Denuncia al canto

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Durante la semana, Satoru intentó mantener su mente ocupada con su trabajo. Organizó su espacio creativo y pasó varias horas componiendo un nuevo tema. Las letras reflejaban sentimientos profundos de introspección, mezclando el dolor de un pasado al que aún no podía dejar atrás con la esperanza de nuevos comienzos. La melodía era suave, casi melancólica, y cada nota parecía resonar con la historia de su vida.

De pronto, un ruido en el patio lo distrajo. Se asomó por la ventana y vio un tumulto de cajas apiladas, muebles cubiertos y personas entrando y saliendo del apartamento de enfrente. La nueva inquilina estaba mudándose. Satoru observó un instante antes de regresar a su trabajo, pero no pudo concentrarse; el bullicio continuaba al otro lado de la puerta.

Con curiosidad, se acercó y miró a través de la mirilla. "Coño, es la chica esta... así que ella es la nueva", murmuró para sí mismo. Sin pensarlo mucho más, abrió la puerta. Rebeca, quien estaba coordinando el movimiento de unas cajas con la ayuda de un par de hombres, levantó la vista y lo saludó con una sonrisa.

"¡Hola! Parece que hoy hay más movimiento del habitual", dijo Satoru con una leve sonrisa.

"¡Hola! Sí, disculpa el ruido", respondió Rebeca mientras secaba unas gotas de sudor de su frente. "Mudanza, ya sabes cómo es. Tú debes ser Satoru, ¿verdad? Me hablaron de ti en la junta de vecinos".

Satoru asintió. "Sí, justo me mudé hace pocos días. Parece que seremos los 'nuevos' de la comunidad".

Rebeca rió. "¡Vaya, qué alivio! No esperaba encontrar a alguien joven aquí. Pensé que sería todo un desafío integrarme".

"Bueno, tampoco soy tan joven. Tengo 28 años", aclaró Satoru, cruzándose de brazos con una sonrisa divertida.

"¡Y yo 31! Pero ya sabes cómo es... la gente tiende a ponernos etiquetas. En mi trabajo me ven como una 'veterana'", comentó Rebeca, con un gesto cómplice.

"Te ves más joven, para ser sincero", dijo Satoru, y Rebeca agradeció con una inclinación de cabeza. "¿Dices que trabajas de abogada?"

"Sí, así es. Por si tienes algún problema legal o alguna consulta, no dudes en llamarme", ofreció, extendiendo su mano en un gesto amistoso.

"Puede que lo haga. Gracias", respondió Satoru, estrechándole la mano con firmeza. "Bueno, bienvenida oficialmente. Supongo que nos veremos más seguido".

"Seguro que sí, vecino", dijo ella antes de regresar a coordinar su mudanza.

Satoru cerró la puerta y regresó a su espacio. A pesar de que los ecos del pasado seguían presentes, este nuevo lugar comenzaba a adquirir pequeños momentos de conexión que, sin quererlo, le hacían sentir menos solo.

Con el paso de las semanas, Satoru se mantuvo ocupado, inmerso en su trabajo creativo y en el proceso de adaptación a su nueva vida. Sin embargo, no lograba escapar del eco persistente de las llamadas de su hermana. Cada vez que veía el nombre de Elaina aparecer en su teléfono, un torbellino de emociones lo invadía: rabia, dolor, una punzada de añoranza. Finalmente, un día, al límite de su paciencia, decidió que no podía seguir esquivando la situación. Necesitaba orientación.

Marcó el número de Rebeca y, tras un breve saludo, le explicó que quería discutir algo importante. Ella accedió a pasar por su apartamento esa misma tarde. Cuando llegó, Satoru le abrió la puerta con un gesto tenso.

"Gracias por venir", dijo, guiándola al pequeño salón donde el aire parecía denso de incertidumbre. "Necesito que me ayudes con algo legal".

"Claro, Satoru", respondió Rebeca, acomodándose en el sofá con una expresión seria. "¿Qué está pasando?"

Satoru respiró profundamente, como si al hacerlo pudiera calmar la tormenta dentro de él. "Imagina que un familiar tuyo... alguien en quien confías ciegamente, te traiciona. Te roba dinero, abusa de tu buena fe con mentiras, y cuando descubres todo, sientes que has perdido años de tu vida creyendo en alguien que solo te perjudicaba".

Rebeca lo observó, sus ojos mostrando comprensión. "Eso es un tema grave. Cuéntame los detalles".

"Es mi hermana", confesó Satoru, con la voz cargada de emociones. "Siempre fue... envidiosa y manipuladora. Fingía problemas que no existían para sacarme dinero. Yo creía en ella, le presté cerca de 40.000 euros. Todo, basado en mentiras."

Rebeca asintió, tomando nota mental. "Eso es un delito serio, Satoru. Hay acciones legales que puedes tomar, pero llevará tiempo. Recuperar ese dinero podría tomar meses, quizá más".

Satoru exhaló con frustración. "Joder con la justicia. No me corre prisa, pero..." Hizo una pausa, y su mirada se oscureció. "Es complicado. No quiero hacer esto. Ella es... mi hermana. Pero no puedo dejar que me siga jodiendo".

Rebeca se inclinó hacia él, su voz más suave. "Entiendo que esto no es solo una cuestión legal para ti. Es mucho más emocional. Si quieres proceder, te ayudaré, pero asegúrate de estar listo para lo que implica".

"Lo sé", respondió él, desviando la mirada hacia la ventana, donde la luz del atardecer teñía el cielo de tonos rojizos. "Gracias, Rebeca. Cuando tengas el papeleo listo, avísame".

Cuando ella se marchó, Satoru quedó solo con sus pensamientos. Rebeca, de vuelta en su apartamento, reflexionó sobre su vecino. "Este chico está en conflicto", se dijo en voz baja, mientras guardaba sus papeles. "Tiene sentido... es un problema familiar, y no hay nada más complicado".

Ambos se durmieron esa noche con la sensación de que las cosas apenas comenzaban a desenredarse.

Vecinos tumultuososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora