Durante varios días, Satoru se dedicó a organizar cada rincón de su nuevo apartamento. El lugar, que al principio le parecía frío y distante, comenzó a adquirir un toque más personal con cada cuadro, cada libro y cada pequeño objeto colocado en su lugar. Ya no resonaba tanto el eco de las cajas vacías ni el peso del pasado que intentaba dejar atrás. Se estaba instalando oficialmente, y con ello, iba aceptando la idea de un nuevo comienzo.
Una tarde, mientras revisaba su correo, Satoru encontró una nota firmada por Greta convocando a una junta de vecinos. Era su primera, y aunque no sentía particular entusiasmo, decidió asistir; al fin y al cabo, era parte de su nueva vida en la comunidad. Se vistió con ropa informal pero cuidada y se dirigió al salón comunal del edificio.
Al entrar, las conversaciones cesaron por un instante. Greta, siempre con su porte impecable, lo recibió con una sonrisa amplia y un gesto invitándolo a avanzar al frente. "¡Vecinos, les presento oficialmente a Satoru! Nuestro nuevo miembro de la comunidad", anunció con su característica energía. La atención de todos cayó sobre él.
Una mujer mayor, desde el bajo interior derecha, se ajustó las gafas y lo miró con curiosidad. "Qué joven, ¿cuántos años tienes? ¿22?", preguntó, claramente interesada.
Satoru sonrió levemente antes de responder, "28".
Hubo un murmullo de sorpresa y algunas risas entre las mujeres presentes. "¡Vaya, hacía mucho que no teníamos a alguien tan joven! El más joven antes tenía 45 años", comentó una vecina, rompiendo el hielo.
Greta aprovechó el momento para continuar con la reunión. Comenzó a desgranar los puntos del día, incluyendo la necesidad de una derrama para un nuevo ascensor y algunos cargos adicionales de mantenimiento. Cuando mencionó la suma, Satoru exhaló con alivio. "Menos mal que me va bien en el curro", murmuró.
Óscar, un hombre de mediana edad con un humor seco y directo, se giró hacia él. "¿De qué curras, si se puede saber?", preguntó con interés.
"Soy artista. Escribo y canto, y subo todo a YouTube", respondió Satoru con un tono relajado, generando un interés general en la sala.
Antes de levantar la sesión, Greta aprovechó para dar una última noticia. "En unos días, tendremos otra nueva incorporación. Se mudará una alquilada. ¡Vaya racha con los nuevos vecinos que llevamos!", bromeó, provocando algunas risas y comentarios cómplices.
La junta se disolvió y, poco a poco, los vecinos regresaron a sus rutinas. Satoru volvió a su apartamento, notando que poco a poco empezaba a sentirse parte de algo, aunque aún con reservas.
Una vez en casa, el silencio lo recibió. Mientras se quitaba la chaqueta, el teléfono volvió a vibrar. Miró la pantalla: Hermana. Respiró profundo, tratando de calmar la tensión que se acumulaba en su pecho. Dejó que el teléfono sonara hasta que entró el contestador. No estaba listo. Aún no.
Del otro lado de la línea, Elaina dejó escapar un suspiro cansado y se dejó caer en el sillón. "Otra vez al contestador", murmuró, con frustración. Fran, su pareja, la observaba desde el marco de la puerta. "¿Qué pasa?", preguntó.
"Mi hermano no contesta nunca. Me frustra tanto...", admitió Elaina, con la mirada perdida.
Fran se cruzó de brazos y arqueó una ceja. "Vamos, Elaina. Tú misma sabes por qué. Le jodiste mucho la vida. Le destrozaste su carrera y le robaste una pasta".
"Ya lo sé", murmuró ella, mordiéndose el labio y conteniendo las lágrimas. "Quiero pedirle perdón... pero está muy cabreado".
Fran asintió con pesar. "Tu hermano es rencoroso, y aunque tengas buenas intenciones, no va a ser fácil hablar con él".
Elaina no pudo contener más las lágrimas. "Es la única familia de sangre que me queda... Todo fue por mi maldito ego y mi envidia. Le hice mucho daño... y me di cuenta demasiado tarde. Lo quiero tanto", confesó con la voz quebrada.
Fran se acercó y la abrazó. "Tranquila. Algún día, quién sabe, puede que se anime a hablar".
Un pequeño estornudo interrumpió el momento. Fran sonrió. "Mira, ya se ha despertado la alegría de la casa", dijo, caminando hacia el cuarto y volviendo con una niña pequeña en brazos.
Elaina se acercó, sus ojos húmedos pero con una chispa de amor al ver a su hija. Fran le susurró, "Al menos refugiate en la niña".
Elaina asintió, tomando a la pequeña Ingrid en sus brazos. La ternura del momento le dio un pequeño consuelo. Quizás, algún día, las cosas cambiarían.
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Vecinos tumultuosos
General FictionEn el centro, Satoru estaba en plena mudanza de su nuevo piso alejándose de todo, mientras se mudaba su hermana mayor lo llamó pero Satoru no hizo ni caso, pues su hermana casi le fastidia la vida y no se lo perdona. El se fue mudando y entonces le...