La penumbra llegó como una manta. Al principio, no me di cuenta. El brillo constante y artificial del lugar comenzó a desvanecerse lentamente, dejando los pasillos sumidos en sombras grises. Era extraño: no había luces, pero aún podía ver, aunque apenas. Era como si la oscuridad estuviera viva, moviéndose y respirando alrededor de mí.
Seguí caminando. Había algo diferente esta vez, algo que no sabía si era una buena señal o una advertencia. No estaba solo.
No, no había nadie más conmigo. Pero el aire se sentía… cargado, como si el espacio estuviera lleno de recuerdos, murmullos, fragmentos de algo que no podía entender. Cada paso que daba resonaba menos, como si la penumbra absorbiera el sonido, haciendo que el lugar se sintiera más profundo, más onírico.
Y entonces vi la primera pista.
Era un objeto pequeño, abandonado en el suelo. Me agaché para recogerlo y lo sostuve entre mis dedos, sintiendo un escalofrío al reconocerlo. Era una fotografía. No, no una fotografía cualquiera: era **mi fotografía**, una vieja imagen mía de cuando tenía ocho años. Estaba sentado en un columpio en el parque de mi barrio, con una sonrisa amplia y despreocupada. Mi madre estaba al fondo, apenas visible, con una mano levantada, saludándome.
“Esto… esto es mío”, susurré, mi voz temblando. La sensación era tan vívida que tuve que mirar a mi alrededor, esperando ver el parque de mi infancia aparecer de la nada. Pero no ocurrió. Solo estaba yo, en la penumbra, sosteniendo un fragmento de mi vida que no debería estar aquí.
Seguí caminando, apretando la fotografía en mi mano como si fuera un talismán. Mi mente estaba en caos. ¿Cómo había llegado esa foto aquí? ¿Era una pista? ¿Un mensaje?
Conforme avanzaba, comenzaron a aparecer más cosas. Primero fue una pulsera roja, una que me había hecho mi mejor amiga, Chloe, cuando teníamos 13 años. La reconocí al instante: los hilos estaban gastados, y uno de los nudos estaba mal hecho, algo que siempre me había molestado. Luego encontré un cuaderno viejo, el que usaba en secundaria para dibujar cuando me aburría en clase. Las páginas estaban garabateadas con dibujos de dragones y guerreros que había olvidado por completo haber hecho.
Cada objeto que encontraba me llenaba con una mezcla de asombro y desorientación. Eran fragmentos de mi vida, recuerdos que había dejado atrás, pero que ahora estaban aquí, como si este lugar estuviera desenterrando partes de mí.
Y luego aparecieron las voces.
No eran claras, al principio. Eran como susurros, demasiado bajos para entender, pero inconfundiblemente familiares. Una de ellas era la de mi madre. Podía escuchar su tono cálido, su forma de llamarme por mi nombre completo cuando estaba enojada: “**Blade Smirnov, ven aquí ahora mismo**”.
Me detuve, mirando a mi alrededor, buscando el origen de la voz. Pero no había nadie. Solo la penumbra, envolviéndome como una neblina espesa.
“¿Mamá?” Mi voz sonó débil, rota. La idea de que pudiera estar aquí era absurda, pero en ese momento no me importaba. Si había una mínima posibilidad de que pudiera encontrarla, la tomaría.
Comencé a correr, guiándome por las voces que ahora parecían venir de todas partes. Las de mis amigos, las de mis profesores, incluso la de mi padre, que rara vez hablaba pero cuyo tono grave era inconfundible. Las palabras eran fragmentadas, sin sentido, como si alguien estuviera reproduciendo pedazos de mi memoria al azar.
“¿Dónde están?” grité, mi voz desesperada.
Y entonces el espacio cambió.
Las paredes de los pasillos comenzaron a desvanecerse, transformándose en algo más. A mi alrededor aparecieron imágenes de lugares que conocía: mi casa, mi habitación, la cafetería donde solíamos pasar el rato después de clases. Era como si estuviera caminando dentro de mis propios recuerdos, pero algo estaba… mal.
Todo era demasiado borroso, demasiado inconsistente. Podía ver mi cama, pero cuando me acercaba para tocarla, desaparecía como humo. La mesa de la cafetería tenía nuestras iniciales grabadas, pero no podía recordar cuándo lo habíamos hecho. Todo estaba ahí y no estaba al mismo tiempo, como si mi mente estuviera luchando por mantenerlo unido.
“Esto es un sueño…” murmuré, aunque no estaba seguro de si era verdad.
Era la única explicación que tenía. Estaba controlando esto, de alguna manera. Cada paso que daba parecía activar un recuerdo, como si el lugar respondiera a mi mente, a mis deseos.
Entonces lo vi.
Una figura al final del pasillo. Era un niño, pequeño, con cabello castaño desordenado y una camiseta que reconocí al instante. Era yo.
El niño me miró, con los ojos llenos de curiosidad y algo más: tristeza. Cuando intenté acercarme, dio un paso atrás.
“Espera”, dije, extendiendo una mano. Pero el niño negó con la cabeza y comenzó a correr.
Sin pensarlo, lo seguí.
Corrí más rápido de lo que creí posible, mis pies golpeando el suelo con fuerza, el aire frío rozándome la cara. El niño giró en un pasillo, luego en otro, y cada giro me llevaba a un lugar diferente: el parque, mi sala de estar, el gimnasio donde todo había comenzado.
“¡Espera!” grité de nuevo, mi voz resonando en la nada.
El niño se detuvo finalmente en un lugar que no reconocí. Era una habitación vacía, con paredes lisas y una sola ventana que no mostraba nada más que un vacío blanco. Cuando me acerqué, el niño se dio la vuelta y me miró fijamente.
“No puedes quedarte aquí”, dijo, su voz suave pero firme.
“¿Qué quieres decir?” pregunté, jadeando.
El niño me miró con una expresión que no podía interpretar. “Tienes que recordar. Si no lo haces, te perderás para siempre.”
“¿Recordar qué?”
Pero el niño no respondió. Simplemente se desvaneció, dejando solo el eco de sus palabras y el peso de mi propia confusión.
Me quedé allí, en silencio, mirando el vacío más allá de la ventana, preguntándome si realmente estaba en control o si este lugar me estaba controlando a mí.
Estaba confundido, cada paso dado, cada recuerdo presente, me hacía pensar que es algo controlado por mí, pero a la vez no.
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¿Hay alguien aquí?
FantastiqueBlade Smirnov, un chaval de 18 años se desmaya después de darse un golpe en la cabeza al jugar voleibol, y despierta en un espacio liminal oscuro... ¿logrará escapar? o... ¿Encontrará a alguien?