Cap 3

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El viento de la noche se colaba por la ventana abierta, helando el aire de la habitación. La luna brillaba sobre el escritorio del Imperio Brasileño, donde se sentaba noche tras noche, su semblante sombrío, sus ojos cansados. Había una pila de cartas a su derecha, cartas que había escrito en las horas de desvelo y angustia. Cada una, una súplica, una confesión, un ruego silencioso hacia su amado, Gran Colombia.

Tomó un papel en blanco y, en silencio, comenzó a escribir. Sentía que sus palabras eran como un puente hacia la lejanía, una cuerda tenue entre él y el hombre que ahora enfrentaba la guerra en el Perú. Habían pasado semanas desde su última carta, pero el Imperio Brasileño mantenía la esperanza de que, en algún rincón del continente, Gran Colombia leyera sus palabras.


...


Carta 23

Mi querido Gran Colombia,

Anoche soñé contigo otra vez. Te veía entre sombras, envuelto en polvo y humo de batalla, tu silueta oscurecida por el fragor de la guerra. Trataba de acercarme, de llamarte, pero cada paso que daba hacia ti, tú retrocedías, y mi voz se ahogaba en el viento. Me desperté empapado de sudor, el pecho ardiendo de angustia.

No sé cómo estás. No sé si estás herido, si necesitas ayuda, si estás solo. En la distancia, cada momento parece una eternidad, y el tiempo se convierte en un enemigo más cruel que cualquier ejército. Me desvelo por ti, querido, y escribo estas palabras con la esperanza de que, en algún momento, mis pensamientos lleguen hasta ti.

Sé que la guerra en el Perú es crucial, que luchas por tu ideal de libertad y justicia. Y sé también que esa causa es parte de lo que me enamoró de ti. Tu fuerza, tu valor, y tu pasión por defender a los pueblos que te rodean. Pero, aun así, no puedo evitar preocuparme. ¿Quién cuida de ti cuando cae la noche y el cansancio te vence? ¿Quién escucha tus miedos cuando la oscuridad se cierne sobre el campo de batalla?

Aquí en el Imperio, todo es silencio. Aunque el ruido de las celebraciones y la vida cotidiana sigue, yo me siento como un espectador, ausente en cuerpo y alma. Tú eres mi pensamiento constante, la sombra que me acompaña, y las palabras de consuelo que intento escribir para ti me devuelven a mi propio dolor.

Si lees esta carta, querido, te ruego que me respondas. No importa cuán breve sea tu mensaje, solo necesito saber que estás bien, que sigues en pie, que la guerra no te ha arrancado la vida que tanto amo.

Con todo el amor y la angustia que caben en un corazón que espera,

—El Imperio Brasileño


...


Guardó la carta junto a las demás, sintiendo la impotencia de la distancia, el peso de la incertidumbre que lo consumía. Sabía que las probabilidades de que sus palabras llegaran a Gran Colombia eran escasas; las tierras y el conflicto que los separaban eran vastos y complejos. Pero Imperio de Brasil era obstinado en su amor, y esa noche, al igual que las anteriores, cerró los ojos con la esperanza de que sus pensamientos traspasaran fronteras.

Mientras tanto, en algún lugar de los Andes, Gran Colombia leía. Tenía sus cartas guardadas en el bolsillo de su chaqueta, a salvo de la intemperie y el polvo. No respondía, y no porque no deseara hacerlo, sino porque las circunstancias no se lo permitían. Pero cada carta, cada palabra de Imperio de Brasil, le llenaba de fuerzas. Le recordaban el hogar, el calor de un abrazo, la promesa de volver.

El eco del silencio ¡🇨🇴🌿x 🇧🇷👑!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora