Capítulo 4: Dame la mano

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—¿Así que este gil es el príncipe azul que se convirtió en ogro? Bueno vos tranquila, vas a estar bien. Dame la mano y seguime la corriente

—Estás loco vos, no te voy dar la mano y si estás pensando en acercarte a Ignacio anda sacandote esa idea de la cabeza

—¿Ignacio se llama el salame este? Era de esperarse, los Ignacios son todos pelotudos

—Dale Felipe, no jodas, por favor te lo pido

—Muy bien Cenicienta eh, vas aprendiendo. Ahora me decís por mi nombre, me encanta. Dale, dame la mano.

Juliana se resistía a darle la mano a Felipe pero de tanto insistir terminó cediendo. Apenas sintió el contacto con su piel le pasó algo raro en el cuerpo, incluso por un segundo sintió que su respiración no le pertenecía.

Tenía la mano caliente y la textura de su piel era tan suave... pero no podía dejarse llevar, no podía pensar en la piel de Felipe. ¿Qué hacía pensando en Felipe? Si se volvía a enamorar seguramente iba a salir lastimada, la última vez había sido así. Ignacio le había arruinado la vida. ¿Cuántos años más iba a tener que soportar el dolor del desamor? No estaba dispuesta a pasar dos veces por lo mismo.

Felipe se estaba acercando cada vez más al mostrador para pedir el helado, pero en ese momento sintió un tirón fuerte en la mano. Juliana lo había soltado y estaba corriendo en dirección hacia la calle. Ignacio miraba toda la situación desde afuera y su cara se estaba transformando, parecía enojado, muy enojado.

Felipe salió corriendo a buscarla lo más rápido que pudo, pero cuando quiso darse cuenta la había perdido de vista. Juliana no estaba por ningún lado, se quería matar, la había dejado ir así como si nada. ¿Qué mierda le pasaba? Por qué la había dejado ir? ¿Cómo iba a hacer ahora para encontrarla? No importaba lo que hiciera, la tenía que encontrar, no podía estar muy lejos. Hacia cinco minutos la tenía al lado. Al lado y encima de la mano.

—¿Dónde estás Juliana?— se dijo a sí mismo a modo de reproche

Pero Juliana no estaba lejos, estaba mucho más cerca de lo que Felipe pensaba. Recorrió la diagonal 74 de pies a cabeza y cuando estaba a punto de irse a su casa, resignado por todo lo que había pasado, la vio. Ella estaba sentada en un escalón de un negocio que Felipe no conocía a un par de cuadras de la heladería.

—¿Qué haces acá? ¿Por qué te fuiste así? ¿Estás loca?

—No, no estoy loca y no me hagas tantas preguntas, no quiero hablar. Pensé que el mensaje había quedado claro cuando me fui

—¿Y siempre te vas así vos? ¿Corriendo y sin dar explicaciones? Me hiciste asustar, mira si te pasaba algo

—Qué me va a pasar exagerado. Además yo no tengo que darte ninguna explicación, sos un desconocido para mi, no flashees confianza

—Bueno, tanto como desconocido no me parece, pero si no querías venir me hubieras dicho y no te insistía más

—No es que no quería venir, es que no me gusta esto, que vengas y me manejes como querés, que me agarres de la mano. No se, no da

—¿A qué le tenés miedo?

—A nada ¿qué decís?

—Bueno si no queres hablar de eso ahora me voy, pero no me trates así que te quiero ayudar nada más

—Si me querés ayudar sentate y callate

—Bueno ves, ese es un buen comienzo

Juliana le hizo un gesto de silencio a Felipe con la mano, él se limitó a asentir levantando las manos en señal de disculpa y se quedaron mirando a la nada un par de minutos.

Juliana y Felipe- Felipe y Juliana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora