Capítulo III- Perdido

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Caminé. 

No porque tuviera algún destino en mente, ni porque creyera que iba a encontrar una salida. Caminé porque era lo único que podía hacer. Los pasillos interminables del centro comercial seguían estirándose delante de mí, cada vez más monótonos, cada vez más vacíos. Mi mente había dejado de registrar los detalles: escaparates vacíos, luces parpadeantes, el eco de mis propios pasos. Todo se mezclaba en un ruido de fondo que comenzaba a devorarme desde dentro. 

No tenía hambre, ni sed, ni sueño, pero sí algo peor: vacío. Una sensación que iba más allá de mi cuerpo, una ausencia que se apoderaba de mi mente. Al principio me aferré a los recuerdos, repasando cada detalle de mi vida antes del golpe. La imagen del gimnasio, mis compañeros de equipo, el balón que me golpeó la cabeza. Luego recordé momentos de mi infancia, mi casa, mi familia. Pero con el tiempo, esos recuerdos empezaron a desmoronarse. 

Era como intentar sostener arena en las manos. Cuanto más intentaba aferrarme a ellos, más se escapaban entre mis dedos. 

“¿Quién soy?” 

Lo dije en voz alta, esperando que el sonido de mi propia voz me anclara a algo, a cualquier cosa. Pero solo obtuve silencio como respuesta. Mi nombre, mi vida, todo empezaba a parecer tan lejano, tan ajeno. 

Me detuve frente a uno de los escaparates, buscando algo que pudiera recordarme quién era. Pero el cristal reflejaba a alguien que apenas reconocía. Mi rostro seguía igual, pero mis ojos… mis ojos parecían vacíos, como si una parte de mí hubiera quedado atrás. 

Seguí caminando. No sabía qué más hacer. 

En algún momento llegué a un cruce de pasillos. Cada dirección parecía idéntica: baldosas amarillentas, paredes sucias, un brillo artificial que no venía de ningún lugar específico. Elegí uno al azar y continué. Pero después de lo que debieron ser horas, o tal vez solo minutos, llegué a otro cruce que era idéntico al anterior. 

¿Había dado la vuelta? ¿O este lugar estaba jugando conmigo? 

Probé otro camino, pero la sensación era la misma. Sin importar cuánto avanzara, todo parecía regresar al mismo punto. El espacio se burlaba de mí, retorciendo la lógica y el sentido. 

“¡Basta!” grité, mi voz reverberando en el vacío. Pero mi grito no tuvo peso, no significó nada. Era solo otro sonido perdido en el eco infinito. 

Me senté en el suelo, con la espalda contra una pared. Por primera vez desde que llegué aquí, dejé de moverme. No porque quisiera, sino porque ya no veía el punto de hacerlo. ¿Para qué seguir caminando si no iba a llegar a ningún lado? 

Sentado allí, me di cuenta de algo que me había estado carcomiendo desde el principio: no sentía nada. Ni hambre, ni cansancio, ni dolor. Pero tampoco alegría, esperanza o siquiera miedo. Era como si este lugar estuviera absorbiendo mis emociones, dejándome solo con el peso de la pérdida. 

**¿Qué he perdido?** 

La pregunta se coló en mi mente como una serpiente. Al principio no supe cómo responder. Pero luego lo entendí: había perdido todo. No solo el mundo que conocía, sino también a mí mismo. Blade Smirnov, el chico de 18 años que jugaba voleibol, que tenía amigos, que tenía una vida… ya no existía. 

De alguna manera, eso dolía más que cualquier herida física. 

Me levanté, no porque quisiera, sino porque el silencio y la inactividad me asfixiaban. Seguí caminando, esta vez sin dirección ni propósito. Ya no buscaba respuestas ni una salida. Solo me movía porque era lo único que podía hacer para evitar que mi mente se desmoronara por completo. 

En algún momento, el centro comercial comenzó a cambiar. Los pasillos se volvían más estrechos, las luces parpadeaban con más frecuencia, y las baldosas del suelo estaban manchadas con algo oscuro que no quise identificar. Las tiendas desaparecieron, reemplazadas por paredes lisas y desnudas. Todo se volvía más claustrofóbico, más opresivo. 

Y sin embargo, no sentí miedo. 

Eso fue lo que más me asustó. 

Había dejado de sentir. Ni siquiera la desesperación que me había acompañado al principio estaba ahí. Era como si mi mente estuviera apagándose lentamente, convirtiéndome en una sombra más de este lugar. 

¿Era esto lo que el hombre había mencionado? ¿El momento en el que te pierdes por completo? 

Cerré los ojos, tratando de recordar algo, cualquier cosa que pudiera devolverme una chispa de humanidad. Mi nombre, mi vida, mi familia. Pero todo se desvanecía como el humo. Las caras de mis padres eran borrosas, las voces de mis amigos eran susurros lejanos. Incluso el sonido del golpe de la pelota en el gimnasio, mi último recuerdo antes de llegar aquí, se sentía como algo que le había pasado a otra persona. 

“¿Hay alguien aquí?” 

No supe por qué lo dije. Quizás porque las palabras eran todo lo que me quedaba. Pero esta vez, no obtuve ni siquiera el consuelo del eco. 

El silencio era absoluto. 

Y seguí caminando. 

¿Hay alguien aquí? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora