VENOM; CAPÍTULO 14

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La vida de los Salazar era una mezcla de desafíos y momentos agridulces, un equilibrio frágil entre la supervivencia y la esperanza

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La vida de los Salazar era una mezcla de desafíos y momentos agridulces, un equilibrio frágil entre la supervivencia y la esperanza. Su madre, atrapada en el ciclo del alcoholismo, a menudo descuidaba sus responsabilidades, dejando a sus hijos a merced de su propio ingenio.

Miguel, siendo el mayor, asumió el papel de protector y proveedor. Salía a trabajar en lo que podía, tomando cualquier empleo que encontrara para asegurar que él y su hermana Antonella tuvieran algo que comer y un techo sobre sus cabezas. Aunque sus esfuerzos ayudaban a la estabilidad económica de la familia, su mayor motivación siempre fue el bienestar de Antonella. Su amor y dedicación hacia ella eran inquebrantables.

Ser emigrante en otro país presentaba sus propios retos. La nostalgia por su patria, ahora bajo el yugo de un dictador, era una constante en su vida. La añoranza de las tradiciones, el sabor de la comida casera y la calidez de su comunidad eran recordatorios dolorosos de lo que habían dejado atrás. Sin embargo, Miguel nunca dejó que estas dificultades lo detuvieran.

La vida era dura y cruel, pero Miguel estaba decidido a soportar todas las adversidades para asegurarse de que Antonella tuviera una oportunidad de ser feliz. Se mantenía firme, sabiendo que su esfuerzo no era en vano.

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Una tarde, Miguel llegó a casa después de un largo día de trabajo. Estaba exhausto, pero una sonrisa apareció en su rostro al ver a su hermana, Antonella, sentada en la mesa de la cocina, concentrada en sus estudios.

—Hola, Antonella. ¿Cómo te ha ido hoy? —preguntó Miguel, quitándose la chaqueta y colgándola en la silla.

Antonella levantó la vista y le sonrió, su expresión iluminada por el amor y la admiración que sentía por su hermano mayor.

—Bien, Miguel. He terminado todos mis deberes y la profesora dice que estoy mejorando mucho en matemáticas.

Miguel se sentó a su lado y le revolvió el cabello con cariño.

—Sabía que lo lograrías. ¿Viste que no eras tan burra?

Antonella rió suavemente y miró a Miguel con seriedad fingida.

—Vuelve a decirme burra y te tiro por la ventana, igual  tú raspas en física.

Miguel se echó a reír, levantando las manos en señal de rendición.

—Vale, vale. Me rindo. Eres la más inteligente de la casa.

Antonella lo miró con una sonrisa traviesa.

—Eso lo sé, hermanito.

—Eso lo sé, hermanito

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