Capítulo I- El Umbral

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Me llamo Blade Smirnov y tengo 18 años. Nunca pensé que mi historia comenzaría con algo tan tonto como un golpe en la cabeza. Pero, supongo, así funciona la vida: te lanza una pelota y te deja decidir si vas a devolverla o si va a golpearte de lleno. En mi caso, no tuve tiempo para decidir.

Era un día cualquiera en el gimnasio del instituto. El olor a goma de las zapatillas y a sudor se mezclaba con el eco constante de risas y gritos. Estábamos en el último set de un partido de voleibol, un enfrentamiento amistoso entre equipos del curso. No era que me apasionara el deporte, pero no podía negar que me encantaba esa sensación de adrenalina cuando lograbas un buen remate o salvabas una pelota imposible.

Lo que ocurrió después fue demasiado rápido para procesarlo. Estábamos empatados, 24-24. Yo estaba en la red, atento, esperando el pase perfecto para rematar. Y entonces, lo vi: el balón se elevó como si estuviera flotando en cámara lenta. Corrí hacia él, salté con todas mis fuerzas, y justo cuando extendí mi brazo para golpearlo… alguien más saltó frente a mí. Un choque de cabezas, un destello blanco, y luego el vacío.

No sé cuánto tiempo pasé en ese vacío. Podría haber sido un segundo o una eternidad. Todo lo que recuerdo es una sensación de peso, como si mi cuerpo estuviera hundiéndose en una sustancia densa e invisible. Era incapaz de abrir los ojos o moverme, pero tampoco tenía miedo. Era extraño, como si estuviera atrapado entre el sueño y la vigilia.

Cuando finalmente abrí los ojos, supe al instante que algo estaba mal.

El gimnasio había desaparecido. O, al menos, la versión que conocía. Ahora me encontraba en un espacio vasto y desolado que parecía un reflejo torcido de la realidad. El suelo estaba cubierto por baldosas amarillentas y gastadas, como las de una oficina abandonada. Las paredes, infinitamente altas, estaban pintadas de un tono beige enfermizo que parecía absorber cualquier luz. Y hablando de luz… no había una fuente clara de iluminación. Todo estaba bañado por un resplandor artificial, pero no había lámparas, ventanas, ni sombras. Era como si el lugar brillara desde dentro.

“¿Dónde demonios estoy?” murmuré, aunque mi voz sonó débil, casi un eco.

Miré a mi alrededor, tratando de encontrar algún punto de referencia. No había nada. Ni un banco, ni una puerta, ni un cartel. Solo el interminable patrón de baldosas y paredes. Caminé unos pasos, sintiendo cómo mis zapatillas resonaban contra el suelo vacío. El eco parecía durar demasiado, como si el espacio estuviera amplificando el sonido más allá de lo lógico.

Al principio pensé que aún estaba inconsciente. Que todo esto era una alucinación producto del golpe. Intenté pellizcarme, pero no pasó nada. El dolor era real. Todo se sentía real. Incluso el aire tenía un olor peculiar, una mezcla de moho y desinfectante.

Seguí caminando, esperando encontrar algo, cualquier cosa que rompiera la monotonía. Pero cuanto más avanzaba, más extraño se volvía todo. Había momentos en los que el pasillo parecía doblarse hacia la izquierda, pero al girar, me encontraba de nuevo en el mismo lugar. Otras veces, las paredes parecían encogerse, casi aplastándome, para luego retroceder como si el espacio estuviera vivo y respirara conmigo.

Fue entonces cuando lo escuché.

Un sonido. Suave al principio, como un zumbido lejano. Me detuve en seco, aguzando los oídos. El zumbido se volvió más fuerte, más claro. Era un ruido mecánico, como el de un ventilador, pero también había algo más… algo húmedo, como el crujido de algo viscoso moviéndose.

“¿Hola?” Mi voz sonó más fuerte esta vez, rebotando contra las paredes. Pero no hubo respuesta. Solo el eco interminable y ese sonido, que ahora parecía moverse, acercándose.

Un escalofrío recorrió mi espalda. No era el tipo de persona que se asusta fácilmente, pero algo en este lugar me ponía los pelos de punta. Era como si estuviera diseñado para desorientarme, para hacerme sentir insignificante.

Decidí seguir caminando, pero esta vez más rápido. No quería averiguar qué estaba causando ese ruido. Después de lo que parecieron horas—o tal vez solo minutos—encontré algo que rompió la monotonía: una puerta.

Era una puerta completamente blanca, sin pomo ni cerradura, justo en medio de una pared. Parecía fuera de lugar, como si alguien la hubiera colocado ahí por error. Me acerqué, sintiendo una extraña mezcla de alivio y temor. ¿Qué había detrás? ¿Sería mi salida?

“Solo hay una forma de averiguarlo”, murmuré, y empujé la puerta con ambas manos.

Lo que vi al otro lado no tenía ningún sentido.

Era otro espacio completamente diferente, pero igual de inquietante. Parecía un centro comercial abandonado, con pasillos infinitos y escaparates vacíos. Algunas tiendas tenían maniquíes sin rostro, parados en posiciones que parecían deliberadamente grotescas. El techo estaba decorado con luces de neón que parpadeaban erráticamente, como si fueran a apagarse en cualquier momento.

Avancé con cautela, sintiendo que algo, o alguien, me observaba. Cada paso resonaba como si estuviera siendo amplificado por altavoces invisibles. Fue entonces cuando lo entendí: no estaba solo. Había algo en este lugar, algo que no podía ver pero que claramente estaba consciente de mi presencia.

Mis pensamientos volvieron al golpe. ¿Podría todo esto ser un sueño? ¿Un coma? Pero no sentía que fuera eso. Esto… esto se sentía demasiado tangible. Demasiado real.

Pasé frente a un espejo roto en una de las tiendas y me detuve. Mi reflejo estaba ahí, pero algo en él no cuadraba. Me miraba fijamente, pero no seguía mis movimientos. Cuando levanté la mano para tocar el cristal, mi reflejo no lo hizo. Me quedé paralizado, mi mente tratando de encontrar una explicación. Entonces, el reflejo sonrió. Una sonrisa amplia, antinatural, que nunca había visto en mi vida.

Retrocedí, tropezando con el borde de un mostrador. Cuando miré de nuevo, el espejo estaba vacío. Mi reflejo se había ido.

Sentí que mi respiración se aceleraba. Todo en este lugar era un ataque constante a mi cordura. Pero tenía que mantener la calma. Tenía que encontrar una forma de salir de aquí.

No sé cuánto tiempo pasó. Quizás minutos, quizás días. Lo único que sé es que cada paso me llevaba más lejos de cualquier cosa conocida, más profundo en este laberinto infinito. Y aunque no quería admitirlo, una pregunta comenzó a arraigarse en mi mente.

¿Hay alguien aquí?

No estaba seguro de si quería saber la respuesta.

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