarse. Entonces reaccioné y volví a caminar, esta vez hacia ella, y la agarré de la cintura para acercarla a mí. La miré por unos segundos, extrañando sus facciones y volviendo a hacerme con ellas, con cada línea, con cada poro y con cada pestaña, hasta que no pude evitar acercar mi cara a la suya. Pero paré a medio camino, esperando que Dani recorriese la otra mitad mientras miraba sus labios, y no sabría decir si tardó muchísimo o si todo ocurrió en un instante. Lo que sí tenía claro es que sabía a gloria.

— Buenos días — dijo muy cerca de mi oído antes de abrazarme.

— Te he echado de menos — Escondí la cara en su cuello. En mi espalda, noté la garra de Luna acariciándome, como si se uniera al abrazo.

— Y yo a vosotras. Va, siéntate, que te hago el café.

— ¿Seguro? — pregunté mientras recogía a Luna de entre sus brazos.

— Sí, me queda poca energía, pero siempre quiero estar para el desayuno contigo.

Decidí darle el gusto y me senté con Luna a observarla. Estaba más cansada de lo que realmente quería admitir: se movía lento, arrastraba los pies y resoplaba casi en silencio, haciendo un esfuerzo muy grande por seguir adelante. No podía quedarme mirándola cuando estaba así. Le di un toque a Luna en el lomo para que bajase y me acerqué a Dani. La abracé por la espalda y llevé mis manos a las suyas para detenerla, le susurré al oído que se sentase, que ya seguía yo, y besé su nuca cuando soltó la cucharilla.

Antes de terminar de preparar aquel café que estaba a medias, busqué el bote de Nesquik y le preparé uno bien frío, como a ella le gustaba. Se lo serví con un beso en la mejilla y unas galletas con fruta, detalle por el que sonrió, pero no tocó nada hasta que no me senté a su lado con el café caliente entre mis manos. Durante unos minutos, nos quedamos en silencio, con los dedos meñiques entrelazados, perdidas en el momento. Quizás, los instantes no duraban para siempre, pero tendían a ser eternos en la memoria.

— ¿Qué tal has estado? ¿Has atendido a muchos pacientes?

— La verdad, en modo supervivencia desde que me bajó la regla anoche. Me tiene agotada y me duele todo. Para colmo, tuve varias consultas para aprobar cirugías y tres entradas a quirófano que no me correspondían. Una de ellas me dio mucha rabia porque fue de madrugada, urgente, y técnicamente era del dermatólogo porque era un quiste muy feo en la cara, pero llamó diciendo que tenía una emergencia. ¡Emergencia mis cojones! Jugaba la Real con el Barça y no le interesaba.

— ¿Y por qué un quiste es una urgencia?

— Por sepsis. Ni siquiera fue capaz de recetarle al pobre hombre la dosis correcta de antibiótico preoperatorio y vino con fiebre y delirios. Cuando intentaron contactarle, el muy imbécil dijo: «que se encargue Dánae, que para eso lo tiene en la cara. Total, más feo no lo va a dejar».

— ¿Y ese capullo por qué trabaja de médico?

— Yo qué sé, pero le tengo mucho asco. — Frunció el ceño por unos segundos, pero vi cómo le pasó una idea por la cabeza y se relajó —. Aunque me quedaron unos puntos de sutura que parecían un Picasso. — dijo orgullosa. Después, mordió una galleta.

— Esa es mi chica — besé su frente.

— Va, ahora tú. ¿Qué has hecho en el parque de bomberos, superheroína?

— Papeleo de superheroína, ya sabes.

— Oh, mi todopoderosa del sistema operativo. — Hizo el gesto de rezarme y me reí a carcajadas —. ¿Y al casi fuego del bar del centro no fuiste? Lo vi en la tele durante el descanso.

— No, cuando pasó ya había terminado mi turno y estaba aquí estudiando — Señalé la mesa del comedor llena de papeles —. Tuve el busca cerca por si me requerían, pero no llegaron a avisarme. Una buena señal que no lo hiciesen.

— ¿Qué tal lo que llevas estudiado? ¿Te ves ascendiendo?

— Uf... no sé. Soy lista, pero muy insegura para los exámenes.

— Seguro que podrás — añadió con una sonrisa.

Me quedé embobada unos segundos mirándola hasta que mi teléfono me sacó del momento sonando fuerte y claro. Cuando me fijé en la pantalla, una foto de Raquel me devolvía la mirada y decidí cogerlo al momento.

— ¿Se ha escapado otra loca del psiquiátrico?

— Tía, son las ocho cero uno, ¿dónde estás?

— Mierda — dije con media galleta en la boca y una migaja en la comisura del labio —. ¿Ya es tan tarde?

— ¿Es que no tienes reloj en tu casa?

— Perdona, voy en seguida.

Cuando colgué, me fui corriendo a mi cuarto a ponerme el primer chándal que pillase del armario, agarré la bolsa de deporte, siempre lista para salir pitando, y le di un beso apresurado a Dani antes de salir. Cuando casi cerré la puerta, me dijo que dormiría en casa, pero que pasaría la tarde con sus padres y su hermano, por si volvía y no la encontraba allí. Ni siquiera sé qué le dije para confirmar que la había oído, pero la escuché reír antes de cerrar del todo.

Cicatrices: RomulusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora