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Me tocó aguantar una gran regañada por parte de mi mamá sobre las fiestas y salir sin permiso, me puso sumamente nerviosa que no fui capaz de pronunciar palabra.

Todas las burlas de aquel momento se me incrustaron en la mente y se me repetían constantemente, quería escapar, quería sentirme bien ¿por qué para todo el mundo era fácil sentirse bien menos para mí?

- ¡Irene, abre ahora mismo la puerta! -mi mamá me llama por mi segundo nombre cada que se enoja, su voz resonaba en el cuarto de baño donde me encontraba encerrada en aquel momento.

Como siempre, acabé hecha una bolita en la esquina de aquel horrible sanitario, todo me daba vueltas, quería bajarme de ese mundo, quería dejar de sentir aquella presión en el pecho y garganta; que me mataban lentamente.

- ¡Deja a Kar tranquila! -se escuchaba la vocecita de Ethan, que posiblemente estaba al lado de mi mamá. Tras unos minutos más, pareció darse por vencida y comprender que realmente no iba a salir de allí por un tiempo.

Ahora mi cuerpo actuaba solo, sin ningun control, porque me sentía sucia, sentía todas aquellas burlas pintadas sobre mi piel y cómo esta ardía, así que comencé a desnudarme frente al espejo y miré mi reflejo. ¿Cuánto tiempo iba a aguantar más? ¿Cuánto tiempo iba a pasar hasta que lograra formar una frase clara delante de una persona?

Las lágrimas salieron de mis ojos sin yo quererlo.

Con mis manos recorrí todo mi torso, toqué mis marcadas costillas con todo el asco que sentía hacia ellas, mis pequeños pechos, mis marcadas clavículas y mi largo y estropeado cabello. Me daba asco. Todo me daba asco.

Agarré una vieja navaja del fondo del estuche, donde las guardaba. Apenas veía nada, solo las manchas borrosas de mis muñecas, ya marcadas. El dolor en mi pecho crecía y crecía. Era una inútil. Acaricié la afilada navaja con la yema de mi dedo índice, aplicando una ligera presión que enseguida me alivió. Respiré hondo. Pensé en Ethan. Esto estaba mal.

Esto tenía que parar. Mi cabeza necesitaba darme un respiro, tenía que dejarme vivir.

Volví a guardar la navaja en el mismo sitio y volví a mi postura de bolita, hundiéndome en mis lágrimas. No quería seguir cortándome, pero no sabia como aliviar aquella estúpida ansiedad que inundaba mi cuerpo.

No calculé bien el tiempo que estuve allí encerrada, pero cuando salí por voluntad propia, todas las luces estaban apagadas. Caminé hacia mi cuarto, sabiendo que ya todos en mi casa dormían, pero lo que no esperé al abrir la puerta, fue que la misteriosa chica de ojos profundos
estuviera acostada en mi cama, comiéndose mi cena. Mis ojos casi salen de sus órbitas cuando se encontraron con los suyos. ¡¿qué hacía ella aquí?! cerré la puerta con rápidez, cuidando que mis papás no pudieran descubrirla en mi habitación.

- Hola, mudita -dijo con la boca llena de arroz que había preparado mi mamá. Mi ceño se frunció cuando descubrí cómo había entrado allí, la ventana de mi balcón estaba abierta de par en par.

Con pasos firmes, intentando fingir seguridad en mi misma, le arrebaté el plato de comida y señalé con mi dedo índice hacia el balcón. Soltó una pequeña carcajada de sus labios y se levantó por fin de mi cama, ¿iba a hacerme caso?

- Has dejado a Laila preocupada por tus rodillitas, niña. Quería saber cómo estabas, Ka... Karime, ¿no es así? -dijo con una sonrisa que para nada se reflejaba en sus ojos. ¿Cómo sabía mi nombre? No me dió tiempo a pensar una explicación, porque vi cómo se empezaba a acercar peligrosamente a mí y eso me puso nerviosa. Su pecho estaba solo a unos centímetros del mío y sus manos casi rozaban mis caderas.

El nudo en mi garganta se hizo más que presente, no podía siquiera abrir la boca.

- Has hecho que mi precioso carro gaste neumáticos para nada, ¿sabes? -dijo en tono bajo, ronco. Su presencia me aterraba el doble que la de cualquier persona-. Veamos que tenemos por aquí... -dijo mientras levantaba la parte baja de mi pantalón de pijama, dejando al descubierto mis rodillas.

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⏰ Última actualización: Nov 15 ⏰

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