Capítulo 1: - Sin tiempo para dudas.

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Dia 0 Martes, 4 am. Costa de Nigeria

La noche en alta mar era fría, con el viento arrastrando gotas de agua salada sobre la cubierta del barco pesquero. Las luces parpadeantes apenas iluminaban a la tripulación, que revisaba las redes tras una larga jornada. Eli, uno de los marineros más jóvenes, tiraba del peso de la captura con movimientos expertos.

—"Una noche más y volvemos a casa," —pensó, su voz entrecortada por el esfuerzo.

La red emergió con un chapoteo pesado, trayendo consigo peces y basura marina. Eli notó algo extraño entre la captura: un pez cubierto de una mezcla viscosa de algas y moluscos deformes. Bajo la tenue luz, la criatura parecía latir como si estuviera viva.

—"¿Qué demonios...?" —murmuró, inclinándose para inspeccionarlo.—"Eso trae mala suerte," —bromeó uno de sus compañeros desde la cubierta, su tono cargado de cansancio. Eli ignoró el comentario. Usó su cuchillo para apartar las incrustaciones, revelando que estaban fusionadas con la carne del pez. Fascinado y repugnado, extendió la mano para tocarlo. En un instante, el pez se agitó, mordiendo su mano con un chasquido.

—"¡Maldita sea!" —gritó, sacudiendo la mano herida mientras el pez caía al agua.—"¿Estás bien?" —preguntó un marinero, acercándose.—"Sí, no es nada," —respondió Eli, limpiándose la sangre con agua salada. Pero esa noche, la fiebre lo consumió, y en cuestión de horas, atacó a su propia tripulación antes de ser arrojado al mar.


State College, Pensilvania, Miercoles, 7:30 p.m. de 2004 - Día 1

Riley estaba en su habitación, iluminada por la luz cálida y tenue de una lámpara de escritorio. Frente a ella, un caos controlado: libros abiertos, papeles llenos de garabatos y un tocadiscos que giraba lentamente, dejando escapar las suaves notas de un disco de jazz. El ambiente parecía acogedor, pero su rostro decía lo contrario. Había algo frío, casi distante, en sus ojos.


Con 19 años, Riley vivía atrapada en un limbo entre la adolescencia y la adultez, un espacio incómodo donde las expectativas del futuro se cruzaban con una sensación de estancamiento. Su cabello castaño, que caía en mechones desordenados sobre sus hombros, reflejaba su estado mental: un caos sin resolver. Sus ojos, de un tono apagado, hablaban de noches de insomnio y días cargados de pensamientos sin respuesta.


Llevaba una camiseta holgada, claramente heredada de su madre, y unos pantalones deportivos con las rodillas desgastadas. En sus manos sostenía un lápiz con el que tamborileaba distraídamente contra su pierna, creando un ritmo mecánico que contrastaba con la música suave. Todo en su entorno parecía un reflejo de ella misma: útil, funcional, pero carente de dirección.


Riley giró lentamente en su silla, dejando que su mirada vagara por el cuarto. Las paredes, los objetos, incluso los libros, que solían reconfortarla, ahora parecían encerrarla. "Esto es una jaula," pensó, soltando un suspiro antes de levantarse y caminar hacia la ventana.Apoyó la frente contra el vidrio frío, mirando hacia el vecindario. Las luces de las casas parpadeaban con esa monotonía que tanto detestaba. Observó a un par de vecinos caminar apresurados hacia sus hogares, sus siluetas perdiéndose bajo las farolas. Algo en esa quietud habitual la incomodaba, pero no sabía exactamente qué.


Había una barrera invisible que siempre la había separado del resto. Disfrutaba de la soledad, pero el precio era alto: una desconexión constante que, con el tiempo, se había convertido en una carga. La música, al menos, le ofrecía un ancla, algo a lo que aferrarse cuando el ruido de su mente se hacía insoportable. El sonido de las ramas meciéndose con el viento y el murmullo de un auto distante rompían la tranquilidad del momento. Aun así, nada lograba calmar la inquietud en su pecho.

Blurred Lines: Las Fronteras del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora