11 de noviembre de 2024, 8:15.
Poco después y tras un rato estresante de tráfico, pisaba con prisa el gimnasio, donde Reloj-zilla me esperaba de brazos cruzados. Exagero poco si digo que me miró perdonándome la vida desde el umbral de la puerta de los vestuarios, pero no me dijo nada. Por el contrario, cuando salí tras dejar mis cosas en la taquilla, me esperaba con los arneses en la mano y me ayudó a ponérmelos. ¿Gentileza? No. Solo sabía que si me dejaba a mí sola iba a tardar más, pero así era Raquel y había que aceptarla tal cual. Cuando Carlo me ajustó las cuerdas y empezamos a escalar, habló por primera vez.
— Ya tiene que ser buena la excusa para que me hayas hecho esperar un cuarto de hora.
— Dani.
— ¿Ya me estás faltando al respeto por una novia otra vez? — preguntó con media sonrisa. Quería molestarme.
— No, es que ha vuelto de la guardia de veinticuatro horas. Llevamos unos días que sus turnos y los míos no coinciden y ayer le cambiaron el horario de improviso. Estábamos hablando.
— ¿Hablando o comiéndoos la boca? U otra cosa, no sé qué hacéis las lesbianas de hoy en día. ¿Sigue de moda la tijera? — Se rio cuando se me resbaló un pie tras escuchar esa pregunta.
— Hablando. Y no, no está de moda, está bien, pero sobrevalorado.
— Si tu vida sexual es tan triste como para no ver a tu chica en días y que solo habléis, no me puedo enfadar contigo. Bastante tristeza tienes ya en tu vida.
— Pero ¿qué dices?
— No sé, no me cuentas nada. Yo asumo que vuestro concepto del sexo es daros de la mano y, si se pone muy caliente la cosa, juntar los piececitos.
— Una cosa te voy a decir: cuando la cosa se pone caliente no se juntan los piececitos, sino la pierna entera, así, a la aventura.
— Tía, vaya cochinadas dices aquí, en medio del gimnasio.
Pasamos el resto del tiempo compitiendo por quién iba a llegar al final de la pared más rápido. Raquel seguía pinchándome con lo de haber llegado tarde y con el sexo fantasma, pero se calló cuando le respondí que no todas podíamos ponernos cachondas cuando nos recitaban leyes. Cuando la miré bien, me di cuenta de que, tras el sudor, se asomaba un rubor en sus mejillas que poco tenía que ver con el esfuerzo físico. Allí, a diez metros sobre el suelo, empecé a reír a carcajadas cuando supe que cerró la boca porque había acertado.
Tampoco me dijo nada cuando terminamos. Se quitó el material de escalada sin apenas mirarme y volvió al vestuario. Nos duchamos casi como si fuésemos desconocidas, sin entablar conversación para entretenernos como tantas otras veces, a excepción de pedirme algo de champú porque se le había gastado. La verdad, no sabía si había tocado una fibra sensible o si solo se estaba haciendo la ofendida, pero ya había aprendido mi lección años atrás. Lo mejor era disculparse y así lo hice mientras nos vestíamos con ropa limpia.
— No, si no pasa nada — dijo sonrojada, alzando una mano para que parase de hablar —. Es que a veces me alucina lo bien que me conoces, pero luego recuerdo que hemos perdido cinco años y me pongo mal. — Se ajustó el sujetador y se dio la vuelta —. Abróchalo, porfa.
— Yo también me arrepiento de no haber estado para ti durante tanto tiempo. — Le di un toque en el hombro cuando terminé —. Aunque me alegra mucho conocerte otra vez. —Se quedó un momento en silencio, mirándome con los ojos bien abiertos.
— Dios, es que eres tontísima. — Hizo un mohín, molesta y sonrojada a partes iguales —. Te espero fuera.
Salió pitando. No había otra forma de describirlo porque ni siquiera había terminado de vestirse, pero no podía culparla. No teníamos demasiados momentos tan sinceros como ese. La última vez, Raquel se me echó a llorar en el coche y no habíamos vuelto a tener una conversación así. Era una mujer dura en su día a día, pero eso solo denotaba que era muy sensible cuando se raspaba la superficie y yo me prometí que no volvería a hacerle daño. Sanaríamos, sí, pero a su ritmo.
Salí unos minutos después del vestuario y ya me estaba esperando en la puerta. Como todos los días, iríamos caminando a comprar algo para desayunar y me acompañaría al trabajo para luego irse al suyo propio. Ese era nuestro momento de ponernos al día. Por un lado, Raquel me explicó que la iban a ascender de hacer rutas por la provincia a trayectos entre comunidades autónomas. Suponía más sueldo y, dependiendo de las horas de viaje, turnos distintos a los que estaba acostumbrada. Por supuesto, ya se estaba memorizando las carreteras, las paradas y el sistema de lectura de billetes de viaje, que era distinto al del bus urbano.
Yo, por mi parte, me quejé de lo mucho que odiaba que llevásemos Dani y yo tanto tiempo con el horario sin coincidir. Estaba orgullosa de ella, salvaba vidas y se comía marrones que no le correspondían, pero me frustraba mucho que se aprovechasen de ella por no tener tanta experiencia. De hecho, la mayor rabia la sentí en verano, cuando estrenaron Alien: Romulus en el cine y no pudimos ir porque todos los días le salían con una excusa nueva para que fuese a cubrir a otra persona. Tuvimos que interrumpir nuestra cita para verla todas y cada una de las veces que la planteamos y, al final, no vimos nada porque la quitaron de cartelera.
— Uf... Pobre desdichado el imbécil que se haya metido entre unas mujeres y su peli de Alien.
— Es que es el puto dermatólogo cada vez. Le molesta que Dani sea mejor, más joven, más talentosa, más inteligente y más guapa.
— Ya sabes que a los tíos egocéntricos les jode mucho que una mujer sea mejor que ellos. Lo cual es irónico, porque sería igual de bueno si se dedicara a trabajar en vez de darle cada vez más experiencia de campo a Dani. De todas formas, yo te puedo ayudar con eso.
— ¿Ahora eres mi sicaria?
— Me refiero con la película. No vamos a matar a nadie. — Se rio a carcajadas —. Alquílala en el videoclub.
— Los noventa pasaron hace ya treinta años, ¿sabes?
— Sí, pero hay uno sobreviviendo en el centro. Es muy popular porque es vintage y al parecer esa mierda está de moda. Álvaro y yo vamos mucho, en especial cuando no encontramos la peli que queremos ver en las plataformas que tenemos.
— ¿Y tienen Romulus? — Asintió —. ¡Es perfecto! — La abracé con fuerza, ella se quedó quieta —. Podría prepararle algo para esta noche, así tranquilito y con todo lo que se le pueda antojar.
— ¿Antojar? ¿No me la habrás preñado?
— Qué va, es que está con la regla. La quiero mimar, que entre eso y los turnos no le da la vida.
— Qué mona. Ojalá más novios como tú. Álvaro todavía no termina de entender la diferencia entre salvaslip y compresa de noche. Si me ves el mes pasado haciendo una cama de salvaslips en las bragas porque cogió ese paquete, palabras textuales, «porque tenía más», y no tenía otra cosa a mano, te hubieras partido de risa.
Y, la verdad, así fue. Creo que no me había reído tanto en mucho tiempo. No podía imaginar a Álvaro, un hombre de los más inteligentes y con capacidad de retener información que conocía, razonando algo tan tremendamente estúpido. En realidad, no podía culparlo, no tenía hermanas con las que haber crecido viendo aquello y, probablemente, ninguna novia antes se lo había pedido. Pero allí estaba mi amiga, apañándose con salvaslips por amor. Desde luego, algo de lo que aprender.
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Cicatrices: Romulus
RomanceNo todo acaba en la última página de una novela... Descubre qué pasa después con la relación de Cris y Dani, por qué están pasando por un mal momento en su relación y qué tiene que ver la peli de "Alien: Romulus" en todo esto con este mini relato ex...