Holi, solo porque me lo pidieron y porque también pensé en que Panamá necesitaba también algo de protagonismo en esta historia. :)
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La finca de Gran Colombia era un lugar vasto y lleno de vida, con campos que se extendían más allá del horizonte, colinas suaves cubiertas de pasto verde y un río cristalino que atravesaba el valle como una cinta de plata. Panamá, la más pequeña de los hijos de Gran Colombia, había crecido allí, rodeada de los aromas de la tierra húmeda, los sonidos de los pájaros y la calidez de las manos de su padre, quien siempre la llamaba "mi niña bendita".Era una tarde tranquila, una de esas en las que el aire olía a flores silvestres y el sol se sentía como un abrazo suave. Pero, a pesar de la belleza que la rodeaba, Panamá se sentía un poco sola. Sus hermanos mayores estaban ocupados: Colombia estaba en la biblioteca, inmersa en sus estudios de política y cultura; Venezuela y Ecuador estaban trabajando juntos en la herrería, forjando herramientas que les serían útiles para los días venideros.
Panamá, sin nadie con quien jugar, decidió que era un buen momento para explorar sola. Se puso su vestido blanco de algodón, que le quedaba un poco grande y tenía bordados de flores hechos por Colombia, y salió al patio descalza, sintiendo el calor de la tierra bajo sus pies.
—Hoy será un día para mí —se dijo a sí misma con una sonrisa mientras se dirigía hacia el viejo árbol de mango que marcaba el límite del huerto.
El árbol era su lugar favorito en toda la finca. Era enorme, con ramas que se extendían como brazos abiertos al cielo, y un tronco ancho que se sentía como un refugio seguro. Panamá solía trepar hasta la rama más baja y quedarse ahí, mirando el paisaje y dejando que el viento acariciara su cabello negro como la noche.
Al llegar, se quedó de pie frente al árbol, mirándolo como si lo estuviera saludando.—Hola, señor Mango. ¿Cómo estás hoy? —le preguntó, inclinándose ligeramente como si esperara una respuesta.
Por supuesto, el árbol no le contestó, pero Panamá sentía que el susurro de las hojas movidas por el viento era su forma de decirle que también estaba feliz de verla. Comenzó a trepar, con cuidado de no lastimarse las manos ni rasgar su vestido. Una vez en la rama baja, se sentó, dejando que sus piernas colgaran y balanceándolas suavemente.
Desde ahí, podía ver casi todo: el río a lo lejos, brillando como un espejo bajo el sol, las montañas que protegían la finca y las nubes esponjosas que pasaban lentamente por el cielo. Cerró los ojos y suspiró, disfrutando del momento.
—¿Qué haré cuando crezca? —se preguntó en voz alta, como si el árbol pudiera darle la respuesta.
Era una pregunta que se hacía con frecuencia, aunque no se lo decía a nadie. Sentía que sus hermanos mayores ya tenían un camino claro: Colombia era responsable y sabia, siempre cuidando de los demás; Venezuela era apasionado y lleno de energía, listo para cualquier desafío; Ecuador, por su parte, era calmado y reflexivo, siempre pensando antes de actuar. Pero ella... ¿qué era Panamá? ¿Qué papel tendría en el mundo?
Mientras pensaba en esto, una pequeña mariposa azul aterrizó en su rodilla. Panamá la observó con ojos curiosos, admirando cómo sus alas brillaban bajo el sol. Extendió un dedo con cuidado, y la mariposa, como si entendiera que no había peligro, se subió a él.
—Tú sí sabes a dónde vas, ¿verdad? —le dijo con una sonrisa—. Siempre tienes un lugar al que volar.
La mariposa aleteó suavemente y, tras unos segundos, levantó vuelo, perdiéndose en el cielo. Panamá la siguió con la mirada hasta que desapareció, y entonces bajó la vista hacia el suelo, donde las sombras del árbol formaban patrones que parecían bailar al ritmo del viento.
Decidió que era hora de explorar más allá del árbol. Bajó con cuidado y corrió hacia el río. Al llegar, se agachó junto a la orilla y metió las manos en el agua fría, disfrutando de la sensación. Su reflejo le devolvió la mirada, y por un momento se quedó viéndose a sí misma, intentando descifrar qué veía en esa niña de ojos grandes y oscuros.
—Papá dice que soy su niña bendita —murmuró, como si tratara de convencerse a sí misma—. Pero a veces siento que no soy suficiente... que soy tan pequeña comparada con mis hermanos.
Panamá recogió una piedrecilla del suelo y la lanzó al agua, viendo cómo se formaban ondas que se extendían hacia las orillas. Las ondas le recordaron algo que su padre solía decirle: que todo en la vida, incluso lo más pequeño, tenía un impacto. Que, como esas ondas, incluso ella, siendo pequeña, podía cambiar el mundo a su manera.
—Quizás algún día lo entenderé —dijo con un suspiro.
De repente, un ruido entre los arbustos llamó su atención. Panamá se levantó rápidamente, con el corazón latiendo rápido, pero cuando se acercó para ver qué era, encontró a un conejo blanco, pequeño y de ojos rojos, que la miraba con curiosidad.
—Oh, hola, amiguito —dijo con una sonrisa, agachándose para no asustarlo—. ¿Estás perdido?
El conejo no respondió, claro, pero tampoco huyó. Panamá extendió la mano, y el conejo, tras un momento de duda, se acercó para olerla. Esto hizo que la niña riera suavemente, sintiendo una conexión inesperada con el animal.
—¿Quieres venir conmigo? —le preguntó.
Y, como si entendiera, el conejo comenzó a seguirla mientras ella caminaba hacia una pequeña colina cerca del río. Allí se sentó en la hierba, el conejo a su lado, y se quedó mirando el horizonte. Aunque estaba sola, no se sentía tan sola como al principio. La presencia del conejo, el sonido del río y el viento jugando con su cabello le daban una extraña sensación de calma.
—Creo que puedo esperar un poco más —le dijo al conejo—. Mis hermanos siempre vuelven, y papá también lo hará. Solo tengo que ser paciente.
El sol comenzó a ponerse, tiñendo el cielo de colores cálidos. Panamá sabía que era hora de regresar a casa, pero en su corazón, aquel momento quedaría grabado como uno de los más especiales. Porque, aunque pequeña y aún sin respuestas claras, había aprendido algo importante: no estaba sola, ni siquiera cuando lo parecía. Siempre había algo o alguien, aunque fuera un conejo blanco, dispuesto a acompañarla.
Se levantó, sacudió el polvo de su vestido y comenzó a caminar de regreso, con el conejo saltando alegremente detrás de ella.
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El eco del silencio ¡🇨🇴🌿x 🇧🇷👑!
EspiritualTras varios momentos en lo que no pudieron estar juntos, sin embargo, gracias a un "encuentro" permitieron aquel anhelo de amor entre ellos, pero.. ¿Que pasaría si todo se volviera abajo? ¿Que el destino estará en su contra?