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Presente...

-¡Estas comportándote como un maldito niño, Jaeyun! - los gritos de la madre era todo lo que se oía en la casa de los Sim.

El hijo menor, Jake, intentaba desaparecer en el sofá, ignorando totalmente a su madre porque no había punto en su discurso que le interese, pero su hijo estaba arriba, armoniosamente durmiendo su siesta en su antigua habitación y lo que menos quería era que se despierte para ver a su adorada nona en medio de uno de sus usuales destellos de locura.

¿Por qué debían ser así? Dios, Jake tenía su propio departamento, su trabajo y ingresos que le permitían mantenerse a él y a su bebé, ¿Sus padres no podían verlo? ¿Por qué necesitaba un alfa para subsistir?

Si, había destruido el plan familiar al embarazarse de un desconocido y no casarse al instante, lo hecho hecho estaba y jamás cambiaría a su bebé por un alfa de primera clase que lo engañaría con todo aquel omega que se cruce. Su hermana había corrido ese
destino y Jake haría lo imposible por evitarlo, en especial cuando en la ecuación también se agregaba Riki.

¿Cómo podría exponer a su hijo a algo así? Conocía la clase de alfa que su madre le presentó, todos negarian y dejarían de lado a su cachorro, le obligarian a internarlo en un orfanato en Australia solo porque ellos eran los alfas y ellos sabían lo mejor.

Lo peor, sabía que su madre y su cerrada mente estarían de acuerdo, así como estaba de acuerdo con que el alfa de 50 años que estuvo sentado frente a sus ojos minutos atrás era el ideal para él.

¿Desde cuándo se había convertido en una moneda de cambio? ¿Desde cuándo lo despreciaban tanto?

– El señor Thompson te ofreció el oro y el moro, pero no, el señorito otra vez prefiere el libertinaje... así terminaste – la gota colmo el vaso de Jake con ese comentario.

No le importaba que digan cosas de él, pero había captado el doble sentido en el veneno de su madre.

– Madre, por favor, cuida tus palabras y deja de delirar, padre nunca hubiera aceptado esto – dijo parándose, había tenido demasiado por ese día.

Su padre había fallecido un año atrás, un cáncer terminal de corazón se lo había llevado y la tranquilidad de Jake se había ido con él. Mientras su padre vivió, su madre no dijo ni pío en su contra o sobre el matrimonio faltante en su vida, ya que el hombre estaba feliz con su nieto y no cuestionaba nada de la vida de Jake.

Pero él ya no estaba y el luto de su madre duró muy poco, desde entonces estaba en la búsqueda inútil pero constante de algún pobre diablo para desposar a su hijo descarrilado.

– ¡Tu padre se murió de amargura! Su hijo... derrochando años de esfuerzo a la basura en una maldita noche, años de estrategia, ¡Promesas de matrimonio! ¡Ibas a ser un duque! – su madre fingió desplomarse en el sillón, su hermana a su lado le trajo paños húmedos para su frente.

Oh... la cara que le dió Yuna, ¿En serio se había puesto de parte de su madre?

– Madre... – tragó grueso, dispuesto a pedir perdón por molestarla, porque aunque odiara el delirio de su madre, peor sentía hacerla sentir apenada por su culpa.
Solo quería un destello de orgullo de su parte, pero no podría jamás hacer lo que eso ameritaba.

– Ni me hables, lárgate de aquí con el niño antes de que me mates a mi también – exclamó a través de los paños húmedos que Yuna no paraba de ponerle en la cara.
No había caso, Jake se encaminó a las escaleras con los sollozos ardiendo en su garganta.

"El niño", rompía el corazón de Jake cada vez que llamaba a Riki así, sabía que nunca había aceptado a su bebé, jamás había recibido un regalo o una mínima muestra de afecto de su parte, no como su padre, y aún así su cachorro se desvivía por ver a su abuela, se tiraba a sus brazos en busca de un abrazo que nunca le devolvían. Y Jake había sido egoísta e iluso, creyó que tal vez un día se apiadarian de él y lo aceptarían.

Pero ya había tenido demasiado, por su hijo y por su dignidad ya no podía permitir tantos ataques.

Su Riki dormía cómodamente en el centro de la cama que un día llamó suya, en una habitación que por años había sido su refugio, ahora quería tomar sus cosas y marcharse, lejos, no a su apartamento ni a un hotel, lo más lejos posible donde su madre y sus choferes no los encontraría.

– ¿Mami? – murmuró el cachorro dormitando contra su hombro cuando lo cargo, llevando su mochilita y cubriéndolo con una campera, era tarde y era obvio que no pasarían la noche.

Habían sidos invitados a una cena que terminó siendo una emboscada, sabía que no tendría que haber confiado en la sonrisita soncarrona de su madre ni en el tono dulce con el que le hablo cuando llamo, seguramente luego de que haya concordado la cita con el viejo de antes.

Esa sería la última vez.

Su auto estaba en la cochera bajo llave, Oliver el portero no tardó en abrirle sin preguntar, él había sido su único aliado.

Se despidió, sabiendo que sería la última vez que lo vería, lo extrañaría, habían compartido cigarrillos años atrás y se había callado la boca cuando lo ayudaba a salir de fiesta a los barrios bajos en su adolescencia.

Llegó a casa más rápido de lo normal, acostó a su bebé y se puso en marcha, metiendo todo lo estrictamente necesario en una bolsa, había hecho esto una vez, tenía dieciséis y era estúpido, ahora había crecido y tenía más razones para desaparecer.

No estaba solo como esa vez, ya no más.
Se encontró observando el cuerpo de su hijo suspirando entre sueños en la madrugada, con una manito apretada en su manta de estrellas y su otro bracito al rededor de su elefantito. Jake lo miró, delieneo su naricita y sus pestañas, sus lunares y cabellito, preguntándose mil y una veces si lo que estaba por hacer le afectaría tanto.

Pero Riki adoraba las aventuras, y está sería una grande.

Beach Boys - HeejakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora