Capítulo 1.

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Rubén.

Sonreí ante aquella sensación extraña que se estaba produciendo en la planta de mi pie derecho. Abrí los ojos y ensanché mi sonrisa al darme cuenta de la causa de mis cosquillas. Mangel estaba recostado a mi lado, reposando la cabeza sobre mi pie. Reí por lo bajo.

-Gilipollas.-

Me moví con cuidado hasta lograr ponerme de pie; estiré los músculos y repasé mis ojos con las palmas de mis manos. Un bostezo escapó de mi boca mientras corría las cortinas del ventanal de mi habitación y lo abría un poco para dejar que corriera el fresco aire matutino. Un sonoro ronquido resonó por toda la habitación. Me senté a la orilla del colchón, el cual ahora era ocupado en su totalidad por mi mejor amigo. Lo observé por unos minutos, sin emitir sonido alguno. Dormía profundamente, revuelto entre las mantas, totalmente despreocupado del mundo exterior. Me mordí el labio inferior; mierda. Estaban apareciendo de nuevo esos pensamientos verdaderamente acojonantes que me impedían pensar con claridad, y es que tenerlo durmiendo frente a mi resultaba demasiado peligroso. Sacudí mi cabeza de un lado a otro, intentando ahuyentar de mi mente las imágenes de aquel horrendo día, un año atrás.

|Play a la canción.|

-Debes estar de coña, Rubiuh.- Me miró, descojonándose por mis palabras y hablándome con ese acento tan peculiar, tan suyo. Lo miré fijamente sin emitir palabra, tratando de decirle con la mirada que aquello no era ninguna jodida broma. Pareció entender el mensaje a los pocos segundos, puesto que dejó de reír de golpe. –Es que no te entiendo, macho. ¿Por qué coño me dices esto justo ahora que me mudo?- Respiré profundamente, llenando mis pulmones de oxígeno y a la vez, llenando mi cuerpo de valor.

-Porque es la verdad.- Tomé sus manos entre las mías. –Mangel...

-Nada de "Mangel..."- Se deshizo de mi agarre de una manera poco delicada. –No me vengas con gilipolleces, no ahora. ¿Resulta que ya me quieres?- Me miró de una manera tan profunda que me dio miedo responder. –Eres un hijo de puta.- Caminó hasta el desayunador y recargó su peso sobre él. –Cuando me mudé contigo decidí ser sincero, mandar todo a tomar por culo y decirte que estaba enamorado de ti y ¿qué fue lo que me dijiste? ¿eh? Seguro lo recuerdas muy bien.-      Me escudriñó con la mirada una vez más. -¡Que me digas, joder!

Comencé a jugar con mis manos, mientras me miraba los pies y hablé de una manera bastante tímida para tratarse de mí.

-Te pedí que lo olvidaras si querías seguir siendo mi mejor amigo.- Un nudo demasiado apretado se formó en mi garganta al revivir aquellas palabras que yo mismo, en un ataque de histeria, había dicho.

-Vale, pues ahí tienes.- Respiró profundo y me miró una vez más, conteniendo el aire por unos segundos para después dejarlo salir y comenzar a hablar de una manera que me partió el corazón en mil pedazos. –No tienes una jodida idea de lo que me costó olvidar todo; fueron días, semanas, meses en los que puse todo mi esfuerzo en ello. Y lo hice por ti. Ahora vienes y te burlas de mí. No, coño. ¡No!- Golpeó la superficie del desayunador con el puño cerrado y cerró los ojos con fuerza, haciendo que de estos escaparan varias lágrimas. Luego de unos segundos, habló en un tono que apenas lograba escucharse en medio del silencio que nos rodeaba.               

-Olvídalo... si quieres seguir siendo mi mejor amigo, olvídalo.

No esperó respuesta; caminó hasta la puerta de entrada, tomó su maleta y salió, llevándose con él lo último que quedaba de un "nosotros" para dejarme solo en el lugar que por todo un año había sido nuestro y que, ahora pertenecía sólo a mis recuerdos.

Cuando volví en mí, de mis ojos emanaba lo que parecía ser un raudal de lágrimas. Me levanté rápidamente y me sequé el rostro con la manga del pijama; quería evitar a toda costa que Mangel me viera así. Lo miré de reojo: seguía profundamente dormido. Y no lo culpaba. Habían pasado sólo unas pocas horas desde que el sueño nos había vencido. Me acerqué al gran mueble apostado junto a una de las paredes de mi habitación y abrí varios cajones, sacando unas cuantas prendas para vestirme; después me dirigí a la ducha. No me molesté en entibiar el chorro que cayó sobre mi cuerpo de golpe, quería sentir el agua quemándome la piel, quería sentir que me sacaba de aquellos recuerdos que tanto me dolían. Obtuve justo el efecto contrario, transportándome dos años atrás en el tiempo.

-¡Por fin, tío!- Exclamé, dejando la última caja de mudanza sobre el suelo y girándome para mirar a mi nuevo compañero de piso, el cual no se encontraba por ninguna parte. 

-¿Mangel?

Luego de unos segundos, entró. Me miraba tímidamente.

-¿Y a ti qué coño te pasa?- Crucé los brazos y alcé una ceja, esperando su respuesta. Él suspiró y se sentó en medio de la habitación, rodeándose de todas esas cajas que esperaban ser desempacadas. Decidí sentarme frente a él. -¿No piensas hablarme nunca más?

-Rubiuh...- Pronunció mi sobrenombre, impregnándolo de nerviosismo. –Yo...- Tragó saliva sonoramente.

-Vamos, coño, habla que me estás poniendo de los nervios.

Y era verdad. Mi corazón comenzaba a palpitar de una manera tan agresiva que pronto tendría que sostenerlo con las manos.

-Me prometí a mi mismo que, una vez que nos mudáramos juntos sería sincero contigo... con nosotros.

Su puntualización en la palabra "nosotros" mandó a mi corazón hasta algún punto muy cercano a mi garganta. Lo miré. Él no me miraba; sus ojos estaban totalmente perdidos en el suelo. El silencio comenzó a llenar el ambiente demasiado rápido para mi gusto.

-Hay algunas cosas que deberías saber.

La voz de Mangel rompió el, cada vez más, penetrante silencio. 

–Has sido mi mejor amigo por mucho tiempo, incluso más del que imaginé que lo serías.- Por fin me miró y pude notar un destello en sus ojos. –Hemos pasado por tantas situaciones... buenas y otras tantas que no lo han sido, pero aquí estamos y nuestra amistad no ha flaqueado nunca.- 

Tomó una de mis manos tímidamente entre las suyas y comenzó a jugar con mis dedos. 

–Creo que es el momento de que sepas...- A continuación, balbuceó algo que me fue imposible comprender.

-¿Ah?- Lo miré, confundido. Él aspiró profundamente.

-Estoy enamorado de ti.-

Me quedé de piedra. Una oleada de pensamientos y emociones se me vino encima. Retiré mi mano de entre las suyas de una manera bastante brusca, rasguñando la palma de su mano derecha.

-¿Qué dices?- Me levanté y sin esperar respuesta de su parte, continué. –Es que eres gilipollas, joder.- Comencé a dar vueltas por la habitación, actuando cual león enjaulado. Mangel se incorporó rápidamente; en su rostro estaba dibujada una mueca de ¿miedo? ¿angustia? No sabría decirlo. Por fin terminé mi tour de idas y venidas, situándome justo frente a él. 

 –Mangel, ni tu, ni yo somos... gay.- Me pasé las manos por el cabello. Respiré profundamente, evitando mirar a mi amigo, quien parecía estar pasmado ante mis palabras. –Tienes que olvidarte de que esto ha pasado y seguir adelante. Y lo mismo haré yo.- Me acerqué a él, sintiéndome como un verdadero hijo de puta. –Hey, mírame.- No lo hizo. –Mírame, coño.- Lo tomé por la barbilla y lo obligué a obedecerme. -¿Quieres seguir siendo mi mejor amigo?- Esperé unos segundos, obteniendo como respuesta un simple asentir de su cabeza. –Bien, entonces olvida que esto pasó. ¿Vale?- Me dedicó una mirada que me quebró por dentro; tan profunda y directa que sentí como si pudiera ver a través de esa máscara de rudeza que había decidido ponerme encima, y deseando que así fuera. No dijo nada. Retiró mi mano de su barbilla con un movimiento firme y asintió.

Abrí los ojos. El agua seguía cayendo sobre mi cuerpo, ahora fría. El mismo sentimiento de todos los días me estaba invadiendo de nuevo. Dos años. Dos años llevaba arrepintiéndome de mis acciones, aquellas que habían estado infundadas por el miedo; el miedo de perder a Mangel, el miedo de echarlo todo a perder, de arruinar nuestra amistad diciéndole que yo también estaba jodidamente enamorado de él. Sabía que si me lanzaba a sus brazos todo podría haber terminado mal. Me había portado como un verdadero hijo de puta y nos había arruinado aquel día que tanto habíamos estado esperando los dos: el día en que por fin nos mudábamos juntos. Enjaboné mi cuerpo y mi cabello de manera automática, sin pensarlo demasiado. Mangel llevaba ya un año viviendo por su cuenta, luego de que hubiese juntado el valor suficiente para confesarle, por fin, mis verdaderos sentimientos. No sé qué esperaba de ese momento. ¿Qué olvidara todo lo que yo le había hecho pasar y me besara? Soy gilipollas. Ahora era tal vez demasiado tarde, pero yo era feliz teniéndolo a mi lado, aunque sólo fuese mi amigo. Y nada más.

Todo lo que necesitas saber. |Rubelangel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora