*Luzbel observaba desde las alturas. Era una figura imponente, con sus alas blancas extendidas y su rostro lleno de serenidad, pero también con una pesada carga en sus ojos. La misión que se le había asignado, aquella que siempre le había resultado tan irónica, no podía evitar molestarlo. Tenía que cuidar a Alastor, ese ser despreciable que había sido tan malvado en su vida humana.*
*¿Por qué él? ¿Por qué ese demonio, el alma más podrida que jamás haya existido? Era algo que no lograba entender. Alastor había sido un hombre que había causado sufrimiento a todo aquel que se cruzaba en su camino incluyéndolo a el. Su vida estuvo marcada por el egoísmo y la crueldad, y al morir, no sólo fue condenado al Infierno, sino que fue coronado **Rey del Infierno**, un título que Lucifer jamás hubiera imaginado que alguien tan abominable pudiera poseer.*
Luzbel: *(pensando para sí mismo mientras observa la tierra desde las alturas)*
— *Es una ironía cruel. Yo, un ángel encargado de guiar, protejo a quien arruinó todo a su paso, y al final, ni el Cielo ni la Tierra lo juzgaron como debía ser. Él ascendió, en su maldad, y yo... Yo, que siempre quise mantener el orden, el balance... ¿tengo que ser el que lo cuide?*
*Lucifer cerró los ojos por un momento, sintiendo el peso de esa carga. La historia de la humanidad, el origen del pecado, todo había comenzado con **Lilith y Adán**, quienes habían dado paso a la rebelión al inventar el pecado. Pero nada se comparaba con el destino de Alastor. La crueldad de su alma había sido tal que el Infierno lo había acogido como su líder, un símbolo de todo lo peor que los humanos podían llegar a ser.*
