Extra 3

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11 de noviembre de 2024, 20:00.

Las horas parecían no pasar. Probablemente era porque estaba atada a mi escritorio haciendo papeleo, pero lo cierto es que no podía parar de pensar en lo que quería comprar y en la ruta que tenía que seguir para ir al videoclub. Que las manecillas del reloj llegasen al número ocho fue difícil, pero no perdí un segundo desde que anunciaron el cambio de turno. Incluso Antonio se quedó sorprendido de que no esperase cinco minutos para charlar, como todos los días, pero no olvidé despedirme de él antes de irme.

Caminé hasta casa solo para coger el coche. Antes de irme, miré a las ventanas de mi piso y las luces estaban apagadas. Aquello era buena señal porque Dani todavía no estaba allí. De todas formas, no podía dormirme en los laureles porque lo más probable era que llegase pronto. Sin embargo, el videoclub no jugaba a mi favor; no era capaz de encontrarlo ni con Google Maps. Tuve que llamar a Raquel para que me indicase por dónde ir y acabé encontrándolo en un pequeño establecimiento de una zona peatonal.

Hacía tanto tiempo que no veía uno que me hubiera quedado allí horas estudiando qué películas tenían, pero, viendo que se hacía tarde y que no tardarían en cerrar todas las tiendas, le pedí al dueño del local directamente lo que estaba buscando y me advirtió que podía tenerla durante tres días. Probablemente la llevase al día siguiente, pero estaba bien saberlo. Tras pagar, fui pitando al supermercado, donde compré todo lo que se me ocurrió que podría interesarle, y volví a casa.

Cuando miré de nuevo hacia las ventanas, me di cuenta de que había fracasado en mi misión: las luces estaban encendidas. Suspiré, resignada, y me tomé el poco camino que me quedaba con calma, ya que de todas formas me iba a pillar con las manos en la masa. Cuando abrí la puerta, Dani me esperaba al otro lado, sentada en el sofá acariciando a Luna mientras estaba distraída con una revista de medicina, y no pude evitar quedarme mirándola hasta que se dio cuenta de que estaba allí.

— ¿Y todo eso? — preguntó con curiosidad.

— Nada, cositas que te pueden gustar y tampones, que casi no quedaban. Ah, y... — Rebusqué entre las bolsas —. Esto. — Le enseñé la peli de Alien: Romulus —. Quería darte una sorpresa, pero has llegado a casa antes que yo — dije con una sonrisa de medio disculpa en el rostro.

— Cris, ¿has hecho esto por mí? — Se levantó del sofá y se acercó a mí a punto de llorar. Había subestimado lo sensible que estaba aquel día —. Muchísimas gracias, mi amor — dijo antes de darme un beso.

— ¿Quieres verla ya o esperamos a más tarde?

— Ahora, que a lo mejor más tarde me quedo dormida.

No tuvo que añadir más nada. Agarré su mano y la conduje al sofá, donde le dije que esperase sentada y se dejase hacer. Me miraba dar vueltas por todas partes, cogiendo un bol para sus Pelotazos, agua, Ibuprofeno y todo lo que pudiese necesitar. Sin embargo, se le iluminó la mirada cuando me vio sacar el bote de pepinillos. Por extraño que sonase, sí, mi novia tenía antojo de pepinillos cuando le bajaba la regla y siempre procuraba tenerlos a mano. El helado, para Dani, estaba sobreestimado. Después, fui a ponerme el pijama y a hacernos algo de cenar.

Antes de sentarme, apagué las luces y comenzó el cine en casa. Luna, ajena al bicho de la tele, se quedó entre Dani y yo suplicando que le diésemos el jamón york de nuestros sándwiches. Por supuesto, la señorita tenía su propia comida preparada con agua fresca, pero no, tenía que poner esos ojitos de gato con botas y manipularnos. Ni que decir tiene que al final le di la loncha entera y acabé comiendo queso nada más. Dani se reía disimuladamente de mí, por tener un carácter tan débil con Luna, pero no podía evitarlo: era mi hija y conocía la angustia de no verla comer por la operación que tuvo cuando la llevé a casa por primera vez.

Sin embargo, el ambiente empezó a pesar más cuando los habitantes del planeta Yvaga llegaron a la Romulus, una de las dos partes de una nave abandonada, y encontraron a los abrazacaras. Dani se acercó cada vez más a mí, hasta el punto de estar ambas acostadas, ella sobre mi pecho y cubriendo todo mi cuerpo, con una manta por encima mientras alcanzaba los Pelotazos del bol que había puesto en el suelo. Yo le acariciaba el pelo con parsimonia y hacía lo propio con Luna, que se había acurrucado con nosotras.

Incluso si no la había visto nunca y solía quedarme absorta con películas nuevas, mi cabeza salió por un momento del Xenomorfo que acechaba la nave y del sintético reprogramado para ser cruel y pensé en que ya lo tenía todo en la vida, allí, en esa habitación, y que quería que fuese para siempre. Quería a Dani así toda la vida, quería la tranquilidad que sentía en ese momento, quería que Luna fuese eterna. Quería eso hasta el día que me muriese, incluso si lo de Luna no era posible.

Pero salí de ese pensamiento cuando esa especie de Ingeniero que había parido uno de los personajes apareció en pantalla. Dani agarró fuerte la manga de mi pijama, expectante, y no era para menos. Era la primera vez que sentía tanta tensión con el terror espacial y creo que lo disfrutamos demasiado teniendo en cuenta lo que nos estaban mostrando. Poco después, terminó la película y todo quedó en silencio, como si lo que acabábamos de ver tuviera que asentarse antes de que alguien dijese nada.

— Ha sido una pasada — dijo con la mirada perdida.

— Tremenda — añadí en el mismo tono —. Ha valido cada euro del alquiler.

— Gracias por esto, Cris. Lo necesitaba. Necesitaba esto contigo.

— No tienes nada que agradecer, yo también estaba deseando pasar tiempo a tu lado.

Cuando me escuchó decir eso, se movió ligeramente para abrazarme y enterrar la cara en mi pecho. Ahí, en silencio, sentí paz y un calor que había extrañado demasiado. Entonces, volví a pensar en lo mismo que un rato antes y llegué a la conclusión de que Dani se había convertido en mi hogar, que cuando salía a trabajar no estaba deseando llegar a esas cuatro paredes, sino a ella, y que toda aquella tristeza que había estado acumulando toda la semana por no poder vernos era porque, en realidad, me había convertido en una vagabunda sentimental y, antes de pensar en nada más, mi boca ya estaba pronunciando unas palabras que lo cambiarían todo.

— Tengo algo que decirte, pero no sé si es demasiado pronto.

— Nunca es pronto para decir algo. — Colé la mano bajo su camisa y empecé a acariciar aquellas cicatrices que sellaron nuestro destino años atrás —. Tendemos a creer que tenemos todo el tiempo del mundo, pero no es así.

— Cásate conmigo. — El corazón se me aceleró conforme me escuchaba a mí misma decir aquello. Dani lo estaba escuchando.

— Vale — respondió sin más.

— ¿Qué? — Alcé la cabeza y la miré. Ella hizo lo mismo.

— Que sí, que me caso contigo. Pero, como condición, quiero vivir contigo un año entero. Solo llevo aquí dos semanas y no quiero saltarme esta etapa.

— Lo que quieras, pero yo ya me voy a referir a ti como mi mujer.

— Cállate. — Volvió a esconder la cara en mi pecho, pero esta vez se cubrió con la manta.

— Eh. — Se asomó ligeramente —. Te amo. — Podría vivir toda la vida de la sonrisa que se le dibujó al escucharme.

— Te amo, superheroína.

Tras corresponderme, volvió a invadirle la vergüenza, solo que esta vez decidió ser valiente y me besó en lugar de volver a su refugio bajo la manta. Aquella vez, sus labios tenían un sabor diferente, más liviano, más dulce, más reparador que cualquier otra cosa en el mundo. Yo le pertenecía a ella, a ese momento, a estar acostada allí mientras le acariciaba el pelo y notaba cómo se dormía sobre mí. Pertenecía a donde mi corazón me dijera que ahí era y, desde que la conocí, siempre me dijo que mi lugar era Dani. Miré a la tele, a los créditos en pausa, y sonreí al darme cuenta de que todo había empezado con Alien antes de caer rendida junto a mi futura esposa.

Cicatrices: RomulusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora