| Prólogo |

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Ella se encargo de construir una rutina tan meticulosa como un reloj suizo, diseñada para mantener su mente ocupada y sus emociones a raya.

Cada día comenzaba de la misma forma: a las 6:00 a.m., su alarma sonaba con una melodía suave pero persistente, recordándole que ya no había espacio para descansar. Sus ojos se abrían automáticamente, y en un esfuerzo por no ceder a la tentación de quedarse en la cama, se levantaba con rapidez. Sabía que tenía un cronograma que cumplir.

A las 6:30, ya estaba en la ducha. El agua caliente caía sobre su piel, y mientras se enjuagaba, su mente vagaba entre los recuerdos que trataba de suprimir, pero pronto los ahogaba en el sonido del agua. En ese momento, solo había espacio para la rutina, nada más.

A las 7:00, con su cuerpo ya despierto y su mente más despejada, salía de su departamento y se subía a su coche. El gimnasio era su siguiente destino, un lugar donde podía sentir que tenía el control de algo, donde el sudor y la concentración en cada movimiento eran las únicas preocupaciones.

A las 7:30, ya estaba dentro del gimnasio, preparándose para el entrenamiento del día. Mientras se vendaba las manos, su mente ya comenzaba a calentar también, visualizando lo que iba a hacer. El levantamiento de pesas, las flexiones, los sprints… Cada ejercicio se sentía como una forma de liberarse, de dejar de pensar.

A las 9:00, el entrenamiento había terminado. Había dado todo lo que tenía, pero aún no podía permitir que su día se apagara. El gimnasio era solo una etapa más, y ahora tocaba la siguiente parte de su rutina: correr.

A las 9:30, con las zapatillas deportivas bien ajustadas, comenzaba a trotar. El aire fresco y la sensación de los músculos estirándose bajo su piel la ayudaban a desconectarse aún más. Sin más pensamientos que los pasos al ritmo de su respiración.

A las 10:30, con el sudor cubriendo su frente, terminaba su carrera. Se sentía bien, casi invencible, aunque dentro de ella algo seguía vacío, como si el esfuerzo físico no fuera suficiente para calmar la inquietud que había en su pecho.

A las 11:00, después de una ducha rápida en las instalaciones del gimnasio, se sentía más ligera, como si la fatiga física pudiera, por fin, adormecer las dudas que la rondaban. Mientras se secaba el cabello, se repetía a sí misma que lo estaba haciendo bien, que su vida estaba bajo control.

A las 11:30, ya en el coche de vuelta a su departamento, se preparaba mentalmente para la última parte de su mañana.

A las 12:00, en punto, comenzaba una video llamada con su hermano, que estudiaba medicina en Nueva York. Cada llamada era un respiro para ella, una pausa donde las preocupaciones quedaban en segundo plano, y solo se enfocaba en escuchar su voz y saber que, por un rato, podía dejar de lado las preguntas que la atormentaban.

Durante esos 30 minutos, Tory se permitía ser ella misma, sin las máscaras que ponía para enfrentar el mundo exterior. El hermano le preguntaba cómo estaba, y ella respondía, como siempre, que bien, que todo estaba bajo control. Pero en el fondo, sabía que su vida había dejado de ser simple hace mucho tiempo.

ACERCA DE TI | KEENRYWhere stories live. Discover now