Era una noche emocionante en el cuadrilátero. Las luces brillaban intensamente mientras la multitud rugía, celebrando el increíble desempeño de Jey Uso, quien acababa de ganar su primer campeonato de lucha libre. En medio del bullicio, él alzó el cinturón dorado con orgullo, saboreando el momento que había soñado durante años. Rhea Ripley, lo miraba desde los vestidores con una mezcla de orgullo y amor. Ella sabía cuánto esfuerzo y sacrificio había puesto en llegar hasta allí.
Sin embargo, antes de que pudiera acercarse para felicitarlo, alguien más lo hizo primero: Liv Morgan, su peor enemiga. La odiada rival se le acercó con una sonrisa descarada, colocando una mano en el hombro de Jey mientras decía en un tono meloso: —¡Felicidades, campeón! Sabía que tenías el talento para llegar tan lejos.
Rhea se detuvo en seco, sintiendo cómo un nudo se formaba en su estómago. Desde la distancia, vio cómo Morgan se inclinaba un poco más cerca de él, dejando claras sus intenciones con gestos y miradas. El corazón de ella se llenó de inseguridad; después de todo, Liv siempre encontraba formas de meterse en su vida y complicar las cosas.
Jey pareció darse cuenta de la incomodidad de la situación. Dio un paso atrás, sacándose a Morgan de encima con elegancia, y buscó con la mirada a su verdadera inspiración: Rhea. La encontró al borde del cuadrilátero, y sus ojos se iluminaron al verla.
—Gracias, Liv, pero creo que alguien más merece escuchar mis palabras primero —dijo Jey con firmeza, dejando claro que no estaba interesado en sus halagos.
Caminó hacia su novia, ignorando el evidente disgusto de Liv, y extendió una mano para ayudarla a subir al ring. Cuando ella estuvo junto a él, Jey no perdió tiempo en rodearla con un brazo y acercarla hacia sí, mostrándole al mundo quién era la persona más importante para él.
—Este campeonato es tan tuyo como mío —le dijo con una sonrisa sincera—. Gracias por estar conmigo en cada paso del camino.
La inseguridad de su novia se desvaneció al instante. Liv, furiosa por haber sido ignorada, salió del ring con un bufido, pero eso ya no importaba.
Él le había dado su lugar, y con eso, le recordó que no había espacio para la duda.
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La celebración había terminado y la Arena estaba vacía. Jey se ofreció a buscar la bolsa de Rhea, que había dejado en los camerinos. Apenas se quedó sola, apareció Roman Reigns, entrando con esa sonrisa arrogante que siempre lo caracterizaba.
—Vaya, qué conveniente que Jey no esté —dijo el, apoyándose en el marco de la puerta—. Justo el momento perfecto para tener una conversación seria contigo.
Ella lo miró con desdén, cruzándose de brazos. —¿Qué quieres? Si vienes con tus tonterías, ahórratelas.
Roman se rió entre dientes y dio un paso más hacia ella. —Relájate, no es nada personal... bueno, tal vez sí lo sea. Mira, solo quiero que entiendas tu lugar en todo esto. The Bloodline y yo éramos un equipo sólido antes de que tú aparecieras. Ganábamos, éramos invencibles. Tú, por otro lado, eres... una distracción.
Ella tensó la mandíbula, pero no dijo nada, dejando que él continuara.
—Vamos, sabes que tengo razón. Jey puede estar encariñado contigo ahora, pero cuando vuelva a necesitar enfocarse en su carrera, cuando se dé cuenta de que todo este rollo sentimental lo está frenando, regresará a lo que realmente importa. A nuestro equipo.
—¿Ya terminaste? —respondió ella, su voz afilada como una navaja—. Porque si crees que voy a caer en tus provocaciones, estás perdiendo el tiempo.
Reigns sonrió, claramente disfrutando del momento. —No es provocación, es la verdad. Pero adelante, sigue creyendo que eres indispensable. Veremos cuánto dura.
Ella iba a responder, pero en ese momento, la puerta se abrió, y Jey volvió con la bolsa en la mano. Su expresión se iluminó al verla, completamente ajeno a la tensión en el ambiente.
—Aquí está tu bolsa —dijo con una sonrisa, entregándosela. Luego notó a Roman—. ¿Qué haces aquí?
Reigns volvió a ponerse su máscara de inocencia, encogiéndose de hombros. —Nada, solo pasaba a saludar. Ya sabes, felicitarte por tu victoria.
Jey lo miró con desconfianza, pero no insistió. —Bueno, ya lo hiciste. Ahora, si no te importa, quiero pasar tiempo con Rhea.
Roman fingió una sonrisa, dirigiéndole una última mirada cargada de desprecio a ella antes de marcharse. Cuando estuvieron solos, Jey volvió a centrarse en su novia.
—¿Qué quería? —preguntó, frunciendo ligeramente el ceño.
Ella dudó por un segundo, considerando si debía contarle lo que había pasado. Pero al final, decidió no arruinar el momento. —Nada importante, solo sus mismas tonterías de siempre.
Jey asintió, relajándose. —Bueno, no le des importancia. Él no sabe lo que dice.
Ella lo miró y sonrió, aunque por dentro sentía una pequeña inquietud. Roman no se detendría, pero también sabía algo más: ella no era una distracción. Y tarde o temprano, se lo demostraría, no solo a él, sino al mundo entero.
