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NO RECONOCIERON LA GRAVEDAD DE LA SITUACIÓN HASTA VARIOS MESES DESPUÉS, cuando la nieve de las montañas se había derretido y ellas estaban de regreso en casa.
Cuesta creer que aquel sencillo plan funcionara tan bien, a pesar de los imprevistos. Estaban vivas, con la fuerza suficiente para enfrentar los meses que aún no sabían que pasarían allí, solas, perdidas. La historia se contaba perfectamente: las rocas sueltas, el cuerpo en el fondo con el cuello roto, y las huellas en la nieve señalando la dirección en que había corrido. No tenían que mentir, ni ocultarlo. A fin de cuentas, ese bosque era suyo; formaban parte de él tanto como él de ellas. Todo era tan simple, tan perfecto.
Es difícil entender cómo un acto del que ellas eran responsables pudo desatar tanto alboroto. Al final, solo eran un equipo de fútbol que tenía que competir en los Nacionales. Todo lo que sucedió parecía ajeno a las chicas que eran antes de subirse a ese avión, y todavía cuesta más creer que hubieran pasado por todo aquello, el hambre, el frío, la muerte. Pero una cosa era pasar por ello y otra muy distinta, desgraciadamente, era pasar de ello; y, aunque creían que se habían alejado para siempre de aquel bosque, ahora ya no estaban tan seguras. Ahora que la curiosidad del mundo exterior se había apagado y que la vida había vuelto a la normalidad, comprendieron algo perturbador: mientras durante años imaginaron que aquel lugar estaba lejos, en realidad siempre había estado allí, latente en sus recuerdos, junto a la cabaña de madera y los árboles frondosos.
Aunque recuerdan demasiado bien los largos y terribles días que tenían por delante y los largos y terribles meses que siguieron, les bastaba con mirar por encima del hombro, después de tantos años, para volver a oír el crujir de la nieve helada bajo sus botas mientras corrían, cuchillos y machetes en mano.
Quizás hubo un tiempo en que tenían muchas historias que contar. Ahora, solo queda una. Esta es la única historia que jamás serán capaces de relatar.
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