Martevero. ✓

Prólogo.

El viento silbaba con furia, azotando la cara del hombre con copos de nieve. El frío se le metía en los huesos, pero él seguía adelante, su mirada fija en el sendero que se perdía entre las montañas del Himalaya. Había estado buscando esta cueva durante semanas, guiado por un mapa antiguo que había encontrado en un monasterio budista. 

Se decía que la cueva escondía un secreto de la civilización Mohenjo-daro, un secreto que podía cambiar la historia.

La nieve caía con más fuerza, dificultando la visibilidad. El sujeto se detuvo, jadeando por el esfuerzo. Su cuerpo estaba exhausto, pero su mente no se detenía. La cueva tenía que estar cerca.

De pronto, vio un destello de luz entre los árboles. Se acercó con cautela, su corazón latiendo con fuerza. La luz provenía de una pequeña abertura en la roca, la entrada a una cueva.

Él se agachó y ingresó en la cueva. El aire estaba frío y húmedo, y un olor a tierra mojada llenaba sus fosas nasales. La luz de su linterna iluminaba las paredes de la cueva, revelando una serie de pinturas rupestres que representaban escenas de la vida cotidiana de una civilización antigua.

Siguió caminando por la cueva, su mirada fija en las pinturas. De pronto, la cueva se abrió en una gran cámara, y una luz tenue se filtró por una abertura en el techo. En el centro de la cámara, había un altar de piedra, y sobre él, un artefacto de oro con inscripciones extrañas.

Se acercó al altar, su corazón latía con fuerza. Las inscripciones del artefacto parecían ser de una lengua desconocida, pero algo en ellas le decía que estaban relacionadas con la civilización Mohenjo-daro.

De pronto, escuchó un ruido detrás de él. Se giró rápidamente, y vio a un grupo de hombres vestidos con ropas de piel y con el rostro cubierto por máscaras de madera. Los hombres lo miraban con ojos llenos de desconfianza y hostilidad.

—¿Quiénes son ustedes?—preguntó tratando de mantener la calma.

Los hombres no respondieron. Se acercaron a él con pasos lentos y silenciosos, sus manos agarrando unas armas de madera.

Él se sintió atrapado. Había descubierto un secreto que no debía ser revelado, y ahora, la tribu que lo protegía estaba dispuesta a luchar por él.

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