Prólogo.

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—¡Ryeno!

—Aguanta, por favor...

—¡Ryeno, ayúdame!

—N-no puedo moverme...

Sentí mis manos y pies pesados, mis ojos no cedían y no los podía abrir. Estaba en mi cama, lo sabía por la estructura suave en la que mi cuerpo reposaba. Esa familiar voz llamaba por mi ayuda, pero no sabía de quién se trataba.

—¡Ryeno! ¡¡Ahhh!!

Un grito desgarrador hizo que un pequeño sollozo saliera de mí, una lágrima salada resbaló por mi rostro. No podía moverme, quería moverme, quería ayudar a quien sea que me llamaba a gritos, quería ser una buena persona.

Mi claustrofobia hizo acto de presencia junto con una parálisis del sueño, dificultando mi capacidad de respirar, abrí mi boca para que entrara más aire, pero no sentía nada, no tomaba oxígeno. Sentí que me ahogaba y que moriría en ese mismo instante.

Tranquilo, Ryeno, respira con calma, aguanta cinco segundos y exhala. Así continuamente, así es, con calma.

Recordar a mi madre me calmó, pero no lo suficiente ya que aún me sentía amarrado a la cama. Traté de tranquilizarme, tener un ataque de pánico en este momento no es la mejor opción. Estaba solo. No tenía a nadie en ese momento.

Y recordé. Recordé ese día, lo feliz que había sido con mi hermanita pequeña, su sonrisa iluminando mi mirada y lo feliz que había sido cuando le compré su peluche. Mi respiración se reguló, mi pecho dejó de subir y bajar para dar paso a mi respiración tranquila. Sentía que vivía de nuevo.

No podía darle ese gusto a mi miedo, no podía dejar que me venciera. Con calma abrí los ojos, temiendo encontrar algo desastroso, pero solo observé la puerta de mi habitación medio abierta.

Era mi fin.

Escapando de Nuestro DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora