En los días que siguieron, Satoru y Rebeca se encontraron varias veces para discutir los detalles de la denuncia. Poco a poco, las reuniones se volvieron menos formales y más amigables; compartían anécdotas de su día, discutían sobre sus gustos y, ocasionalmente, Rebeca lograba arrancarle a Satoru alguna risa tímida. Ambos comenzaban a reconocerse no solo como abogado y cliente, sino como personas con una conexión más profunda.
Una noche, tras cenar juntos, Rebeca le comentó: "Mañana tendré todos los papeles listos para la denuncia".
"Bien", respondió Satoru, forzando una sonrisa. "Nos vemos mañana". Pero al cerrar la puerta de su apartamento, su cuerpo lo traicionó. El aire se tornó pesado, el pulso se aceleró, y un amago de ataque de ansiedad lo invadió. Era como si una parte de él estuviera rogando no presentar los cargos, mientras la ira y el rencor lo empujaban en la dirección opuesta. Se convenció a sí mismo de seguir adelante, al menos por esa noche.
Al día siguiente, Rebeca llegó con los documentos en la mano. "Aquí están", dijo, colocándolos sobre la mesa. "Solo necesitas firmar aquí".
Satoru tomó el bolígrafo, pero sus manos temblaban. "Pasa algo...", notó Rebeca.
Él alzó la mirada, sus ojos eran un mar de dudas. "No... sí... No lo sé". Rebeca se acercó y, sin pensarlo, lo abrazó. "Sé que no estás bien", murmuró. El contacto lo descolocó; todo aquello que había reprimido durante años comenzó a fluir. Los recuerdos de su infancia con Elaina inundaron su mente: la manera en que ella lo cuidó tras la muerte de su madre, sus risas compartidas, los momentos en que fueron inseparables. Pero también recordó el dolor de las traiciones, el veneno de la envidia que los separó.
"No sé qué hacer", confesó, las lágrimas deslizándose por sus mejillas. "Aún la quiero... Es mi hermana. Juramos estar juntos, pero me hizo tanto daño..."
"Es normal", respondió Rebeca, con voz comprensiva. "Denunciar a un ser querido es de las cosas más difíciles. Pero... si aún la quieres, tal vez haya una salida diferente. Creo que necesitas escucharla. Cuando llame, contesta".
Como si el destino lo escuchara, el teléfono de Satoru vibró. En la pantalla, el nombre de Elaina. Esta vez, no dudó. Contestó. "Elaina".
Del otro lado, un silencio contenido se rompió con su voz. "Al fin... Satoru, ¿podemos hablar? Pero... en persona".
"Claro", respondió, con la voz aún quebrada. "Vayamos a la cafetería de siempre".
"Vale", dijo ella, antes de colgar.
Mientras Elaina colgaba, la emoción la embargó. "Por fin... puedo hablar con él", le dijo a Fran, quien sonrió aliviado. "Seguro que quiere reconciliarse".
"Claro que sí", le animó Fran. "Y si realmente quieres hacerlo bien, devuélvele lo que le robaste. Tenemos más que suficiente".
Elaina asintió. Por primera vez en mucho tiempo, había esperanza de que las heridas pudieran comenzar a sanar.
Satoru llegó a la cafetería unos minutos antes de la hora acordada. El lugar, cargado de recuerdos de tiempos mejores, le pareció tan familiar y a la vez extraño. Respiró hondo y se sentó en una mesa cerca de la ventana, observando el exterior con aire pensativo. No tuvo que esperar mucho. Elaina entró poco después, luciendo nerviosa, pero decidida. Sus ojos se encontraron, y ambos compartieron un instante de reconocimiento y dolor.
"Hola, Satoru", saludó ella, su voz temblorosa.
"Hola", respondió él, con frialdad, intentando mantener su muro. "¿Qué quieres?"
Elaina bajó la mirada antes de volver a alzarla, llena de lágrimas. "Pedirte perdón", dijo con voz entrecortada. "Te hice mucho daño, Satoru. Te robé. Te mentí. Sé que has estado enfadado durante años, y tienes todo el derecho. Pero he cambiado. Me di cuenta de lo horrible que fui contigo". Sus lágrimas comenzaron a correr. "Eres la única familia de sangre que me queda. Perdimos a mamá y papá... No quiero perderte a ti también. Eres mi hermano pequeño, mi niño... Por favor... Perdóname".
El corazón de Satoru se tambaleó al escuchar la desesperación de su hermana. No quería ceder, pero las emociones lo empujaban en todas direcciones. Antes de que pudiera responder, Elaina sacó un sobre de su bolso y se lo tendió. "Aquí está. Los 40.000 euros que te robé".
Satoru observó el sobre, su expresión endurecida. "Paso", dijo, apartando la mirada.
Elaina se quedó sin palabras. "¿Cómo?", preguntó, incrédula.
Él la miró con tristeza, pero sin rastro de ira. "Me hiciste mucho daño, Elaina. Casi arruinas mi vida, y sí, me robaste. De hecho, estuve a punto de denunciarte hace poco. Estaba consumido por mi propia ira. Pero al final... sigues siendo mi hermana. Fuiste quien me cuidó cuando mamá y papá murieron. Así que... te perdono".
Elaina soltó un suspiro, como si un peso gigantesco se desvaneciera de su pecho. Sin previo aviso, se lanzó a los brazos de Satoru y comenzó a llorar, esta vez de alegría. "Gracias, gracias...", repetía entre lágrimas. "Nunca pensé que me perdonarías. Te prometo que no volveré a fallarte".
Cuando ambos se calmaron, ella lo tomó de la mano. "Hay alguien que quiero que conozcas".
Confundido, Satoru la siguió. Caminaron juntos hasta el pequeño apartamento de Elaina. "Un poco pequeño", comentó Satoru, observando el lugar.
"Lo sé", respondió ella con una sonrisa. "Pero hay razones".
Fran apareció en la sala y sonrió al verlos. "Hola, Satoru. Me alegra que al fin os hayáis reconciliado".
"Veo que la llevaste por el buen camino", replicó Satoru, dándole una palmada amistosa en el hombro.
"Bueno, ahora vengo", dijo Elaina, desapareciendo por un momento. Regresó con una niña en brazos, de ojos grandes y brillantes. "Satoru, esta cosita es tu sobrina".
Los ojos de Satoru se abrieron de par en par. "¿Soy... tío?", preguntó, la voz teñida de incredulidad.
"Se llama Ingrid", dijo Fran, sonriendo orgulloso.
Satoru observó a la pequeña. "Vaya... Uno más en la familia. Aunque, sinceramente, este piso se ve pequeño".
"Estamos buscando uno más grande", comentó Elaina. "Especialmente porque estamos pensando en darle un hermanito a Ingrid".
"En el edificio donde vivo hay un piso en venta", sugirió Satoru. "Tiene cuatro habitaciones".
Elaina sonrió con gratitud. "Gracias, hermanito. Lo iremos a ver".
"¿Quieres cargarla?", preguntó ella, tendiéndole a Ingrid.
Con un poco de nerviosismo, Satoru tomó a su sobrina en brazos. La pequeña lo miró con curiosidad, como si comprendiera el momento especial. "Creo que se ha dado cuenta de que soy el tío", bromeó Satoru, y todos rieron juntos. Por primera vez en mucho tiempo, el peso del pasado pareció más ligero.
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Vecinos tumultuosos
General FictionEn el centro, Satoru estaba en plena mudanza de su nuevo piso alejándose de todo, mientras se mudaba su hermana mayor lo llamó pero Satoru no hizo ni caso, pues su hermana casi le fastidia la vida y no se lo perdona. El se fue mudando y entonces le...