Prólogo

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El sonido de cajas al ser apiladas resonaba en el pequeño apartamento. Satoru, con el rostro marcado por la fatiga y los recuerdos, apretó los labios mientras acomodaba los últimos libros en la estantería. Las paredes blancas y desnudas parecían observarlo, quizás esperando a que ese nuevo capítulo de su vida tomara forma. De pronto, su teléfono vibró con insistencia, una vez más. El nombre en la pantalla parpadeaba como una amenaza: Hermana.

Sin inmutarse, Satoru deslizó el dedo para rechazar la llamada. No había lugar para conversaciones. No después de todo lo que había ocurrido.

"Eso ya no importa", murmuró, respirando hondo y obligándose a centrar la atención en su nueva vida. El pasado debía quedarse enterrado.

Justo cuando pensaba que podría tomarse un respiro, el timbre resonó en el apartamento. Satoru se dirigió a la puerta, aún con el ceño fruncido, y la abrió con desgano. Allí, con una gran sonrisa y un peinado impecable, estaba Greta, una mujer de mediana edad que irradiaba autoridad y entusiasmo.

"¡Bienvenido a la comunidad!", exclamó, extendiendo una mano con una energía que desentonaba con la seriedad del momento. "Soy Greta, la presidenta de la comunidad. No podía dejar de venir a darte la bienvenida oficialmente".

Satoru forzó una sonrisa y estrechó la mano que le ofrecían. "Gracias... Es un placer".

"¡Oh, ya lo verás!", continuó Greta, sin perder un ápice de entusiasmo. "Aquí todos somos como una gran familia... bueno, con algunas diferencias de opinión de vez en cuando, pero nada serio", dijo, guiñando un ojo como si compartieran un secreto.

"Genial, suena... interesante", respondió Satoru, intentando mantener un tono neutral. Ya sentía que el tiempo se alargaba en esa puerta.

"De cualquier forma, si necesitas algo, no dudes en llamarme. Aquí tienes mi número", añadió ella, deslizando una tarjeta en la mano de Satoru antes de girarse con un saludo alegre y marcharse escaleras abajo. La serenidad volvió a llenar el aire, aunque no duró mucho.

Unos minutos más tarde, mientras Satoru intentaba deshacerse de las cajas vacías, escuchó pasos en el rellano. Una mujer joven, vestida con un atuendo informal y una sonrisa radiante, apareció en la puerta abierta.

"¡Vaya, ya era hora de que hubiera gente joven en esta comunidad!", dijo la recién llegada con un tono amistoso. "Soy Maite, vivo justo debajo. Si necesitas ayuda con algo, solo toca mi puerta".

"Gracias, Maite. Lo tendré en cuenta", respondió Satoru, esta vez dejando entrever una leve sonrisa. Había algo en la calidez de la joven que aligeraba el peso que sentía en el pecho.

"Nos vemos, vecino", se despidió ella, desapareciendo con un gesto amistoso.

Cuando la puerta se cerró, Satoru apoyó la espalda contra la pared y cerró los ojos. No sabía lo que el destino le deparaba en este nuevo lugar, pero algo le decía que, aunque la vida no le daría tregua, las cosas no serían aburridas. No con vecinos como estos.

Con un suspiro, miró hacia las cajas restantes. Era solo el inicio de un nuevo capítulo, y Satoru estaba listo para enfrentarlo, aunque ello implicara abrirse, poco a poco, a lo que la comunidad y su peculiaridad tenían que ofrecer.

Vecinos tumultuososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora